lunes, 29 de octubre de 2012

HAIKUS DE NANAS EN NOCHE ESTRELLADA






NOCHE ESTRELLADA.  ANDREA BRUNOTTI. (CUENTOS-POE)
  
                                                    Viene la noche.
                                                 Huele a clorofila
                                                    y a llovizna.

                                                    Y a la cena
                                             familiar. Mesa puesta.
                                                   Sopa, pan, leche.

                                                   Más tarde sueños
                                             en cama blanda, tibia,
                                                   para descansar.

                                                  ¿Comerán todos?
                                             Pregunta la angustia
                                                    a mi corazón.

                                                   ¡Oh! ¿Descansarán
                                             los pobres sobre lechos
                                                   tibios y suaves?

                                                    Se compensará
                                                 si a su lado tienen
                                                    quien los arrulle

                                                    Nada posée
                                             quien come bien y duerme
                                                   entre las sedas

                                                    Y no escucha
                                              al amor cantar nanas
                                                    antes de dormir.

                                                   La respuesta de
                                                mi corazón aquieta
                                                    a la angustia.

                                                   Cae la noche,
                                               y perfuman jazmines
                                                 profundos sueños.

                                                   Canta el amor
                                               nanas bajo la luz de
                                                   mil estrellitas.

                                                  Y la luz de la
                                               luna le acompaña
                                                  su melodía.


                                                 Se va la noche,
                                               huele a clorofila.
                                                 Ya no llovizna.

















Caracas, 29 de octubre de 2012
IMAGENES: WEB


domingo, 21 de octubre de 2012

EL MISTERIOSO DESCENSO DE LA MONTAÑA CELESTIAL







     El  almuerzo para festejar el cumpleaños de la abuela Angélica se había  pautado  para ese sábado 10 de mayo de hace diez años en un restaurante cerca de la Montaña Celestial, en el valle del mismo nombre. Las invitaciones  habían sido enviadas a  las tres generaciones que  sucedían a Mamá Angélica,  y que eran muchísimas personas, puesto que  su marido y ella se habían encargado de contribuir con la Patria, regalándole catorce hijos.

     Muy entusiasmada, pues,  con la invitación, tomé mi carrito en dirección al restaurante, y al llegar me acerqué a la abuela Angélica  para felicitarla y hacerle entrega de una blusa rosada de lana que hacía juego con su tez.
        Saludé a los demás presentes y me uní al grupo. Hubo brindis, risas y alegría en medio del delicioso almuerzo acompañado de vino de la temporada. Luego no faltó, por supuesto, la inmensa torta con la velita alegórica al número noventa del cumpleaños de la abuela. Más tarde ella y muchos  de los asistentes se retiraron y se quedó, conversando, un grupo entre el que me encontraba yo. Entonces, uno de los presentes en la sobremesa propuso un paseo por el bosque y  por la montaña. Entusiasmada aprobé la idea y todos decidimos pernoctar a la vuelta en el Hotel Aledaño para regresar a la ciudad al día siguiente.
     A medida que subíamos el paisaje se volvía casi mágico, y todos disfrutábamos del ascenso, pero de pronto comencé a sentirme mal. No le presté mayor atención y seguí caminando hasta que las piernas comenzaron a flaquearme y la cabeza a darme vueltas. Cada vez más me iba quedando detrás del grupo a pesar de que hacía todo lo posible por seguirlo. Quise gritar, pero mi voz se burló de mí. Entonces  me fui quedando sola y observé con inmensa tristeza cómo la gente se perdía en el zigzag de la montaña sin darse cuenta de mi ausencia. Ahora casi no podía moverme. Quise lanzarle algunas piedras para que ellos se percataran de mi presencia, pero fue en vano. La soledad y el viento eran mis únicos compañeros.  Quise seguir ascendiendo, buscando un altiplano donde descansar. Avancé un poco con mucha dificultad. Entonces alcancé a ver un largo camino que conducía a  una casa blanca entre la niebla, luego no supe más de mí.
          Me despertó la voz de una joven muy blanca que al mirarme  palpaba mi frente y  llamaba a alguien dentro de la casa.  De la morada salió un hombre  delgado que, acercándose me examinó y observó mis pupilas,  tomándome el pulso. Me alzó, y en brazos  me llevó al interior de la vivienda. Llamó mi atención el avión que se hallaba junto a la casa. Mi anfitrión me acostó sobre una cama y me dio una pastilla.  Luego me sumí en un profundo sueño. El y su mujer me cuidaron varios días, diciéndome que mi malestar se debía a la altura y que pronto estaría bien. Allí estuve varios días, y una mañana temprano el dueño de la casa, quien dijo llamarse Klaus y su mujer Eva, se presentaron en mi cuarto. Ella me traían un plato de sopa.
     -¿Se siente mejor, señorita...?- Me preguntó
    -Mi nombre es Adele, señor. Sí, gracias Dios y a ustedes,  estoy mucho mejor; pero debo volver al pueblo, sólo que no sé como hacerlo. Hay muchos riscos y temo perderme otra vez.
     -No se preocupe, hija, que yo la ayudaré a regresar.  Pero antes tiene que reponerse. Oportunamente sólo tiene que seguir mis instrucciones para el regreso. ¿Está dispuesta?- Una sonrisa pareció iluminarle un poco el rostro que  ahora afuera y a la luz de día  lucía más pálido.
     -Claro que sí, doctor…
     -Llámeme Klaus, por favor- dijo entregándome el alimento.- Ahora coma.- Así lo hice.  Luego bajamos unas escaleras de piedra que daban a un risco liso como yo no había visto en mi vida. Su interminable profundidad me produjo vértigo.
     -Usted va a bajar por aquí – me indicó- Justo por este lugar.
     - ¡No, Klaus, eso no lo puedo hacer, me mataría, es demasiado hondo!
     -No, querida, eso no sucederá si usted sigue al pie de la letra mis instrucciones- me dijo, tomándome por el brazo. Escuche con atención lo que voy a decirle.
     Asustada lo miré temblando, pero él continuó.
- Usted se va a lanzar desde aquí...
- ¿Al vacío? – pregunté angustiada.
-  Por favor, escúcheme bien y no me interrumpa, pues la información que le voy a dar es crucial. Usted se va a lanzar desde aquí – repitió mirándome fijamente a los ojos- pero antes de hacerlo va a respirar profundamente con el abdomen, como se hace en el Tai Chi o en el Yoga, es decir, almacenando el aire en los pulmones para luego expulsarlo lentamente por la boca.  Inmediatamente batirá los brazos como si fueran alas. Experimentará una inmensa ligereza pues obtendrá un total equilibrio. Cada vez que expulse el aire de los pulmones, repetirá lo operación una y otra vez hasta que llegue abajo, sin dejar de volar, porque eso es lo que usted hará, volar. Pero es indispensable que no interrumpa el proceso. ¿Entendido? Hágame ahora, por favor, las preguntas que desee, porque después no habrá tiempo, querida.
     -¿Seguro que me sentiré como un pájaro?
     -¡Por supuesto, no lo dude usted ni un momento, es muy importantes que se sienta así, de otra manera, caerá al vacío! Ahora, ensayará la respiración, tomándose el tiempo que sea necesario hasta dominar la técnica. Entonces me avisa, por favor.
     Encomendándome a Dios, ensayé  durante dos horas el proceso de vuelo hasta que pensé que estaba lista para dar el gran salto de mi vida y llamé  a Klaus para comunicárselo. Me examinó nuevamente como lo hizo cuando llegué y me dijo que lo haría dos días más tarde, cuando estuviera totalmente repuesta del mal de altura. Cuando le pregunté si ésta no me afectaría de nuevo, me respondió que eso no me volvería a suceder, pues él ya había tomado las precauciones del caso.
    
      Al terminar el lapso estipulado mis anfitriones me pidieron que los siguiera. Me colocaron en el saliente de un risco, y luego de abrazarme, me ordenaron respirar profundamente en la forma que se me había indicado, y que al contar él tres, cerrara los ojos y me lanzara. Apreté un segundo las manos de la pareja que me sostenían al borde del precipicio e hice lo que  ellos me solicitaron. En cuanto escuché el ¡TRES! me lancé pidiéndole a Dios Su ayuda infinita. Inmediatamente comencé a respirar batiendo los brazos, según lo indicado y  sentí un vacío en el estómago . Mi descenso de pronto se ralentizó y al hacerlo experimenté una deliciosa sensación de ligereza. A esto siguió una  fuerte emoción seguida por un gran alivio en la medida en que descendía de la montaña. El viento de la mañana refrescaba mi frente y se metía por mi nariz provocándome cosquillas. Mientras, yo continuaba batiendo las alas de mis brazos, una y otra vez  y zigzagueé a voluntad, hasta que aterricé a la orilla de un río. Allí permanecí no recuerdo cuánto tiempo, reponiéndome del increíble vuelo. De pronto, empezó a llegar mucha gente, entre ellos, mis familiares, los bomberos y la policía. Todos me miraban asombrados. Uno de los habitantes que me había visto “volar” desde la mitad misma de la montaña hasta mi aterrizaje junto al río, comentó que le pareció estar viendo visiones, pues yo no tenía parapente. No podía creer que yo hubiera bajado con tanta suavidad, como si lo hiciese un pájaro.
    
     Entre la multitud estaban la policía, los bomberos y miembros de mi familia, quienes se acercaron abrazándome y hablando sin cesar. Luego me llevaron al Hotel Aledaño para que me  repusiera del singular descenso. Al llegar, todos comentaban mi increíble proeza  de volar como un pájaro. El dueño del hotel, quien con el alboroto, salió de su oficina, me  pidió le contara lo que ya le había contado a todos, y  al escuchar mi narración exclamó incrédulo:
     -¡Eso es imposible, señorita,  eso es imposible! Tienen que haber sido otros los que la ayudaron, porque el doctor Klaus Hauser, el famoso espeleólogo y su mujer, Eva, fallecieron hace cincuenta años al estrellarse su pequeño avión  contra la Montaña Celestial, y ni de ellos ni del aparato que él mismo piloteaba, quedó el más mínimo rastro!

IMAGENES TOMADAS DE LA WEB.


Caracas, 20 de octubre de 2012


viernes, 19 de octubre de 2012

REMEMBRANZAS

En el diario "La Esfera"
                  
            Mi padre, Luis Alberto Paúl, como escritor y periodista siempre utilizó las máquinas de escribir mecánicas, prefiriéndolas a las eléctricas que luego introdujo la  tecnología. Por esta razón me acostumbré a escuchar desde niña,  su rápido  y decidido teclear, interrumpido sólo por los momentos de meditación necesarios para la escritura.  A veces ese sonido tan familiar, me despertaba en la madrugada, pero rápidamente volvía a conciliar el sueño, pues me brindaba una cálida  sensación de seguridad.  En ese tiempo mi papá redactaba las crónicas y los reportajes para el diario "La Esfera, en el que fue Jefe de Redacción. Otras veces  las cuartillas del libro que escribía en el momento. De manera, pues, que yo crecí junto a estos útiles artilugios, las cuartillas y los libros de la biblioteca de mi papá. 

          Recuerdo que en la sala, al lado de la ventana y junto a la biblioteca se encontraba  su escritorio y sobre él, una estupenda máquina de escribir "Royal".  Yo me sentaba ante  ella, fascinada, al igual que hoy en día hacen los niños con las computadoras de sus mayores. Mucho más tarde allí mismo comencé a pasar en limpio mis primeras historias. 
Máquina de escribir ROYAL, una verdadera realeza 
que perteneció a mi progenitor 

          La comunicación con mis padres fue siempre muy buena,  acompañada, en los primeros años,  de los naturales altibajos  de una crianza sana. Del lado paterno heredé el amor por la escritura y de ambos la inclinación hacia la buena lectura. Además, mi madre, Dora Galindo de Paúl,  me enseñó algunos secretos del arte culinario, la técnica de la repostería y las manualidades, actividades en las que ella era una verdadera experta. 

          Una vez escribí en las páginas de un cuaderno de una raya, en tinta - borrador que todavía conservo- una novela que titulé “VACACIONES”. Esta resultó ser una mezcolanza de estilos, producto de mis lecturas de los libros de Rafael Pérez y Pérez, Corín Tellado y otros autores  que me facilitaban mis tías y mis amigas. No dudo que también estuviera influenciada por las historias románticas de la revista “Cuéntame” que, con frecuencia leía.

          Mi papá,  quien ya había leído el manuscrito de mi primer intento literario, bautizó a  la señora Baumgartner, uno de los personajes, como  “la señora Romaguera”. A él le gustaba inventar situaciones en las que  ella actuaba, narrándolas durante las sobremesas de los  sabrosos almuerzos dominicales que  mi mamá  preparaba tanto para la familia como para algunos amigos. En ese entonces vivíamos en Los Teques, ciudad a la que fuimos a pasar una temporada y nos quedamos a vivir diez años. 

  Con frecuencia, los hijos y los primos nos reuníamos alrededor de mi familia  y  escuchábamos interesantes relatos históricos, literarios o sobre acontecimientos de la vida periodística de mi papá, cuando él  trabajaba en la sección de sucesos de "La Esfera".  En otras ocasiones él mismo nos daba clases de gramática, y levantaba un billetico de a diez bolívares ofreciéndolo como premio al ganador de los cuestionarios o los dictados. Las tertulias continuaron siempre, Comentábamos libros, estilos y, como sabía que me gustaba escribir, me aconsejaba que cuidara la prosa, si era posible, desde el mismo momento de empezar a redactar. 

En mi computadora, y a un lado,  copia impresa
 del libro de mi padre
     Cuando salieron al mercado las computadoras, mi papá siguió con interés la evolución de la nueva tecnología. Con frecuencia me preguntaba acerca de mis adelantos en su manejo y, cuando ocurría algún percance con la máquina, siempre estaba atento a su solución. 

         En una de las muchas veces que mi Papá me visitó, le pedí  que probara escribir algo en ella, explicándole antes  que su manejo era igual al del teclado de las  máquinas de escribir mecánicas en las que él era veterano. Entonces, para complacerme, tomó asiento ante la computadora y escribió lo siguiente: 

        “Myriam está convertida en una tecnóloga de primera. Ojalá que un día de éstos invente la piedra filosofal verdadera para convertir nuestros devaluados billetes en oro cochano puro.
        A través de la persiana de la cocina, filtrábase un rayo de luz, y yo quise atraerlo un poco hacia mí para preguntarle si venía de la segunda galaxia, después de la constelación del Toro. Negó el rayo que viniese de allí – al parecer era un explorador andariego, deseoso de comprobar si los terrícolas están hechos de basura cósmica. Quise ofrecerle café al luminoso visitante, y a poco desapareció para mezclarse con la claridad solar común. Noté luego que por la huella del rayo se había formado una especie de mínimo tútelo más bien una suerte de círculo. Caray, pensé esto es la invitación a observar … extrañas cosas. De pronto, vi como se delineaba un rostro de payaso, y una sonrisa desdentada. Bueno: aquello era Morocho el de Los Teques. Se esfuma la visión del campanero, y distingo entonces la cara juvenil de una princesa asiria. Venía en una carroza custodiada por dos leones –made in Teresita Arleo- los leones eran idénticos a los del palacio de Nemrod en Babilona.  Gira vertiginosamente el círculo. Ahora la princesa es árabe. Identifico a Sherezada, frente a un príncipe petrolero del siglo veinte. Por Dios, soy yo misma, vale. Ya se. El Aleph”.
(Caracas, 2007 o 2008).
              En este  escrito, mi padre hace mención a los lejanos días de mi adolescencia  en los que fui Reina de Carnaval de Los Teques.  Teresita Arleo, nuestra vecina, fue la artífice de la  carroza real en la que paseé entre mis súbditos de el Llano y el  Pueblo tequeños,  una y otra vez hasta la puesta del sol, durante los cuatro días que duró mi efímero reinado. 

             Luego, con la maravillosa lucidez de sus 92 años,  llegamos a trabajar juntos en un libro suyo sobre folklore venezolano, que yo le transcribí a Word. Mi padre, a veces me visitaba  y seguía con gran interés el avance de la transcripción de su libro en la  pantalla de mi computadora. Yo  siempre le imprimía los capítulos transcritos y   se los entregaba para corregirlos en la quietud de su biblioteca. Más tarde, si era el caso,  me los devolvía con sus observaciones. Una vez terminado todo el trabajo revisión y la corrección del libro, como todavía faltaba el prólogo  le pregunté varias veces quién   lo escribiría. El  siempre  me contestaba  que me lo diría luego.  Intuyo que lo hacía obedeciendo a su gran modestia. Pero quizás lo sugirió sin proponérselo, cuando  me pidió  que le enviara por Internet una nota a Oscar Yánes, felicitándolo por sus "primeros ochenta años". Y menciono esto, porque tiempo después, cuando ya mi padre había fallecido, encontré en mi estudio la nota  escrita de puño y  letra  de mi papá para el  cumpleaños del colega.  Entonces se la mostré a mis hermanos y todos de común acuerdo  decidimos que sería Oscar Yánes el prologuista de libro de nuestro padre. El, además, había sido  su compañero de redacción en La Esfera y,  en más de una ocasión lo mencionó en sus libros y en sus artículos de "Así son las cosas". Recuerdo  la alegría que manifestó el famoso cronista caraqueño, cuando, entregándole una copia  impresa del libro le solicitamos que escribiera el prólogo. Poco tiempo después nos entregó unas hermosas páginas sobre su amigo y compañero en las lides periodísticas.  Ahora nos encontramos en el proceso de edición del este valioso libro de folklore venezolano escrito por nuestro padre.     
        
         Muchas fueron las máquinas de escribir que en el transcurso de su vida tuvo mi papá. Al principio, compradas por él, y luego, como obsequio de sus hijos, utilizándolas hasta el final de sus días. Justamente, pocos meses antes de fallecer,  me entregó, para que la hiciera reparar, la última  máquina de escribir que lo acompañó. 
La última máquina de escribir de mi papá.
           Me dijo que le estaba fallando al escribir sus micros para la  radio. Me costó mucho encontrar un negocio que se dedicara a ese tipo de reparaciones, pero al fin lo encontré por Internet. Era uno de los pocos locales caraqueños dedicados a componer máquinas de escribir mecánicas y eléctricas. Se llamaba "La Tecla" y estaba  ubicado en Sabana Grande, cerca de La Previsora.

           Y mientras la máquina estaba en el taller, un día que fui a hacerle compañía, le leí el capítulo de algún libro y se quedó dormido. Echó un "camaroncito", como lo llamamos en Venezuela. Luego, al despertar, me dio el siguiente consejo: "Cultiva tu ego; escribe tus intimidades. Eso forma parte inalienable de tu personalidad". Este comentario me animó a publicar mis blogs, y quizás algún día un libro de cuentos o una novela. En otra oportunidad, sentado en su silla de mimbre en la terraza techada con  vista al Avila, mi papá  me habló de su vida diciéndome:"Me siento en esta silla a recordar toda mi vida. Pasa toda, como un film", y comenzó a narrarme episodios de su infancia,  de su adolescencia y las costumbres de entonces.
      
            Dos meses antes de su partida, ocurrida el 22 de noviembre de 2008, nos encontrábamos mi papá, Dorita, mi hermana y yo  en el porche de la casa y les leí en voz alta un cuento que pensaba enviar al 5o. Certamen de Cuentos de Pepe fuera de Borda, en Buenos Aires. Al terminar la lectura, él  se quedó pensativo un momento y luego me preguntó si el protagonista de mi historia moría. Cuando asentí, diciendole que se trataba de una elipsis, me aconsejó que describiera mejor la muerte, pues era un "acontecimiento demasiado importante"  en la vida del hombre que merecía ser resaltado.  Al llegar a casa seguí su consejo, y pensando en cosas tristes y buscando en Internet las causas que llevaron a mi personaje al fin de sus días, reescribí el capítulo final y lo envié al concurso. 

         Pero fue sólo dos meses después del fallecimiento de mi padre y justamente el día de su cumpleaños número 98, el 26 de diciembre de ese año 2008, al regresar de la misa que sus hijos mandamos a decir,  cuando me enteré del resultado. Me conecté a Internet, deseosa de saber qué había pasado con el Concurso de Pepe Fuera de Borda, que había anunciado la decisión final del jurado para ese mes. Cuando abrí la página de Pepe Fuera de Borda, vi que  ¡Mi cuento "Ordenes son órdenes...", figuraba entre los finalistas! La emoción que  me embargó en ese momento fue inmensa. El recuerdo del consejo de  mi padre me vino a la mente y sentí que me había ayudado, como siempre. Desde ese momento,  cada vez que me siento a escribir se que él está a mi lado, siento que me observa  y le agradezco su guía y su presencia.
                  
      Bueno, hasta aquí esta crónica sobre mi padre, Luis Alberto Paúl, mi guía, profesor y también mi compañero de trabajo ayer, hoy y siempre. En otra oportunidad les hablaré de mi querida Mamá,  Dora Galindo de Paúl, quien, como él, también llenó mi vida de alegría y se convirtió en una estupenda lectora y crítica de mis intentos literarios.


Caracas,  enero de 2013






lunes, 8 de octubre de 2012

HAIKUS AGRADECIDOS EN UN DIA TRISTE



Fuiste consuelo
de mi honda tristeza,
cuando el dolor

rasgó con fuerza
de puñal certero
mis sentimientos;

echó por tierra
futuras esperanzas
y sueños bellos.

Fue tu abrazo
amigo, amoroso,
manta de lana.

Tus besos fueron
suave ungüento a mis 
heridas hoy.

Y tus palabras,
fuerza y coraje a mis 
tribulaciones.

¡Gracias, mi ángel!
Tu consuelo alivia
mi alma triste.



Caracas, octubre de 2012




Foto mía de la copia del puñal que compré en el Palacio de Topkapi, Estambul, Turquía.
Imagen: WEB