La esperanza se le aferró al corazón, al igual que se une -en tierna succión- la boca del niño al pecho materno para obtener el dulce alimento. Cabe la similitud porque, igual que un infante, Emelina se nutría de fantasías, de emociones, que le llenaban el alma cuando soñaba. El amor, entonces se aposentaba en la figura de un ideal de hombre. Se le aparecía en el corazón como el compañero ideal; lo adornaba con todas las cualidades físicas y espirituales imaginables,y luego venían las desilusiones. Ahora, a los treinta y dos años, no habían pasado de ser eso, simples experiencias que nunca, en las ilusiones de muchacha que soñaba, en la adolescencia. habían tenido el "happy end" esperado, como suelen terminar todos los cuentos e historias que leyó en esa época de la vida.
Y no es que no hubiese madurado, no. Más tarde se casó con José Manuel, aquel economista europeo que apareció en su vida en la hora en ella pensó que "debía sentar cabeza". El, en apariencia, lo tenía todo, era profesional como ella, de buena familia, serio, y se querían mucho. Entonces, a pesar de que todo prometía un hermoso futuro, al año siguiente se produjo el divorcio.
Ella alegaba que a él le faltaba empuje, él sostenía que ella era demasiado independiente. Pero en los divorcios hay que escuchar a los dos cónyuges. La balanza de la razón nunca está a favor de uno solo: oscila. La culpas siempre se comparten, sólo que ninguno quiere llevar el peso mayor. Sin embargo, eso ya era cosa del pasado. Ahora de pronto, una nueva esperanza se aferraba a ella, pero esta vez muy consciente de la necesidad de encontrar en la vida un hombre que la ayudase a complementarse ella misma, y ella a él Era muy importante, que ambos reconociesen sus propios aciertos y fallas, como producto de la madurez.
Aquel fatídico 31 en el que su falta de conciencia -lo reconocía ahora- le había hecho beber en exceso con los amigos, correr a gran velocidad por la Cota Mil para tratar de llegar a casa, rayando ya los albores del nuevo año, le habían dejado un saldo terrible: la pérdida de su brazo izquierdo al chocar con otro loco como él, que venía, quizás por la misma causa, en dirección contraria. La pérdida del brazo, sumió a Carlos en la peor de las crisis de su vida. La depresión, estuvo controlada por varios psiquiatras, durante mucho tiempo, y luego, por él mismo, al retomar el deseo de vivir, perdido , casi por completo, a raíz del accidente.
Terminó Carlos los estudios de Ingeniería, tuvo un fracaso matrimonial, por incomprensión, decía él de María Elena, su compañera de estudios, de ilusiones y de vida. Hoy, pasado el tiempo, ya más asentado, comprendía que no toda la culpa -como trataba de justificar- era de ella. El, en su infinita amargura, había propiciado ese fracaso. La nueva crisis en la que se sumió y que casi le hizo retroceder el camino andado, a raíz del accidente, tomó, sin explicarse un nuevo giro. Sintió una nueva fuerza que le impelía a continuar, a seguir, a no mirar atrás lo inconveniente, después de todo, la vida continuaba.
Dejó a un lado el proyecto en el que trabajaba y respondió la llamada de Carlos, el amigo panameño que lo había llamado en la mañana. Habían estudiado juntos en la Universidad Central. El amigo vivía ahora en Cincinnatti, allá tenía una empresa. Ya le contaría.
- Necesitas salir un poco y olvidarte de los momentos desagradable, airearte, distraerte. Quiero que sepas que Carlos es atractivo, muy simpático, y que yo sepa, ahora esta soltero de nuevo.
- Sí, todo eso está muy bien, Marianela, pero no me entusiasma mucho la idea. Hace tiempo que no salgo y no me seduce la idea de conocer a alguien que está pasando por la misma situación mía.
Pero, tanto insistió su hermana con lo bien que lo pasarían juntos, que Emelina se entusiasmó, y decidió aceptar la invitación. Total, esa noche de sábado, iba a quedarse sola en casa, viendo una telenovela en la televisión.
Carlos adelantó la mano derecha a Emelina en cordial saludo. El brazo izquierdo terminaba en una prótesis metálica que movía con toda naturalidad, y tanta, que él mismo había conducido su propio automóvil hasta el restaurante. Durante la cena, manejó con gran destreza, no sólo la conversación con sus amigos, sino el tenedor con la prótesis, y sin ambages, recordó la manera como perdió el brazo izquierdo, aquella noche fatal de Año Nuevo, hacía ya cinco años.
A la salida del restaurante, y camino de la discoteca, una anciana limosnera, llena de esa ¿imprudente? candidez que los seres muy humildes y sencillos poseen, se le acercó, interrogándole:
Mijo ¿Qué le pasó? ¿Qué tiene en ese brazo?
Carlos, con la dulzura propia de quien se dirige a un niño que le ha hecho la misma pregunta, le contó la imprudencia que le había costado la pérdida del brazo años atrás, y ayudado por la prótesis, sacó un billetico que entregó a la señora, al despedirse. Luego, los amigos se fueron a bailar y se divirtieron mucho.Cuando salieron a bailar, Carlos le tomó a Emelina la mano con la prótesis del brazo izquierdo, como si su mano siempre estuviera allí para ella. Y lo mejor de todo, fue que la chica, luego de sentir la frialdad inicial de la mano artificial de Carlos, le transmitió su propio calor, al sentir el de Carlos, tan próximo.
El impacto que la personalidad de Carlos hizo en Emelina fue muy fuerte. Admiraba su amor por la vida, por la esperanza y la fe que le ponía en cada uno de sus actos. Se asombró de la inmensa fuerza espiritual que poseía, de su amor por Dios, por la Humanidad y por el que le dio e ella, ayudándola a descubrirse. Entonces retribuyó en igual forma ese amor esperanzador y promisorio , pues estaba convencida de que un ser humano es más completo en la medida en la que una actitud positiva la vida lo presenten, los sentimientos y la grandeza de alma lo determinen y no lo limiten, No otra cosa...NINGUNA.
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Caracas 08.10.93 /Revisada: 18.09.21