La semana pasada me encontraba como de costumbre organizando el nuevo material bibliográfico ingresado a la Biblioteca, cuando vi entrar a la señora Faith Schulze del Departamento de Relaciones Públicas, quien acercándose a mi escritorio me preguntó si podía hacerles el favor de ir al Aeropuerto de Schwechat esa misma noche a recibir al Dr. Félix Rossi Guerrero, nuestro delegado venezolano, y me informó que llegaría por Alitalia a las 9:30 para asistir a la Conferencia de la OPEP. En cuanto le contesté afirmativamente a su solicitud, la señora Schultze procedió entonces a darme por escrito los detalles del vuelo.
Como yo no deseaba ir sola al aeropuerto, le pedí a Policarpo Rodríguez, uno de los otros delegados venezolanos asistentes a la Comisión Económica, que acababa de finalizar, y a quien conocía desde Caracas, me acompañara a recibir al Dr. Rossi y él, muy animado, aceptó ir conmigo. Así que, por la tarde, previendo cualquier inconveniente, nos fuimos ambos con suficiente antelación en autobús al aeropuerto de Schwechat. Al llegar nos ubicamos en un salón cercano a los ventanales, desde donde podíamos observar el aterrizaje de los aviones. Uno tras otro llegaron varios vuelos, el penúltimo era uno de Austrian Air Lines, y el último el de Alitalia, como estaba previsto, a las 9:30. Cuando éste se aproximaba bajamos a esperar al Dr. Rossi a la salida del terminal de pasajeros. Los vimos pasar a todos, menos a él. Nuestro delegado venezolano parecía haberse esfumado. Extrañados por su ausencia esperamos un tiempo prudencial, pues tal vez habría tenido algún inconveniente con las maletas en la aduana. Pero él no llegó en ese vuelo. En vista de lo ocurrido fuimos a la oficina de Información de Alitalia, donde nos dijeron lo que ya sabíamos: que ése había sido el último vuelo de la noche. Al día siguiente, cuando reporté lo ocurrido al Departamento de Relaciones Públicas, se me informó que el Dr. Rossi había hecho trasbordo y tomado el vuelo de Austrian Air Lines, llegando antes de lo previsto. ¡Justo el vuelo anterior al de Alitalia que habíamos visto aterrizar!
Pero la noche anterior, Policarpo y yo, bastante desconcertados por lo ocurrido, decidimos regresar a Viena esta vez en taxi. Y cuando nos dirigíamos a la estación para tomarlo, nos encontramos con el señor Husseini, el Jefe del Departamento Económico de
Como viajar con un príncipe suponía una especie de aventura, aunque sólo fueran 45 minutos los que demorara el trayecto del Aeropuerto de Schwechat a Viena, me sentí un poco tensa. No sabía cómo comportarme, ni mucho menos saludarlo, pues no conocía el protocolo. Por esta razón, decidí actuar como siempre lo había hecho con el resto de los delegados. Aproximadamente a los diez minutos, tal como había dicho nuestro amable anfitrión vial, llegó el Príncipe Feisal: era alto, bien parecido y muy elegante. Tenía el pelo y los bigotes muy negros y la tez bronceada. Entonces, cuando el señor Husseini hizo las presentaciones, me limité a extenderle la mano al príncipe, saludándole en inglés. Finalmente, abordamos el automóvil del señor Husseini - un Mercedes Benz gris- para regresar a Viena.
En el trayecto el Príncipe Feisal observó que no le gustaba la entrada de Viena. Pensé que menos mal no había visto la entrada de Caracas llena de ranchitos; de día no muy agraciados, pero de noche luminosos como un nacimiento. Ya llevábamos un trecho recorrido, cuando de pronto, el carro que iba detrás de nosotros, tocó repetidamente la bocina e hizo señas de que nos detuviéramos. El señor Husseini, algo nervioso, detuvo el auto mientras el otro conductor se bajaba del carro y se acercaba al suyo diciéndole algo en alemán. El señor Husseini me pidió entonces que le preguntara qué ocurría. Cuando lo hice en mi incipiente alemán, el chofer contestó que la puerta delantera del lado derecho de nuestro automóvil estaba abierta: justo la que quedaba al lado del príncipe. Así que, sin conocer las normas del protocolo para dirigirme al príncipe, pues no sabía si debía llamarle “Your Royal Highness”, “Your Majesty”, o “Your Highness”, le dije al fin, con la rapidez que me permitió mi lógica timidez, simplemente "Sir" y le transmití el mensaje de alerta del amable chofer.
Si me había comunicado apropiadamente o no en ese momento no tuvo importancia, lo que sí la tuvo fue el mensaje, pues el príncipe, rápidamente ayudado por los dos sauditas de seguridad y del propio señor Husseini, procedió a cerrar y a asegurar la puerta delantera y agradecer el alerta al austríaco y también a mí. Luego, cada uno de los conductores siguió su camino con normalidad. Y tanta, que me llamó la atención que después del incidente, la ubicación dentro del auto permaneciera igual. No se intercambiaron los puestos ni el príncipe ni el saudita de protección que iba a su lado. Así que, en medio de un relativa calma, llegamos a Viena directamente al Hotel Vienna Intercontinental, donde se hospedaría el Príncipe Feisal. Allí nos quedamos todos. Y como el protocolo tiene sus reglas, el hecho de ser él un príncipe y yo una mujer no modificó en absoluto el protocolo saudita. El trayecto de regreso desde el hotel hasta mi casa en Walfischgasse, lo hice a pie, ya bastante tarde, acompañada solamente por Policarpo Rodríguez.
¿Sería por aquello de que Nobleza obliga?
¿Sería por aquello de que Nobleza obliga?
La foto en
Caracas, 25 de septiembre de 2011
Que historia tan inusitada!!
ResponderEliminarLa verdad q ha sido un encuentro extraño por el protocolo del Saudi, pareciera q no tuvieron ninguna delicadeza al dejarte ir caminando a tu casa. Pero asi son sus costumbres.
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