martes, 28 de junio de 2011

LA BOLSITA DE PASAS CRIOLLAS

























Las sorpresas, todos lo sabemos,  están a la orden del día, del momento, no tienen cuándo aparecer. Las hay de toda índole: buenas, malas, tristes y según se presenten, cambian nuestro humor. Nos volvemos  alegres o tristes, según nos impacten. Sin embargo, la que les voy a narrar me dejó sólo muy confundida  y ocurrió ayer en el  Centro Comercial Santa Fe.

Acababa de tomar el ascensor, cerrándose la puerta tras de mí, cuando súbitamente a la señora que estaba a mi lado  se le abrió la bolsa  del automercado y el envase plástico lleno de pasitas cayó  al suelo,  desperdigando casi todo su contenido. Se oyó una exclamación general al ver la repentina llovizna oscura. Sólo quedó un poquito de pasas dentro de la caja, que la señora se apresuró a recoger tapándola con fuerza. Pero sucedió que un señor rubio y corpulento que se encontraba detrás trató de ayudarla tomando el resto de ellas del suelo.
-No, esas no, señor, gracias -dijo ella sorprendida. - Estas son suficientes para la torta de pan que voy a hacer.
Entonces,  quien  había recolectado las frutas secas, replicó sonriendo:
-¡Bueno, señora, si no las quiere, me las llevo yo. Existen  más de mil millones de personas hambrientas en el mundo para desperdiciarlas. ¡Cómo se ve que ustedes no han pasado necesidades!- comentó observándonos. Luego, al mejor estilo circense, sacó del bolsillo de su pantalón una bolsa plástica y sacudiéndola, metió  en ella la preciosa mercancía.


Todos lo  observábamos asombrados, cuando se abrió la puerta  y  llegué a mi destino. Todavía impresionada por el incidente, imaginé que seguramente ese señor había pasado hambre durante la guerra junto a su familia. Recordé entonces que  Ana Frank contaba en el diario que   en su casa no  se  desperdiciaban ni las conchas de papas.

Con estas reflexiones continué mi camino y al volver de mis diligencias,   me  encontré nuevamente  al mismo señor del ascensor, por lo que no pude menos que sonreirle amigablemente, mientras le decía:
-¡Ah!,  aquí viene el señor de las pasas.
-El mismo, señora-contestó sonriente al recordar lo acontecido. - Y añadió: - ¿Sabe usted, señora? No podía permitir que se perdiera la comida.  ¡No, por Dios! ¡Cómo se ve que ustedes no han vivido una guerra!
Entonces sentí curiosidad por conocer su nacionalidad y le pregunté:
-¿Usted es de origen polaco?
-No, no. Siga preguntando- dijo mostrando unos dientes muy grandes .
-¿Entonces... checo?
- Le doy otra oportunidad para ver si  acierta, que se va acercando.
-¿Húngaro, tal vez?
-No, señora, soy griego- me contestó perdiéndose rápidamente por los pasillos, mientras balanceaba contento su bolsita de pasas criollas.


Caracas, 25 de junio de 2011