jueves, 8 de diciembre de 2011

LOS CONTRATOS DE CONSTANZA SMITH

       La chica todavía no comprendía el motivo de la abrupta decisión de los directivos de la empresa al rescindir su contrato de trabajo, si justamente el día anterior uno de los gerentes la había felicitado por su gestión con un amable “good job”.  Todavía le  faltaban varios meses para terminar su convenio de trabajo por un año ¿Por qué razón entonces las inesperadas órdenes recibidas desde Noruega esa mañana de cambiar  el perfil del cargo que  ella ocupaba, por el de un ingeniero de sistemas? Como resultado de esa decisión ella ahora bajaba por última vez las escaleras de la empresa europea. No podía creer que eso le estuviera pasando a ella, a Constanza Smith, si había hecho bien su trabajo, como  se lo confirmaron. 

Luego de la desagradable noticia, consideró que esa había sido una experiencia valiosa en su vida laboral y se dedicó a buscar  en Internet una nueva oportunidad en el área de información. Estaba segura que pronto la conseguiría, pero pasaron las semanas y la posibilidad de hallar trabajo se volvió cada vez más remota. Ya había acudido a varias entrevistas sin éxito alguno. Pero un día, su amiga Pachi le envió un mensaje por el celular, informándola de una nueva posibilidad de trabajo. Una empresa requería alguien con su perfil.  Entusiasmada  con la nueva posibilidad,  Constanza envió el Curriculum  a la dirección indicada y muy pronto la llamaron para una entrevista.
El día  de la ansiada reunión la joven se esmeró en su arreglo personal. Como era alta y delgada, lucía elegante con su traje azul y su pelo recogido. Los colores armonizaban con su piel  morena, dorada por el sol caribeño.  Siempre la acompañaba un discreto aroma floral que se esparcía a su paso.
La chica se presentó puntualmente a la hora acordada, realizó las pruebas a las que la sometieron y  salió airosa de ellas. Su felicidad fue total cuando le ofrecieron un contrato  por un año en la empresa textil González y Asociados. Sus oraciones habían sido escuchadas y la perspectiva de ascender  en el trabajo y en la vida la motivaban enormemente. Estaba dispuesta a vencer los obstáculos que surgieran en el camino.
Una mañana que se hallaba en su oficina vio llegar a un hombre de edad mediana alto y de muy buen ver. Caminaba de un lado a otro, asomándose por las puertas. Buscaba al Gerente de Tecnología. Al darse cuenta de la situación, ella saludó al visitante:
- Buenos días, señor. El ingeniero García no se encuentra en este momento, pero por favor, pase adelante y tome asiento que ya está por regresar.
En cuanto el recién llegado se acercó, la muchacha se percató que su carnet de identificación era dorado ámbar, código de color sólo destinado a los altos ejecutivos. Entonces el profesional amablemente  le extendió la mano mientras le decía:
- Mucho gusto, señorita, soy Renato González.
Al escuchar el nombre le contestó  en el mismo tono amable con el que lo recibió:
- ¡Ah, usted es el presidente de la empresa! Encantada, doctor González, mi nombre es Constanza Smith. Tengo poco tiempo en la compañía, y no recuerdo bien las fotografías de la directiva, sino sólo sus nombres.
            - Eso no tiene importancia, señorita Smith, lo importante es que ya nos conocemos. - Y continuó conversando con la nueva empleada hasta que regresó el gerente.

Cierto sábado por la tarde en el que Constanza paseaba por un centro comercial capitalino, se encontró nuevamente con el doctor González  y se saludaron animadamente.

- ¿Me acepta un café?- preguntó solícito el ejecutivo-  Allá hay una mesa vacía- dijo al señalar un rincón del local.- Y añadió - Espero que no tenga ningún inconveniente en aceptar.
- Por supuesto que no, doctor, sólo que no quiero interrumpir sus actividades.
- No se preocupe, Constanza, últimamente dispongo de suficiente tiempo los fines de semana.  ¿Y usted? Tampoco quisiera yo interrumpir las suyas.
-  No tenga cuidado, doctor González,  que también dispongo de tiempo. Gracias a Dios, ya terminé con mis diligencias.
Entonces se sentaron a  la mesa señalada  para acompañar el café con pasteles.  Y sucedió que a esta invitación siguieron otras.  Un almuerzo en algún restaurante cercano a la empresa,  uno que otro café al terminar la jornada laboral, y así se hicieron buenos amigos.
En una ocasión se encontró en el ascensor de la empresa nuevamente con él y se saludaron  como siempre. "¡Qué atractivo es, Dios mío", pensó ella. "Qué bonita voz tiene". De pronto el ascensor se detuvo y reinó la más absoluta oscuridad, producto de una falla eléctrica. Ella se asustó mucho y él trató de calmarla, mientras buscaba a tientas la alarma. Ella también hizo lo mismo, pero tropezó con él, tocándolo, en lugar del tablero. El cortocircuito corporal los sacudió esta vez a ellos. La cercanía en plena oscuridad les iluminó el alma. Sus bocas se buscaron para encenderse en un maravilloso intercambio de pasión. Entonces se hizo la luz, y ella se soltó del abrazo maculino para marcar el piso próximo y escapar por la puerta. Constanza se debatía entre la emoción del beso y de quién se lo había dado. ¡No tenía que haber sucedido, fue un error!- se dijo. – Mejor no lo vuelvo a ver. "¿Qué voy a ganar yo con eso? "¿Ilusionarme para luego sufrir un desengaño?" "No, eso no va a ocurrir". Y, decidida, evitó todo tipo de contacto  con Renato González. Incluso, utilizaba las escaleras cada vez que podía, pensando que de esta manera disminunía el riesgo de encontrárselo.
Pasó el tiempo, y aunque  trató de esconder sus sentimientos hacia Renato en los recovecos de su alma, éstos a menudo se escapaban para atormentarla. Y así pasó el tiempo.
Cierto día, el gerente le informó que debía presentarse en el Departamento de Recursos Humanos, pues la requerían  para algo relacionado con su contrato, le informó. Constanza  se extrañó, pues el contrato había sido firmado por un año, y apenas habían pasado seis meses. Recordó entonces el episodio del ascensor. "¿Sería algo relacionado con eso?"  "¿Qué habrá pasado? Con estos pensamientos, entró a la Gerencia de Recursos Humanos, donde la remitieron a Presidencia. Ella no comprendía. ¿Por qué ir a tan alto nivel para decidir su futuro en la empresa, si es que de eso se trataba?" Con estas interrogantes se anunció en la oficina del alto ejecutivo. Cuando, éntró a la oficina del señor González, éste le dijo:
- Buenos días señorita Smith, me alegra verla. ¿Cómo se encuentra? Tome asiento, por favor.
- Buenos días, señor. Yo estoy bien, gracias ¿Y usted? – saludó tímidamente, mientras se sentaba frente a él. Trató de mirarlo, pero bajó los ojos  para fijarlos en una estatuilla sobre el escritorio. El, atendió una llamada por el celular y cuando terminó de hablar, ella armándose de valor, levantó la vista y le preguntó:
- Dígame, por favor, doctor González ¿Qué estuvo errado en mi actuación en la empresa para prescindir de mis servicios?
Sorprendido, el directivo le respondió:
-No se preocupe, Constanza, que  no se trata precisamente de abandonar nuestra compañía el motivo de nuestra conversación. ¡No faltaba más! Todos aquí estamos muy satisfechos con su trabajo. Su actuación no deja nada que desear, al contrario. Lo que sucede es que quisiera proponerle un nuevo contrato. Pero, naturalmente, es usted  quien tiene la última palabra y decide si irse o quedarse.

 Y sucedió que, ambos, de mutuo acuerdo, lo firmaron seis meses más tarde en Caracas,  a los 24 días del mes de diciembre de un año estupendo, en vísperas de una maravillosa Navidad y un Año Nuevo promisorio de hermosos proyectos, brindando por ellos  en  la feliz compañía de parientes, amigos y de mucha, muchísima alegría.



©Caracas, 11 de diciembre de 2009, 2011.

Dibujo y foto: Web. 








viernes, 2 de diciembre de 2011

HAIKUS DE LOS SENTIMIENTOS TRISTES

Vuela hacia tí
mi pensamiento,
luego regresa

para prolongar
el dolor de mi alma
por  tu ausencia.

¿Por qué evades
el fuerte sentimiento
de mi amistad?

Orgullo necio
vive en tu corazón.
¿Te hice daño?

Consulta el sabio
su corazón dolido
al amanecer,

esa tristeza
de su alma inquieta.
¡Haz tú lo mismo!

Beso tus sienes
y abrazo tu alma
contra la mía.

Adiós, amigo,
desde la lejanía
va mi recuerdo.


Caracas, diciembre 2011

domingo, 27 de noviembre de 2011

¿COSAS DE LA TECNOLOGIA DE AVANZADA?



El amor tiene
fórmulas mágicas hoy;
mañana, otras.
       Cuando escribí la crónica SENTIMIENTOS, en 1995, nunca me imaginé que, con el correr del tiempo, ellos estarían sujetos a cambios profundos en su intensidad, debido a las nuevas tecnologías. Es verdad que las emociones continúan teniendo básicamente el mismo origen: la pasión, la alegría, la sorpresa, la tristeza, el miedo, entre otras. Dicen los especialistas que son alteraciones del ánimo provocadas por ellos. Pero, creo, basándome solamente en mi experiencia, que en la actualidad ellas se  han intensificado o disminuido a causa de estos adelantos. La fuerza del amor o el desamor  es mayor o menor, de acuerdo a los estímulos recibidos a través de las nuevas tecnologías de informacion: computadoras y la  telefonía celular. ¡Cómo influye Internet con su conjunto de redes en las emociones! Es increíble cómo  han propiciado  las mismas el conocimiento de parejas por su vía, el romance y  la consolidación de los sentimientos;  o también, la disolución de estos lazos.
En el momento en el que escribí la crónica señalada, por supuesto que existían las computadoras, el correo electrónico, pero, en aquella época, aún no tenían el auge que, lógicamente, poseen en la actualidad, ni su influencia en nuestro estado de ánimo. Pienso que  antes la fuerza de las emociones era diferente.
 Casualmente, ese mismo año  yo recibía,  - a pesar del adelanto de la tecnología comunicacional-  cartas de amor, enviadas por avión, desde algún remoto lugar del mundo. Existía Internet, pero mi gran amor prefería escribirme a mano, y como si fueran hoy en día mensajes electrónicos, llegué a recibir unas cuatrocientas misivas- entre nuestros encuentros- en el lapso de tres años; todas ellas debidamente respondidas.
La fascinación de las cartas escritas era inmensa: se observaba  el mínimo detalle, la letra, hasta el olor; uno creía adivinar el estado de ánimo del remitente, de acuerdo a la caligrafía o a la longitud de las páginas. Esta situación era un poco parecida al  deshojar de la margarita. Me quiere mucho, si me escribe largo, y si lo hace corto, entonces, ¿Será que el amor  ha disminuido? ¿Y si pasaban los días y el amado no escribía? Entonces, significaba poco más o menos que se trataba del olvido, sinónimo de ruptura. Llevar la carta recién recibida, durante dos o tres días en la cartera, para leerla veinte veces, estando a solas,  tal era en mi caso, era delicioso. La misiva era la compañía de quien te amaba, y más si te enviaba fotos. Quería decir que siempre estaba a tu lado.

¿Mensaje tuyo?
Veré si escribiste,
amor querido.
 Desde mi propio punto de vista creo que en la actualidad los correos electrónicos y los mensajes de texto  han intensificado los sentimientos.  Si antes el correo aéreo demoraba tres días y “Certificado” un poco más, en la actualidad las redes han acelerado o disminuido el proceso amoroso. La rapidez de las comunicaciones  fortalece el amor o  destruye las ilusiones. Nos sentimos felices  cuando vemos el nombre de quien nos interesa en nuestra lista de correos, y  tristes cuando falta. Estamos constantemente pendientes del repicar del celular y de revisar constantemente el correo en la computadora.
¿ Y qué decir de Skype? ¿Cuándo imaginábamos antes  conversar y ver al mismo tiempo a quien amamos al otro lado del monitor, de la pantalla del celular? Este invento no pudo haber sido más maravilloso y, al mismo tiempo más frustrante!  ¿Qué por qué lo digo? Pues con sobrada razón. Se de alguien  que tenía un gran amor. El se había comportado particularmente cariñoso con ella antes de salir de viaje por vacaciones. Un día, a su regreso, ella conversaba con él por Skype,y, sorprendida, observó que algo le brillaba en la mano derecha: se trataba de una reluciente y dorada alianza que acababa de estrenar antes de salir de viaje. ¡Y no le dijo nunca  que se iba a casar! Difícil imaginar los sentimientos experimentados por los protagonistas, a un lado y otro de la pantalla.

¿COSAS DE LA TECNOLOGIA DE AVANZADA?

Caracas, noviembre de 2011

Linda alianza
en el anular luces.
¡Ya te casaste!





FOTOS Y DIBUJOS TOMADOS DE LA WEB.

martes, 8 de noviembre de 2011

SABANA GRANDE ¿BULEVAR "GENERAL DEL SUR"?




 
BULEVAR DE SABANA GRANDE ANTES DE LA
REMODELACION. FOTO TOMADA DE LA WEB

     Hace poco estuve en Sabana Grande, y a pesar de reconocer que la remodelación del Bulevar quedó  cómoda para quien desee  pasear por allí, pues se eliminó el tráfico de vehículos casi en su totalidad, no lo es así para quien desee realizar alguna compra.  Algo le falta, y más adelante les daré mi impresión sobre el particular.
    Pasaron doce años para que el gobierno a través de PDVSA- LA ESTANCIA decidiera hacer algo por él. Y lo hizo: se ampliaron las aceras, se adoquinaron las calles;  hay grandes quitasoles con el nombre de las plazas que  dan sombra al paseante y guarecen a quienes deseen hacerlo de la lluvia. En el centro del Bulevar hay bancos  adosados al piso para el descanso, cuando decidimos hacer un alto en el camino. En las calles laterales hay, adosados también  al piso, caminadoras para hacer ejercicios, ruedas y aparatos para divertir a los niños.  Todas estas facilidades son  muy útiles y placenteras para el peatón, y si lleva niños, más. A lo largo de las calles se alzan como palmeras unos postes que portan bonitos potes de matas con flores.  Pero como todo en la vida tiene su contra parte, noté, que a pesar de todo ese arreglo que tomó tanto tiempo en hacerse, el Bulevar tiene un aire triste. Sí,   un halo  de tristeza  lo envuelve.
Recuerdo cuando  en otras épocas caminaba  por una avenida llena de luces, colorido y alegría . Era  una zona muy bonita y agradable incluso para quienes trabajábamos allí, en el Edificio Selemar, donde funcionaba la Corporación Venezolana del Petróleo, en pleno bulevar.  Había sitios dónde almorzar, trattorías italianas, cafeterías y pastelerías. Con todos los defectos que hubiese podido tener por el excesivo tráfico, no se le podía quitar que era bulliciosa y alegre como sus habitantes. ¡Y en época navideña, mucho más! Pero, es verdad que de esto hace ya muchos años y todo cambia. Ahora,  todo luce apagado, además de las luces, así que con tanta tristeza, se  ha convertido al  Bulevar de Sabana Grande en una especie de Cementerio General del Sur: todo gris. ¿Adónde se fue la alegría? Parece estar escondida. Es verdad que antes de la remodelación  vinieron los buhoneros y   proliferaban los ventorrillos y puestos de mercancía en las calles y aceras  impidiendo el paso  libre del peatón. Era también bulliciosa, un área  de mucho peligro, pues además de los peatones  ya transitaba también  por allí de día y de noche, la Inseguridad.  Hay que reconocer que también  con el tiempo, estas calles se volvieron asquerosas. Allí pululaba el sucio, y los olores eran tan fuertes que se sabía qué los producía.


 EN EL BULEVAR DE SABANA GRANDE: LOS BUHONEROS 
FOTO TOMADA DE LA WEB



  •  
    
    BULEVAR DE SABANA GRANDE EN LA
    ACTUALIDAD. FOTO TOMADA DE LA WEB.

        Pero volviendo al presente. Ya no están los buhoneros. Todo está muy limpio. El trabajo realizado en pro de  la calidad de vida del habitante de nuestra ciudad  y del turista que pasea por el  nuevo y renovado Bulevar, hay actualmente una sombra de tristeza en el ambiente. Al pasar por allí me preguntaba  a qué se debía esa desagradable  percepción,  si el   sol brillaba luego de una corta lluvia y la temperatura era  deliciosa. Entonces observé el entorno tratando de descubrir  qué era lo que pasaba, de dónde provenía ese nuevo aire de tristeza, y por fin creí hallarlo: las fachadas de las tiendas  eran ahora todas grises, blancas y alguna que otra dejaba ver un muy  tímido color. ¡Y NO TENÍAN ANUNCIOS! Los adoquines de la calle  siempre han sido grises, pero ahora, acompañados de los separadores de cemento de las  calles para que los carros no se estacionen, también del mismo color,  se veían más desteñidos que nunca. La medida  de estos separadores es muy útil, pero grises y colocados  todos en hileras, me parecían lápidas.  Los bancos de cemento eran  blancos. Continué observando, y en definitiva, la ausencia de los nombres de las tiendas, con su nueva cara, producto de una cirugía  peatonal reconstructiva que no las favorecía en absoluto, al contrario, les daba el aire fantasmal  de los   mausoleos.   ¿Qué había pasado entonces? Simplemente a ellas  se les había prohibido la libertad de expresar, de anunciar libremente su identidad, sus especialidades, aún cuando éstos incluyeran nombres comerciales caprichosos.  ¡Cómo hacía falta el colorido de las luces y los nombres! Las tiendas parecían tumbas sin nombres, sin inscripciones, sin identidad propia. Sólo fachadas grises, blancas, negras y algunas, como dije anteriormente, ligeramente coloridas. Se  había convertido al  Bulevar de Sabana Grande -a pesar de los payasos que a veces van a divertir a los niños- en una especie de Cementerio General del Sur: todo gris y triste.  La gente actualmente deambula preguntando dónde queda tal o cual local comercial.  Anda perdida. Es  sólo cuando se pasa al lado de ellos, y si el peatón se asoma por la vidriera, es que puede identificar su naturaleza:  si se trata de una librería, una farmacia o una zapatería. Noté sin embargo, pues toda regla tiene su excepción, que el Banco de Venezuela sí aparece anunciando su existencia. Jamás a pocos metros. Alguna que otra tienda  le imita tímidamente conservando humildemente su nombre, quizás resistiéndose todavía  al cambio; pero no por mucho tiempo, pues ya le llegará su hora. De acuerdo al nuevo proyecto de remodelación, ningún comercio podrá ostentar el  nombre de pila, con el que lo inscribieron legalmente  en el Registro Mercantil. Hoy, casualmente, pasé esta vez  en carro por Sabana Grande, y observé con pesar cómo otra tienda  se había visto obligada quitar su  antes elegante nombre de bronce del mármol de la fachada. Sólo quedaba algo de  su antiguo esplendor:  la triste sombra de las letras y los clavos. ¡Sólo eso!  
      Sabana Grande perdió la alegría  que brindaba la diversidad de colores de los anuncios de sus tiendas. Cualquier ciudad del mundo brilla contenta con sus  luces. Algunas, incluso señalan  dibujados o guindados los objetos de su venta: Llaves, candados o cualquier otra imagen que  identifique sus respectivas mercancías. Pero aquí, lamentablemente ahora, con la remodelación del sector, los dueños simplemente ya no  son libres  de exhibir y anunciar sus productos. 
 
     Ahora en Caracas y específicamente en este  Bulevar, antes tan alegre, habría que  rogarle a Dios  para que el próximo año electoral de 2012  vuelva el colorido a  un sitio de Caracas, que  nació feliz, al igual que todas las calles del resto del país. ¿Que tiene flores y árboles? Claro que sí , pero también todos los cementerios lucen plantas y flores...  con la ventaja de que  las tumbas tienen inscripciones, no son  anónimas como los mausoleos de Sabana Grande .

1 8 8 4




El viaje había resultado  muy largo para  los pequeños  tripulantes,  quienes después de jugar y merendar, caímos rendidos  en el asiento trasero del automóvil, arrullados por las voces paternas. Pero, en cuanto llegamos a destino despertamos inquietos. La vieja casona de Los Teques, ciudad  a la que antes sólo  habíamos visitado  de vacaciones, nos esperaba, esta vez, por una larga temporada. Observé la casa colonial grande, majestuosa. Luego de bajar las maletas, curiosa ante la aventura que suponía recorrerla, salté sobre el equipaje y atravesé corriendo el zaguán, mientras mi familia se organizaba.
Entré a una sala amplia en la que,  al fondo, dos ventanas muy altas y polvorientas dejaban ver los poyos adosados en sus bases. Me sobrecogió la oscuridad  allí reinante  y salí de prisa  al  ancho recibo rodeado por un patio de cemento. En él había tres jardincitos: dos rectangulares y uno ovalado en el medio, adornado por rosales mustios. Extraños arabescos dibujaban el piso sucio, en larga hilera, hasta llegar al comedor.  Puertas entreabiertas permitieron mi paso a lo largo de  habitaciones  intercomunicadas. Corrí atravesándolas, entusiasmada por  el sonido hueco que producían mis pasos sobre el piso de madera. Más tarde supe que ese sonido obedecía a la  presencia de misteriosos sótanos ubicados bajo los dormitorios. Mi recorrido encontró, al final de los cuartos, un baño de piso de cemento rojo iluminado por una claraboya. El comedor, separado del patio por una  romanilla blanca, conducía a una  cocina con un negro fogón. Por último, encontré dos patios más, una rampa, otro baño, bajo un inmenso tanque metálico de agua, y  otros tres tanques más de cemento,  vacíos, luego, al final, un gran corral sombreado de árboles frutales. Casi exhausta por la carrera, así creía dar por terminado mi primer "tour"por la casa, pero al final del paseo descubrí un ”tesoro”. Se trataba de un montículo de escombros misteriosos y brillantes, ubicado en la esquina derecha del corral. Sobre él brillaban trozos de antiguas vajillas de bordes dorados, flores, pájaros y también restos de vasos y jarrones de cristal. 

Niño vestido de marinero.
Imagen: Web.

Entonces, muy entusiasmada, empecé a coleccionar las piedras preciosas que encontré a mi paso, guardándolas en los bolsillos del abrigo. Así estuve ocupada, hasta que la voz de mi madre interrumpió mi quehacer.
-¡Mariana, ven a cenar; es la tercera vez que te llamo, si no vienes te voy a ir a buscar!  Entonces regresé apurada, pues conocía el tono de voz de mi madre, cuando se enojaba.
Pero al día siguiente, muy temprano, volví a mi "montañita". Luego de mi hallazgo imaginé historias relacionadas con él. Sucesos ocurridos en vidas anteriores a la mía, como por ejemplo, la de un niño  de unos ocho años que vi una mañana sentado en la cima del montículo, vestido de marinero y con varios pedazos de porcelana recogidos dentro de su gorra. Cuando lo vi me acerqué a él y le dije:
-¡Esos “brillanticos”  son míos y tú no me los puedes quitar!
 Me contestó, con  timidez, que los había guardado para mí, pues sabía que me gustaban. Así, pues, muchas veces bien temprano por la mañana, antes de irme  al colegio, me iba al corral a ver si encontraba a Chucho, como dijo llamarse mi amigo. Una vez le conté a mi madre acerca de él, y desde ese momento, sin más explicaciones,  casi siempre fui al corral en compañía de alguien más,  nunca sola. Esa fantasía luego dio origen a otras, pero en mis sueños continuó apareciendo Chucho, quien creció junto conmigo, y se convirtió en un muchacho  alto, desenvuelto y muy ocurrente.
Años más tarde, al pensar en nuestro futuro, mis padres construyeron una bonita casa en Caracas, y se preparó todo para la mudanza. Para ese entonces  yo era  ya una adolescente. El día de la partida llovía a cántaros, pero a pesar del fuerte aguacero,  antes de irme, quise repetir el "tour" que  había realizado en mi infancia, para despedirme de mi vieja y nostálgica casona:  la sala, con sus dos viejas ventanas, donde estuvo la biblioteca de mi  padre y su máquina de escribir. Allí se inició mi pasión por la lectura y también por mis primeros intentos literarios, como  una novela inconclusa titulada "Vacaciones, a los catorce años, a la que mi padre solía celebrar con la imitación de los personajes, en la sobremesa, lo que nos divertía a todos los comensales. Asomada a la  ventana vi pasar la procesión del Nazareno cada año por Semana Santa, llevado por los fieles, a paso lento. También desde allí recibí, muy emocionada,  mis primeras serenatas. Poseída por los recuerdos, recorrí el resto de la casa hasta llegar, por último,  al montículo del corral, -en un tiempo brillante- testigo de mis juegos y pláticas con Chucho. Pero allí, en su lugar, estaba el frondoso árbol de limón francés, que mis padres habían plantado al eliminar mi pequeña "montaña mágica". Por él ahora caían brillantes gotas de agua, como recuerdo de mis antiguas piedras preciosas.
La lluvia arreciaba y bañaba las paredes. Pequeñas cataratas se deslizaban sobre las tejas, cayendo en los canales de desagüe. La niebla envolvía  la  casona, queriendo quizás enjugarle las lágrimas por nuestra partida. Me volví para ver por última vez mi  antigua y querida morada. Un nudo me cerró la garganta, mientras en mi alma se agolpaban  los recuerdos.
Luego, el sonido repetido de la bocina del automóvil y las voces de mis padres,  que me llamaban, apresuró mi nostálgica despedida. Y justo en  el momento en el que salía de la casa y me dirigía al carro,  un estruendo nos  sobrecogió: parte del techo  de la entrada había cedido, agobiado  por el peso  de la lluvia y de los años. Y entonces, en medio del triste espectáculo del derrumbe, alcancé a ver a un lado de la pared del zaguán una inscripción ennegrecida, pero todavía legible: 

“ Te amo, Mariana. No me olvides. Tuyo, para siempre, Chucho.  Los Teques, 28 de octubre de 1884”.
                                                 



Calle Guaicaipuro, No. 32. Imagen:WEB

viernes, 4 de noviembre de 2011

TRABAJO A BORDO


De izquierda a derecha: un subalterno, el Capitán Antonio Romero, Myriam Paúl y a su lado otro de los amables subalternos.
       
      Esa mañana de enero de 1974,  muy temprano, en cuanto entré a mi oficina de la Biblioteca Metropolitana de la Corporación Venezolana del Petróleo, que dirigía en aquel entonces, sonó  el teléfono. Era mi jefe, quien me solicitaba pasar por su oficina para darme instrucciones sobre una encuesta que yo debía realizar  a bordo del tanquero Independencia I. Cuando estuve allí me explicó que la empresa requería conocer las necesidades de información de sus tripulantes con el fin de  satisfacerlas lo más pronto posible. Para ello se me asignaba  la tarea de entrevistar  a bordo tanto a Oficiales como a Subalternos durante la travesía del  buque  desde el Terminal Marino de Guaraguao (Edo. Anzoátegui) hasta Puerto Punta Cardón (Edo. Falcón). Este trabajo se realizaría  de esta forma y no en el puerto, porque anclado el buque, la mayoría de la tripulación estaría ausente. Al regreso debía  presentar un informe detallado de mis actividades ante mi gerencia para la toma de decisiones respectiva por parte de la empresa. Por esto, el Lic.  Salazar Mata me autorizó a pasar por el Departamento de Marina con el fin de obtener el permiso de navegación respectivo. El viaje, finalizó diciendo,  tenía que realizarse a la mayor brevedad, así que tenía que actuar de inmediato. La noticia de este viaje de trabajo se me presentaba como un reto, por lo que,  bastante nerviosa, cumplí con sus instrucciones.
      Cuando más tarde, en el Departamento de Marina, informé al Capitán Piccardi sobre el propósito de mi visita, él se mostró algo extrañado por mi viaje en el tanquero,  procedió inmediatamente  a extenderme  el permiso de navegación por quince días. En el momento de entregármelo sin embargo, me preguntó sonriendo si no sentía temor de viajar  sola  en una embarcación en compañía de treinta y dos hombres. No menos sorprendida que él  le respondí en la misma tónica bromista, que no creía que tal batallón pudiese conmigo; que quizás - y eso habría que verse- pudiera temerle a un solo contrincante. Y al despedirme  le agradecí el permiso concedido que me permitía otear nuevos horizontes laborales y marinos; y esto, pensé,  no obstante los peligros imaginarios sugeridos en broma por el pícaro gerente. 
     En relación a esta nueva experiencia de trabajo, una vez que  en la Gerencia de Personal se enteraron  de la novedad del viaje,  solicitaron a la mía colaborar con ellos al incluir en las encuestas también las necesidades de adiestramiento requeridos  tanto por los  Oficiales como por los Subalterno, y así lo hicimos.
     El  domingo siguiente,  a las 5:00p.m, por instrucciones del Capitán Antonio Romero, abordé el B/T Independencia I en  el Terminal de Guaraguao.  Una vez allí mis cuatro puntos cardinales lo constituyeron: proa, popa, babor y estribor. Realicé algunos dibujos del interior del buque para orientarme, pues por medidas de seguridad, no se permitía tomar  fotos en la cubierta sin permiso del Capitán. 
     A las 5:00 a.m. de la mañana del lunes zarpó el tanquero de Guaraguao rumbo  a Punta Cardón, concretamente, del oriente  al occidente de la costa venezolana. Dos embarcaciones  remolcaron la salida del pesado tanquero hasta alta mar, para dejarlo continuar el viaje en compañía solamente  de la tripulación, el viento y el oleaje.
      Inicié mis actividades esa misma mañana a primera hora  con una serie de entrevistas  en agenda. Primero realizaría la de los  Oficiales y luego la de los Subalternos. Otro de nuestros objetivos  era diagnosticar  si había bibliotecas a bordo, su ubicación, espacio, etc.; en caso contrario, si se disponía en el buque  de algún espacio  para su instalación. La creación de estas bibliotecas en los tanqueros, que a futuro facilitaría la información a los tripulantes con personal del barco encargado de esta tarea,  se haría bajo la supervisión del personal de las Bibliotecas de la CVP en Maracaibo, Metropolitana en Caracas  y una tercera que se establecería en tierra firme : Puerto La Cruz.  Contemplaba la incorporación de material bibliográfico técnico y recreativo. 
    Cuando me encontraba entrevistando  al Capitán Romero, se abrió repentinamente la puerta de su oficina para dar paso a un airado personaje que gritaba  muy sofocado, dando pasos nerviosos por la estancia. Su Comandante trataba de calmarlo inutilmente, pues el oficial, sin escucharlo continuaba echando chispas, hasta que, finalmente, puso sobre el escritorio del Capitán su renuncia irrevocable al cargo. Presumo que su furia le impidió notar mi presencia, por lo que decidí dejarlos solos en una discusión en la que yo estaba demás.  Mas tarde me enteré que se trataba del Jefe de Máquinas, segundo en el mando de la nave. En mi afán de no perder tiempo me dirigí a la Sala de Calderas para entrevistar al Oficial encargado. Cuando  ya daba por finalizada mi labor  con el personal del  departamento, tropecé con una tubería quemándome el pie izquierdo. Gracias  a Dios, que el accidente no tuvo consecuencias graves, sólo una pequeña molestia  de la que yo misma era culpable. Simplemente no me atuve al horario pautado en la agenda.  Cuando esa misma mañana procedí a entrevistar al Jefe de Máquinas, éste me recibió sonriendo en su oficina, como si el incidente mañanero entre él y el Capitán jamás hubiese ocurrido. Por su amable actitud creo que no se percató   de mi presencia ni  de mi desaparición en el momento de su airada visita al  Capitán Romero.
Al otro día, cuando terminé de reunirme con los Oficiales, continué con los  Subalternos. Estos encuentros no me resultaron fáciles, pues al aprovechar la hora del almuerzo para realizar mis entrevistas, debido a que muchos de ellos estaban presente en el comedor, ellos  al verme entrar en compañía del Capitán  se cohibían dejando a un lado los cubiertos, en cuanto nos acercábamos a sus mesas. Presumo que les causaba extrañeza verme junto a la primera autoridad de la nave,  en un mundo totalmente masculino. Por esta razón, de manera de romper el hielo tuve que valerme de mucha maña para entrar en confianza con ellos. Les preguntaba sobre sus lugares de origen, sus familias y, finalmente, sobre sus respectivos  trabajos. Entonces,  poco a poco, retomaban los cubiertos y tímidamente respondían a mis preguntas.
Durante la travesía tuve que ajustarme al  horario establecido a bordo, tanto de trabajo como de comidas.   A las 5:30 a.m. se servía el desayuno, a las 11:30 a.m. el almuerzo, y la cena a las 5:30 p.m.  Las colaciones eran  sabrosas, pero demasiado abundantes para mí que no tenía el mismo apetito que el resto de la tripulación. 
Una  noche  me encontraba descansando en el camarote cuando  me llamaron desde la cabina de mando para que viera el hermoso paisaje que ofrecían las costas de Curaçao, Aruba y Bonaire. El espectáculo era único. Las luces de los  puertos titilaban compitiendo con las estrellas, mientras nos arrullaban las olas y nos acariciaba la brisa.
El penúltimo día  de mi viaje atendí la invitación a cenar con el Capitán Romero y dos Oficiales. Y sucedió que mientras disfrutábamos ,  conversando animadamente, los ricos platos, súbitamente sentí que la comida tenía un extraño sabor a petróleo. Algo semejante  me había pasado, pero cuando tomaba el baño en el camarote. Me había puesto una crema  con olor a “Rosas”,  que  lejos de exhalar un aroma floral, ella dejaba escapar un extraño olor  a materia orgánica... ¡Parecido al petróleo! Mi cara descompuesta debió alarmar a mis compañeros de mesa, pues uno de ellos me sugirió  salir a la cubierta para respirar  un poco de aire fresco. Recuerdo que seguí su consejo,  pero el resultado fue desastroso: la brisa marina que llegaba hasta mí estaba contaminada  con los gases del combustible almacenado en las grandes cisternas, lo que quizás contribuyó a intoxicarme aún más.
Pasé una noche terrible, pensé en llamar al médico, pero mientras me decidía a hacerlo  me quedé dormida.  Al día siguiente me sentí mejor a pesar de mi debilidad y del calor ocasionado por la falta de aire acondicionado. Una falla en el  sistema  había  hecho que los técnicos redirigieran la energía a otras áreas prioritarias  del buque y no a las oficinas, por lo que el calor era insorportable. A pesar del sofoco que sentía traté de acelerar el trabajo   con la colaboración del personal de Telecomunicaciones. Luego, como el permiso de navegación que se me había extendido era por quince días exactos, el Capitán Romero me preguntó si iba a continuar el viaje con ellos por ese lapso y le contesté que no, que ya el trabajo había sido realizado casi en su totalidad. Sólo  faltaban  pocas encuestas. Estas se habían enviado  por escrito a los tripulantes para luego ser  remitidas  a Caracas,  por  un técnico del Departamento de Telecomunicaciones,  que amablemente había colaborado conmigo.
  Al tercer día  arribamos a Punta Cardón y los antiguos compañeros   del Capitán Romero, quien ya no pertenecía a la Shell sino a  la Corporación Venezolana del Petróleo (CVP), lo invitaron a celebrar esa noche su llegada bajo una nueva bandera a un restaurante. El Capitán  me invitó a  unirme al grupo. En  el local el Capitán Romero se mostraba alerta en todo momento, observando la actitud  de sus compañeros para conmigo.De pronto uno de ellos me tomó muy entusiasmado por el brazo felicitándome por  el hecho de ser yo la única mujer que viajaba a bordo del buque; me dijo que yo merecía un premio por haberme atrevido a  viajar en el tanquero. Por esta razón él  proponía que fuéramos  al Club a buscar un perfume, como premio,  para entregármelo. El Capitán Romero, al darse cuenta de la situación se acercó rápidamente hasta nosotros, avisándonos que ya era muy tarde y que teníamos que volver al barco, pues yo debía regresar al día siguiente muy temprano a  Caracas.  Entonces, justo en el momento  antes de abordar,  el Capitán excusó a su amigo por la conducta un poco inapropiada para conmigo, y me confesó que daba gracias a Dios de que el incidente hubiese ocurrido en tierra firma y no a bordo. Alegó que  mucha gente pensaba que los marinos tenían fama de ser “lobos de mar”. Le agradecí su gesto, y le comenté que que no tenía por qué preocuparse, porque su compañero de trabajo al tomarme por el brazo, estaba segura de que sólo habia querido ser amable. Un poco más conforme con mi respuesta, el Capitán  Romero me acompañó hasta la puerta del camarote del Capitán en Entrenamiento que  se me había sido  asignado durante la travesía.  Al entrar,muy cansada por los acontecimientos,   la cama, adosada al piso, al igual que todos los demás muebles,  me llamaba a gritos, recordándome que tenía que descansar,  pues mi vuelo era el primero  que salía del aeropuerto de Las Piedras hacia  Maiquetía al día siguiente.
Luego que muy temprano, el Capitán Romero y  yo hubimos tomado el desayuno, salimos hacia el aeropuerto. Cuando el chofer se detuvo ante la alcabala del muelle de embarque y el Guardia Nacional  nos preguntó hacia dónde nos dirigíamos, el alto oficial le  informó nuestro destino. Como el Guardia me observara detenidamente,  el Capitán le mostró mi permiso de navegación, explicándole  que mi presencia a bordo obedecía a un trabajo que  la CVP me había ordenado realizar a bordo del tanquero.  Los ojos   del Guardia recorrían mi cuerpo sin decir una sola palabra. En vista de la perplejidad del subalterno el Capitán repitió con calma: “Sargento, la señora vino a realizar un trabajo a bordo. Aquí tiene su permiso de navegación. Déjenos pasar que tenemos prisa". “¿Un trabajo a bordo?- dijo al fin, reaccionando, mientras reía nerviosamente- ¡Ah, disculpe usted mi Capitán, por favor, pasen, pasen, por favor". Luego, con la misma actitud incrédula procedió a levantar la palanca para permitirnos salir finalmente hacia el aeropuerto de  Las Piedras. Por curiosidad,  decidí mirarlo esta vez yo, y al hacerlo  creí ver  en su rostro una sonrisa  juguetona, sin decidirse todavía, a bajar nuevamente la palanca.  
 Poco tiempo después, se envió a los tripulantes del B/T Independencia I  un gran lote de libros destinados a cubrir sus necesidades de información y recreación. Por su parte, la Gerencia de  Recursos Humanos cumplió con los cursos solicitados por sus tripulantes. Luego, en 1975, vino la Nacionalización del Petróleo  y con  ella la estructura  de la nueva empresa Petróleos de Venezuela (PDVSA), en la que se produjeron  cambios positivos para todos.  Y la historia petrolera continuó su curso exitosamente... en aquel entonces.   

Caracas,  noviembre, de 2011




Dibujo de la popa realizado por mí  desde el puente  del B/T Independencia I 
  


martes, 25 de octubre de 2011

UNA MUJER EN IGUALDAD DE CONDICIONES



MI FLAMANTE ESCRITORIO

     Al inicio de mi trabajo en la OPEP, se acostumbraba celebrar cada lunes por la tarde una charla o Lecture. Generalmente, que recuerde, la dictaba el propio Secretario General. Como en ese entonces la sede de la organización estaba ubicada en un viejo edificio de Brücknerstrasse, frente a la Embajada de Francia, y  éste tenía poco espacio,  estas  conferencias se celebraban en la Biblioteca. Una gran mesa modular, permitía a los asistentes sentarse cómodamente a ella. En vista de que mi escritorio quedaba al frente y   junto a una de las ventanas, yo prefería escuchar la charla de turno desde  allí,  y observar  la  ronda masculina en sus sillas azules. Desde ellas  llegaban a mi palco particular frases en árabe, iraní o español  antes de que hiciera su entrada el Secretario General, quien  se dirigiría a nosotros en  inglés, idioma oficial de la Organización.
     Un día el doctor Aníbal Martínez, geólogo venezolano –en ese entonces Jefe del Enforcement  Department -quien junto con el abogado Humberto Adrianza Rincón, del Legal Department   y  quien suscribe, del Information Department, formábamos la cuota de personal venezolano del Staff de  la Organización- me preguntó extrañado por qué no escuchaba las charlas sentada a la mesa como los demás miembros del Staff. Como  le respondiera que me sentía muy cómoda, haciéndolo  desde mi escritorio y darle de esta manera sitio a algún otro participante,  me contestó que eso no estaba bien, pues mi lugar estaba junto a mis compañeros del Staff de la Organización. Cuando, con cierta timidez, le argumenté que yo era la única mujer del grupo, el Dr. Martínez argumentó que eso no me impedía participar en ella, y que la próxima vez quería verme sentada a  la mesa y no junto a mi escritorio. 
      Como comprendí que  mi compatriota tenía razón, al lunes siguiente  me sumé al grupo,  según lo aconsejado.  Y sucedió que cuando ya se había iniciado la charla presidida por el Secretario General, tocaron a la puerta de la Biblioteca,  que estaba  próxima a la  silla donde estaba sentado el alto ejecutivo árabe, por lo que él mismo tuvo que pararse para abrirla. En el vano de la puerta apareció María, la señora que traía el carrito con los refrigerios, y sucedió que, al momento de pasar, éste  se atascó, impidiéndole continuar, por lo que   ella, muy confundida, me dirigió una mirada suplicante al otro extremo de la mesa, donde me hallaba, solicitando mi ayuda.  Cuando me percaté de su señal, quise pararme para ir en su auxilio,  pero al intentarlo,  la  orden visual del Dr. Martínez  congeló mi intento,  por lo que tuve que sentarme de nuevo. Interpreté su mirada como una indicación de que había otras personas que estaban cerca de la puerta que  podían auxiliarla y no expresamente yo. Fue entonces cuando el propio Secretario General y otro de los asistentes la ayudaron a pasar el refrigerio. Al terminar la conferencia, pude observar que Aníbal Martínez se mostraba satisfecho  de que  yo hubiera seguido su consejo  al unirme al grupo del Staff y comportarme como un  miembro más,  lo que significaba que yo era  una mujer  en  igualdad de condiciones a los asistentes masculinos a los Lectures semanales.




NOTA: El Dr. Aníbal Martínez, luego fue  Jefe del  PR & Information Department  al cual estaba adscrita  la Biblioteca que yo dirigía. El es un hombre de quien guardo muy buenos recuerdos por su gran inteligencia, su preparación  y su sentido de justicia.  Un gran gerente con alto prestigio  y reconocimiento dentro del personal de la Organización de Países Exportadores de Petróleos (OPEP).


VISTA DESDE MI PALCO
 
Caracas, 11 de octubre de 2011