domingo, 21 de junio de 2015

HUBO UNA VEZ UN PADRE

                               
                         Mi padre, Luis Alberto Paúl, escritor y periodista.

        Muchos de los primeros recuerdos de mi padre vienen de la época en la que vivíamos en Los Teques, cuando él trabajaba en Caracas en el diario "La Esfera". Estas remembranzas muestran cientos de facetas suyas traídas por la nostalgia. 

       Por ejemplo, veo al padre que por las noches venía cansado de su trabajo en el periódico", y que sus cuatro hijos esperábamos con el clásico "¿Qué me trajiste?". Entonces mi papá sacaba de sus bolsillos caramelos, chicles y yaquis. Nos traía también, para la cena, bolsas de acemitas dulces que compraba en la Esquina de Las Gradillas.

                     Mi papá en la redacción del diario "La Esfera"


       También me acuerdo de las muchas veces que, luego del almuerzo dominical, en la sobremesa, mi padre preguntaba quiénes de nosotros queríamos quedarnos para la competencia de Castellano. Esta consistía en dictados de textos, o de palabras con "H" -intercalada o inicial-; "B" o "V" y su deletreo. Algunos de mis hermanos y primos escapaban con disimulo al reto, y permanecíamos sentados a la mesa sólo mi hermano Alberto y yo. ¿La atracción? ¡Un billetico morado de ¡Diez bolívares!  que mi papá chasqueaba con la mano, como premio al ganador. Y nosotros no podíamos perder tal recompensa, que para ese entonces representaba un verdadero Capital destinado a las chucherías. 
        
        En las tareas escolares acudíamos al auxilio paterno para que nos tomara  la tabla de multiplicar; nos corrigiera las composiciones y nos ayudara con sus maravillosos dibujos. De esta manera reforzábamos la asistencia que también nos brindaba nuestra madre. Pero aquí los premios- según nuestro esfuerzo- eran semanales, mensuales y, sobre todo anuales, si terminábamos el año escolar en forma satisfactoria. Entonces venían las vacaciones en una casita en la playa, que mis padres alquilaban y en la que permanecíamos dos largos y sabrosos meses en  Los Corales.

      Viene a mi mente la imagen de mi padre, cuando preocupado, porque estábamos enfermos, se iba al trabajo y no dejaba de llamar a mi madre por teléfono para preguntar por nuestra salud. Y lo mejor de todo es que las llamadas se producían tantas veces como hoy se podrían hacer por el celular.

     Otras veces nos reprendía  con severidad, cuando nuestra conducta dejaba qué desear. Jamás nos dio "pela" alguna. Nos hacía ver nuestros errores las veces que nosotros parecíamos ciegos a ellos.

     Su gran humor nos hacía reír y también sus estupendas imitaciones de nosotros mismos. Sus historias de la infancia en los lejanos días llaneros en Tame, en el que sus aventuras competían con las de Tom Sawyer. Aparecían amiguitos que comían tierra, porque le gustaba, y azuzados por sus compañeritos de escuela, entre ellos mi papá, que le decían: "Gilberto, come tierra, come tierra" y que el chico muchas veces respondía "Esta no, porque está muy sucia".

     El teclear de la máquina de escribir mecánica en las madrugadas, cuando redactaba sus crónicas, reportajes o sus libros, se volvió tan grato para mí, que siempre quise imitarlo desde la infancia. Desde muy temprano me gustó el oficio de escribir de mi padre, con sus pausas y su música.

      Y así fue durante toda su vida.  Sus escritos, sus libros y premios literarios se convirtieron en mi brújula. Cuando yo escribía y le daba a leer algunas de mis crónicas, e inclusive el inicio de una novela que intenté escribir cuando tenía dieciséis años, me aconsejaba cuidar la prosa y "castigarla". Siempre me aconsejaba escribir todo de una vez, y luego infligirle el castigo necesario. También me recomendaba escribir una página diaria. "Al año, verás que ya tienes un libro".

         Su ayuda siempre estuvo presente tanto en el colegio como en la universidad; en mi vida personal y profesional; cuando tomé la gran decisión de irme a trabajar a Europa, sin haberla siquiera visitado. También me asistió en las indecisiones de mi vida. 
      Y  estas sugerencias  fueron tan acertadas, que una vez - dos meses tan solo antes de su fallecimiento, en noviembre de 2008- yo le leí un cuento que había  escrito para un certamen de narrativa que se llevaría a cabo en Buenos Aires. La historia versaba sobre un marino del barco nazi el "Sesostris", hundido en Puerto Puerto Cabello en 1941. El título del cuento era: "Ordenes son Ordenes; episodio basado en la tragedia del "Sesostris", durante la Segunda Guerra Mundial", (subtítulo sugerido por mi padre) .  Una vez que le hube leído el borrador, mi papá me preguntó si el protagonista moría, pues el final estaba algo confuso. Como le respondiera de manera afirmativa, me dijo: "Myriam, entonces describe mejor la muerte del personaje, pues es un hecho demasiado importante para sólo sugerirlo..." Al llegar a casa seguí su consejo e imaginándome las circunstancias terribles que enfrentó mi protagonista esa noche del incendio de su barco, describí como pude su triste final y el 30 de septiembre, fecha tope para  la remisión de los relatos, envié  la historia al " Quinto Certamen Literario de Cuentos de Pepe Fuera de Borda" en Buenos Aires, Argentina.

     Dos meses después de la partida de mi padre, Luis Alberto Paúl, - el 26 de diciembre, cuando hubiese cumplido 98 años de estar vivo -, asistí a una misa en su nombre. Al regresar a casa sentí curiosidad por saber cuál habría sido el resultado del certamen, que por cierto, se daría al finales de diciembre. Al entrar en Internet busqué la página del certamen para ver los resultados preliminares, y me encontré conque mi cuento "Ordenes son Ordenes..." ¡Había quedado entre los Cuentos Finalistas!


Caracas, 21 de junio de 2015, Día del Padre.