miércoles, 22 de febrero de 2017

CRONICA DE RAFAEL RODRIGUEZ CALCAÑO SOBRE UN ACTO DE VALENTIA EN SU NIÑEZ




     Ayer, cuando revisaba Facebook me encontré con una linda crónica escrita por Rafael Rodríguez Calcaño, sobre un episodio de su infancia relacionado con el abuso de un grandulón que se quiso apropiar de su caja de chiclets. Como me gustó tanto la historia, por el profundo contenido y por lo bien escrita, le pedí autorización a su autor para publicarla en uno de mis blogs, y así tenerlo como escritor invitado. Le expliqué que su historia - según mi humilde opinión - luego de cumplir su objetivo, se deslizaría por el inmenso tobogán de la red para reunirse con el resto de la información que, con la velocidad de la tecnología de punta,  se pierde para dar paso a otra. En cambio, al hacerlo en un blog, también de tecnología de avanzada, pero con una estructura diferente, que permite guardar lo publicado por más tiempo, allí quedaría registrada para que la leyeran otros lectores del mundo. Como mi amigo se complaciera con la invitación, me autorizó a publicarla.

     Pero antes,  a título de presentación para quienes no conozcan a mi invitado,  les diré que Rafael Rodríguez Calcaño es venezolano y vive en Caracas. Su actividad profesional - según su propia presentación en Facebook- se resume como sigue:

     - Traductor audiovisual inglés y francés en Freelance.
     - Trabajó como Director Editorial en PLAYCO EDITORES
     - Estudió Tradiciones Narrativas en Escuela de Altos estudios en              Ciencias Sociales.

     Y a continuación, la crónica, publicada ayer en el muro de Francisco en Facebook, y que causó entre el resto de sus amigos virtuales los más variados e interesantes comentarios:


"Recuerdo que cuando tenía 11 años había en la cuadra donde vivía un muchacho pendenciero que tenía 13 años y era más alto que yo. Como era el más grande de la cuadra, se la pasaba caribeando a los demás niños y un día se me acercó y me quitó una caja de chiclets que yo traía en la mano. Cuando le reclamé, me dio un golpe fuerte en la oreja que me dolió bastante y me dejó viendo estrellitas. Me fui y llegué a la casa con lágrimas en los ojos de la rabia y la impotencia que sentía. Mi papá me vio llegar y me preguntó qué me había pasado. Le conté y le confesé que me había rajado porque el otro era más grande. Por toda respuesta, mi padre me dijo: ¡Móntate en el carro!, y me llevó a unos metros de la esquina donde estaba el muchacho. "Bájate", me ordenó, "y aquí no vuelvas hasta que recuperes la caja de chiclets, porque si te dejas someter una vez te van a someter siempre". No me quedó más remedio que, sollozante y temeroso, bajarme del carro y como más miedo le tenía a mi papá que al muchacho, fui hasta donde estaba el caribeador a pelear con él. Solo que en el camino agarré una peñona bien grande, Me le planté enfrente y le dije: "dame mi caja de chiclets o te lanzo esta piedra". "No me digas", dijo el caribeador, "quítamela, pues" y muy seguro de que yo no me iba a atrever a lanzarle la piedra avanzó hacia mí para volverme a golpear. Ahí mismo agarré la piedra con las dos manos y se la encajé en la frente. Con el golpe y la sangre, el muchacho quedó aturdido y así pude sacarle del bolsillo mi caja de chiclets. Le cosieron 10 puntos en la frente. Gracias, viejo, por enseñarme a no dejarme someter por nadie.






IMAGEN: WEB
Caracas, 20 de febrero de 2017