domingo, 23 de diciembre de 2012

UN MISTERIOSO AGUJERO

                   
¡FELIZ NAVIDAD, AMIGOS MIOS!


MI NACIMIENTO EN CASA
(Cuento publicado en www.uncuentoentreamigos.blogspot.com)

         Un día Martina y sus hermanos se encontraban jugando con sus primos en el patio trasero de su casa. Luego, cansados  y sudorosos se sentaron a descansar un rato. Como ya se acercaba la navidad, la conversación giró en torno a lo que le habían solicitado al Niño Jesús o a Santa para Nochebuena.
         -Yo pedí una patineta –dijo Nicolás.
         - Y yo una caja de pinturas al óleo - expresó Emiliana, mientras se tomaba un refresco.
         -Yo un muñeco orinón- terció Mariela.
         - Pues yo les pedí al que pudiera, el Niño o Santa, una bicicleta –  agregó Eugenia.
Como Martina permaneciera callada escuchándolos, Mariela le preguntó extrañada:
- ¿Y tú todavía no le has escrito a Santa, prima?
- Claro que sí. Hace unos días mi papá se llevó nuestras cartas para enviarlas desde su oficina.
-¿Y qué te van a traer, se puede saber?
- Pues además de algunos cuentos y una muñeca, les dije que me trajeran unos patines rueda libre de acero. Tú sabes,  los winchester  de primera. Les dije que no importaba si no me podían traer todo, pero que, por favor,  no se olvidaran de mis patines con municiones- expresó esperanzada.
La chica soñaba con ellos, pues sólo tenía unos  winchester de segunda clase que  reducían la velocidad de sus carreras, durante las patinatas navideñas.
Ese día de la tertulia se hacían las hallacas en  la casa y el olor del guiso se esparcía por todas partes.  Y sucedió que, en uno de los  constantes viajes de la patinadora a la cocina para cogerse las pasitas, su madre tomándola por un brazo le dijo:
- Martina, muchacha, deja ya de comerte las pasitas que después van a hacer falta. Hazme  más bien un favor, en lugar de estar curucuteando en la cocina. Ve a mi cuarto, y en  la última gaveta del  armario busca un rollo de pabilo y me lo traes rápido, que ya se me está acabando y me falta todavía envolver los bollos.
Cuando la niña buscaba el pabilo en la gaveta, su mano tropezó con un paquete  envuelto en papel navideño. “Posiblemente sea uno de los aguinaldos que mami tiene que dar en sus fiestas benéficas”, pensó. Y ya se iba con el encargo, cuando su curiosidad la detuvo. Sacó el pesado paquete, lo palpó, trató  de adivinar su contenido y como no lo consiguió, le abrió con mucho cuidado un huequito al papel. Sus ojos se agrandaron al ver que por él salía una rueda de patín ¡con municiones! Feliz con el hallazgo, comenzó a girar la rueda una y otra vez, hasta que la voz de su madre la sobresaltó:
- Martina, apúrate y tráeme el pabilo que lo necesito ahora, no mañana.
- Sí, mami, ya voy, ya voy- contestó azorada y rápidamente volvió a guardar el atractivo envoltorio en el mismo lugar en el que lo había encontrado. Pero sucedió que cada vez que se presentaba la oportunidad, y cuidando que nadie la viera, la chica iba al armario de su madre, sacaba  el maravilloso paquete  para admirarlo y darle vueltas a la ruedita. Mientras ésta giraba y giraba, ella sentía una profunda envidiaba del destinatario. “Quizás se trate del hijo de una amiga de mi mamá o uno de sus tantos ahijados”, se dijo esta vez.
Pasaron los días y llegó la tan ansiada Nochebuena, y con ella, la cena navideña. Los niños, engalanados para la feliz ocasión recibieron junto a sus padres, a los familiares y amigos. Llegaron cargados de regalos que colocaron al pie del arbolito o el pesebre. Más tarde vino la parte más emocionante de la noche: se cantaron villancicos al Niño Jesús, celebrando su nacimiento, y se intercambiaron  los presentes. Luego, se sirvió la cena en la que las hallacas, el pernil, la ensalada de gallina y el  dulce de lechosa hicieron las delicias  de todos.
Los niños  corrían y jugaban, cuando de pronto escucharon emocionados que sus padres tocaban la diana  para anunciar la próxima visita celestial, tintineando las copas con los cubiertos.
- Hijos míos, se acerca la llegada de Santa, así que a la cama. Si él ve alguno de ustedes despierto, pasa de largo sin dejar sus regalos. Miren que esta vez él acompaña al Niño Jesús, así que tendrán más trabajo y mayor prisa debido a que tienen que visitar otros chicos. ¡A dormir, pues, que ya se acercan!
¿Por dónde van  ellos ahora, mami? – preguntó ansiosa Emiliana.
-  Si salieron esta mañana de Europa, según mis cálculos, esta tarde llegaron a Venezuela. Así que ya deben estar en Caracas-  dijo la madre mirando fijamente su reloj pulsera. Recuerden que los trineos son muy veloces. ¡Ultima llamada! ¡A la cama todos, niños!
Esta vez la prole obedeció rápidamente para evitar que los encontraran despiertos.
A la mañana siguiente, la algarabía infantil, despertando a los padres era total:
- ¡Vino el Niño!
- ¡Vino Santa!
Los más pequeños observaron emocionados los regalos al pie de la cama. Luego los tocaron para comprobar que, todavía, conservaban el frío de las nubes, además del aroma celestial. Por último se abalanzaron sobre ellos para romper las envolturas.
Martina no podía creer que le hubieran traído tantos obsequios. “Gracias, Santa. Gracias, Niño Jesús. Les prometo que el próximo año me portaré mejor”, pensaba mientras  abría los paquetes y organizaba frente a ella los cuentos, la muñeca y el juego de damas chinas. Entonces, muy entusiasmada, procedió a abrir el siguiente.
 Y sucedió que al hurgar entre el montón de regalos, extrajo uno envuelto en un papel navideño algo sucio, arrugado y con un misterioso agujero.


Myriam Paúl Galindo © Caracas, 1992, 2009.





sábado, 15 de diciembre de 2012

DORITA Y SU COPILOTO

¡¡LA DECISIÓN DE DORITA!!
     En mi familia, como en tantas otras, se tienen y quieren a los animalitos domésticos. Como yo no los tengo  en mi casa, me encanta verlos cuando voy a las de mis hermanas, Dorita  o Norma, y  sus mascotas me reciben moviendo la colita. Bruno Elías, por ejemplo, me sigue por todas partes, yace en mi regazo o a mis pies, y es tanto el apego  que nos tenemos, que mi hermana me ha dado al perrito por "ahijado". Y sin pila bautismal alguna han recibido nombres del calendario católico como José, Filippo Antonio, y como antes mencioné, Bruno Elías.
 Allí nunca han faltado tampoco  loros, pericos, morrocoyes,  y aunque parezca extraño, alguna que otra culebra. Sí, una vez una mapanare pequeña, tal vez atraída  por la hospitalidad de sus dueños, se enrolló -para pánico de todos en casa- en el farol del porche, sintiéndose como en su propia casa. 
     Algunos de los canes han dejado huella en la familia, incluyendo dos perritas de mi Mamá,  que ahora duermen su sueño eterno en un rincón del lindo jardín de la casa de Dorita. 
      Norma, mi otra hermana, tiene por su parte una perrita llamada Wendy, y siempre  me comenta que recibe la visita de muchos pajaritos que se meten por la puerta de la cocina a comer el plato de arroz servido por ella. El único día  que no van - ¡Cosa extraña! - es el domingo. ¿Será, porque al igual que los humanos, ellos también descansan?
      Y el amor que Dorita les tiene los animales domésticos, heredado por sus tres nietas, viene a colación en esta crónica, por lo que ella me contó que le había sucedido esta mañana y que creo vale la pena compartir.
       Como ella tenía cita con el dentista, se dirigió en su carro al consultorio que está situado al otro extremo de la ciudad, en El Marqués, por lo que tomó la Autopista del Este. Había iniciado ya su recorrido, cuando  ella sintió con extrañeza que no estaba sola, que alguien la observaba, pero sin prestarle mayor  atención de la debida a esta incómoda sensación, continuó manejando. Como ésta persistiera, dio un vistazo a su alrededor y se fijó que en el tablero de mando, en la cónsola, estaba cómodamente instalada una hermosa rana que  la miraba con fijeza. Mi hermana pensó que, con seguridad se había metido al carro -desde el jardín de su casa- al abrir la puerta.  o tal vez, al dejar la ventana abierta. En vista de que no podía sacarla, continuó guiando inquieta, en medio del terrible tráfico. Pensaba, mientras tanto en la manera cómo evitaría que la rana le saltara encima. De pronto, tal como había pensado, el batracio brincó, pero en sentido contrario, desde la cónsola hacia la guantera. 
¡QUIERO SALIR A PASEAR!
 Acto seguido  temió que la rana, que según ella misma afirma, quería ser su copiloto, llevada por la emoción del viaje esta vez olvidara su misión, y provocara un accidente. Dorita continuó su viaje bastante atemorizada, pero decidió impedir cualquier  otro “salto de rana”, tirándole encima, con gran cuidado para no hacerle daño, una pasmina que llevaba con ella. Efectivamente el chal cubrió al animalito por un momento, pero al rato, la rana asomó la nariz preguntándose quizás, por qué la arropaban si no hacía frío. Mi asustada hermana tomó de nuevo la tela por una punta y la tiró para volver a tapar al batracio.  
¡Y YO QUE DESEABA SER COPILOTO DE IDA Y VUELTA!
Esta vez transcurrió un lapso mayor, sin embargo aún quedaba un buen trecho de autopista, así que el peligro persistía. Por esta razón, Dorita decidió aparcar en el hombrillo, haciendo malabarismos en el tráfico mañanero, y con muchísimo cuidado,  justo cuando vio a un jardinero que  limpiaba el monte de una cuneta. Una vez allí le explicó la situación y le solicitó que sacara a la rana. El hombre entonces utilizó su gorra para recogerla y dejarla entre las matas de la autopista.
     En cuanto Dorita solucionó el problema,  suspiró aliviada de haber podido evitar un accidente y se contentó de que la ranita encontrara un lugar amable donde vivir. Pero cuando me contó lo historia me confesó, muy apesadumbrada, que se sintió muy mal por haber  tenido que abandonar  a uno de los animalitos domésticos de su  propio jardín en un lugar tan lejano a su hogar en Santa Mónica. 

-¡Pobre rana, - repitió muy triste- ahora tan lejos de su casa,  donde hubiera podido continuar siendo  tan feliz!



¡ NO IMPORTA, YA VERE LA MANERA DE VOLVER A CASA!


Caracas, 7 de diciembre de 2012




BRUNO ELIAS Y YO