sábado, 21 de mayo de 2011

SENTIMIENTOS



No importa en qué idioma se diga: TAR (sueco); TRANE (alemán); TEAR (inglés); LARME (francés); LACRIMA (italiano) y LAGRIMA (1), como la conocemos y lloramos nosotros. Se traduce igual. Ella es producto del sentimiento: la emoción, la pasión, el dolor, la tristeza o la alegría. El Diccionario de la Real Academia Española, en su sexta acepción la describe como "6. pl. fig. Pesadumbre, adversidades, dolores" y en su primera "Lágrima. (Del lat. Lacrima.) Cada una de las gotas del humor que segrega la glándula lagrimal y que sobreabunda y vierten los ojos por motivos morales o físicos. Invertí los órdenes establecidos en el diccionario, pero yo tengo mi propia escala de valores al respecto. Creo que para que se produzcan las lágrimas hace falta primero haber experimentado una emoción por  alguien o algo. En todo caso creo que ellas son una respuesta a un estímulo negativo o positivo. Las lágrimas están íntimamente relacionadas a la vida del Reino Animal, porque además del Hombre, máximo exponente de la especie, también los animalitos lloran.

Quise indagar un poco sobre el tema de las lágrimas -tópico sobre el que debíamos llevar un ejercicio al grupo literario -y, aprovechando el "lagrimeo" que tenía, producto de una repentina conjuntivitis-, sostuve una interesante conversación con el Dr. Luis Ferrer, de Asesoría Médica de Palmaven, sobre cuál era, desde su punto de vista el origen de las lágrimas.
-Las emociones- me contestó afirmativamente, no dejando lugar a dudas.

Cuando le pregunté el enfoque médico al respecto, me informó que las lágrimas existían para "mantener la lubricación del globo ocular, que permita el juego de los párpados sobre él, evitando de esta forma erosionar la mucosa. Esto podría ocurrir si no hubiese la lubricación que producen las lágrimas". Me comentó también que "hay unas unas glándulas lacrimógenas que producen las lágrimas. Estas son una suspensión cuyo mayor componente es el agua isotónica. El llanto produce un estímulo que contiene la glándula lagrimal, segregando la lágrima".

Interesante información, pensé al tiempo que agradecía la gentileza del galeno.

Por mi parte no puedo sino hacerme conjeturas sobre las mismas y recordar llantos pasados. Por ejemplo, en mi cerebro debe estar registrado mi primer impacto con el mundo. Esa salida abrupta del tibio vientre materno al extraño frío terrenal y a la relativa dureza de las manos de la Dra. Lya Imber de Coronil, debieron causar en mí una impresión horrible. Y, por supuesto, como le ocurre a  todo bebé al nacer, haberlas derramado como protesta obligada al experimentar un cambio tan desastroso.

A lo largo de mi infancia tuve "pataletas",  llantos "hipeados", no por tontería, según creían los mayores. Esos eran auténticos dolores, no menos respetables por lo repetidos.

Una amiga me contó, por ejemplo, su dolor cuando una amguita suya le arrancó los mechones de cintas a la bicicleta que acababa de traerle el Niño Jesús. Su dolor era también auténtico, porque, como el mío en la infancia, era "HI-PE-A-DO", espasmódico.

Ese tipo de lágrimas producía -y todavía produce- tal congestión nasal -que las fábricas de kleenex hacen no su agosto sino  todo su año a costillas de los llorones.

Recuerdo mis lágrimas saladas y abundantes, cuando me castigaban quitándome el cine. ¡Ay, Dios mío, cómo sufría! Interrumpí muchas veces mi casi Suma Cum Laude en la materia: mi conocimiento profundo, a los doce años, sobre la vida de los artistas y del mundo del celuloide. No se si por coincidencia, hace dos años, un director de mi empresa me dejó sobre el escritorio un hermoso regalo: un libro en francés sobre las luminarias del cine desde sus inicios hasta el presente. Este inesperado obsequio me transportó a la época de mi "Post Grado en Cine".  Y, al hacerlo me emocioné tanto que las traviesas lágrimas se asomaron de pronto para ver ellas también el precioso libro.


Ahora pasemos a la época donde comienzan las lágrimas más abundantes, más dolorosas y más bellas, por distintas: las que produce el enamoramiento primero y luego, el amor. Recuerdo la infinidad de veces, que teniendo como testigos la noche y la almohada, lloré desesperada un desamor, una ruptura.


Lloré también de alegría al conocer el amor y de felicidad al saberlo mío. Sollocé de emoción cuando me gradué, cuando me fui al exterior y vi empequeñecerse en el aeropuerto las figuras de mis seres queridos camino al avión. También lo hice al  observar desde la ventanilla la caprichosa geografía de mis costas venezolanas y cómo se perdían en la lejanía, entre las nubes. Y luego, al contrario, al dejar mis amigos austríacos, alemanes y ver alejarse la linda Viena en la que había tenido por primera vez mi propia casa. Recuerdo que era tanto mi dolor, que en el avión que me llevaba a Estambul, antes de regresar a Venezuela, un pasajero árabe me observaba compadecido y consternado por el llanto continuo y profuso, que mojaba su pañuelo, cortesmente ofrecido.


He llorado con llanto distinto, profundo, hondo, indescriptible y muy MIO, la pérdida de un ser querido y de un amigo. Los psicólogos catalogan como pérdidas, todo lo que se tuvo una vez y luego no se posee más. Estas pérdidas tienen su más alto grado de dolor cuando, como señalé antes, se trata de la partida de un ser querido. Luego, en escala, vienen los amores, el trabajo, un cambio de ciudad, de barrio, y así, hasta llegar a las cosas. Creo que sea cual fuere el origen de las lágrimas, éstas son el  producto  auténtico de nuestros sentimientos, de nuestras emociones; el clímax de la felicidad y del dolor. Y también, pienso yo, la  respuesta  agradecida al Creador por el don divino de la Vida.


1. Capitol´s Concise Dictionary. Buenos Aires, Capitol Publishing House, 1972.




Myriam Paúl Galindo.


Caracas, noviembre, 1992








domingo, 15 de mayo de 2011

¿QUIEN ES LA MAS HERMOSA?



Se dice que el mundo es como un inmenso teatro en el cual todos somos actores y público al mismo tiempo: nos observan y somos observados. En alguna parte leí que lo apropiado era posar la vista sobre las personas solamente tres segundos. Sin embargo, en mi opinión, existen ciertos lugares como transporte públicos, aeropuertos, restaurantes, etc., que se prestan para que ese lapso se alargue, siempre y cuando nuestra mirada no se cruce con la de la persona objeto de nuestra atención. José Saramago, el gran escritor portugués ya lamentablemente fallecido, describe esta observación de los demás como " un suculento análisis sociológico" en la crónica "Un brazo en el plato", incluida en su libro "Las maletas del viajero". Como refiere Saramago en su escrito, yo también he entrado sola a restaurantes y cafés, y también he puesto en práctica sin saberlo el mencionado análisis, como sucedió en el episodio que narro a continuación.
Una tarde que venía de realizar algunas diligencias en Las Mercedes, entré a merendar en una cafetería. Con el moccacino y el pastel en la bandeja me dirigí a una mesita ubicada en un rincón junto a un televisor. Al poco rato de haberme sentado, llegaron cuatro jóvenes que lo hicieron en la mesa de al lado. Tres chicos y una chica. Todos vestían de negro y llevaban piercings en la nariz, en los labios y, además llevaban los brazos tatuados. Me llamó la atención el chico que estaba a mi izquierda, a quien no podía ver sino de reojo. Era delgado y tenía un lindo perfil. Sus brazos lampiños y tatuados terminaban en unas manos muy finas con uñas largas, puntiagudas y pintadas de color rojo sangre. Luego los chicos trajeron dulces y refrescos. Entonces me fijé que mi vecino, al terminar su postre, raspaba con las uñas los restos de dulce pegados al papel para, finalmente, chuparse golosamente los dedos, mientras levantaba exageradamente el meñique.
Ante tan femenino, aunque poco elegante gesto, puse en duda que fuera un chico y con disimulo observé su pecho. La falta absoluta de relieve me indicó que sí lo era, aunque también podía darse la posibilidad de que fuera una jovencita con necesidad urgente de implantarse prótesis, algo muy común hoy en día. Así que la incógnita persistió, pues las voces, que me hubieran podido sacar de dudas, las ahogaban tanto la música del televisor como el timbre de los celulares de mis vecinos que hablaban casi todos al mismo tiempo.
Así que cuando terminé mi café me dirigí a la puerta del local, y al hacerlo me detuve para observar una vez más al grupo gótico. Y sucedió que al mirar de frente el rostro de mi vecino, su cara me pareció extrañamente familiar. Mientras lo observaba, tratando de hallar el parecido, él se retocaba los labios pintados de rojo sangre como las uñas, ante una minúscula polvera que sostenía entre su ensortijada mano. Lucía un poco pálido a pesar del colorete y del fuerte maquillaje violeta que delineaban sus ojos verdes y rayados como los de un felino. Entonces sonrió repentinamente y pareció preguntarle a su adulante cristal:

-Espejito, espejito, dime ¿Quién es la más hermosa...?



martes, 10 de mayo de 2011

A MODO DE INTRODUCCION









No es mi intención plasmar en estas páginas grandes acontecimientos, sino algunos episodios sencillos que la vida nos ofrece en su devenir. Nada extraordinario sino, repito, situaciones comunes, pero que a veces alcanzan esas dimensiones justamente por lo inesperadas. Ellas de cualquier forma nos nutren y nos hacen agradecer o no el día que vivimos. A continuación, pues, en forma de crónicas, cuentos, croniquillas y cualquier otro género que se me ocurra, algunas de estas experiencias.
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Myriam Paúl Galindo
Caracas, 11 de mayo de 2011