martes, 9 de febrero de 2016

MI DISFRAZ DE SARRACENA


        
     Ver el Carnaval con los ojos de la infancia es despertar a un mundo de luces, serpentinas, caramelos y fiestas. De apurar a los padres para ir a ver las carrozas en las calles de la mano de ellos y soltarnos al grito de !AQUI ES, AQUI ES! para coger los caramelos,  maracas y pitos en medio de una lluvia de papelillos en las esquinas de los pueblos y ciudades de toda Venezuela.
   
     Pero ese Carnaval que viene a mi memoria es el que viví de niña en Caracas, cuando me disfrazaron de sarracena. Es el primer disfraz que alcanzo a recordar, pues estaba muy emocionada con mi atuendo. Me sentía importante, porque además del vistoso traje, portaba una cimitarra para defenderme de mis enemigos. Tenía yo cuatro años en ese entonces, y vivíamos en en la urbanización El Conde de Caracas. 
     
      Mi papá dibujó y mandó a hacer la cimitarra en madera, y mi mamá se encargó de la elaboración del disfraz. El pantalón era de satén rojo con aplicaciones de flores azules sobre blanco, bordeadas de lentejuelas doradas. El turbante llevaba al frente un broche de fantasía de mi madre, y tanto éste como el cinturón, eran de seda con rayas de colores. El peto y el forro de los zapatos, hechos por ella -, eran de satén dorado.  Y como en ese entonces no tenía perforados los lóbulos de las orejas, me pusieron - a modo de zarcillos-  unas medias lunas de cartón pintadas de dorado que colgaban de hilos que pusieron sobre ellas. El pelo, cortado a lo Príncipe Valiente, me ayudaba a sostenerlas sin caerse, antes de jugar con los otros niños disfrazados, en la fiesta a la que me llevaron. 
    
     Cuando me terminaron de acicalar y me pintaron la boca con el labial rojo de mi progenitora, sentí que los labios me crecían, y yo los apretaba como un culito de gallina, para lucirlos mejor, como dice el cuento de la Caperucita Roja. Y mientras estuve disfrazada, creo que fue lo que sentí que me pesaba más. Incluso más que el turbante. Y por la noche, después de pasear y brincar como una guerrera, no permití que me quitaran  el resto de la pintura de los labios al irme a dormir. Quería prolongar la maravillosa sensación del labial en mi boca, también  en el mundo fantástico  de mis sueños.


Caracas, 9 de febrero de 2016



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