domingo, 25 de septiembre de 2011

VIAJE REAL


                     

 La semana pasada me encontraba como de costumbre  organizando el nuevo material  bibliográfico  ingresado a la Biblioteca, cuando vi entrar a la señora Faith Schulze del Departamento de Relaciones Públicas, quien acercándose a mi escritorio  me preguntó si  podía hacerles el favor de ir al Aeropuerto de Schwechat esa misma  noche a recibir al Dr. Félix Rossi Guerrero, nuestro delegado venezolano, y me  informó que llegaría por Alitalia a las 9:30 para asistir a la Conferencia de la OPEP. En cuanto le contesté afirmativamente a su solicitud, la señora Schultze  procedió entonces a darme  por escrito los detalles del vuelo. 
Como yo no deseaba  ir sola al aeropuerto, le pedí a Policarpo Rodríguez, uno de los otros delegados venezolanos asistentes a la Comisión Económica, que acababa de finalizar,  y a quien conocía desde Caracas,  me acompañara a recibir al Dr. Rossi y él, muy animado,  aceptó ir conmigo. Así que, por la tarde, previendo cualquier inconveniente, nos fuimos ambos con suficiente antelación en autobús al aeropuerto de Schwechat. Al llegar nos ubicamos  en un salón cercano a los ventanales, desde donde podíamos observar el aterrizaje de los aviones.  Uno tras otro llegaron varios vuelos, el penúltimo era uno de Austrian Air Lines, y el último el de Alitalia, como estaba previsto,  a las 9:30. Cuando éste se aproximaba bajamos a esperar al Dr. Rossi a la salida del terminal de pasajeros. Los vimos pasar a todos, menos a él.  Nuestro delegado venezolano parecía haberse esfumado. Extrañados por su ausencia  esperamos un tiempo prudencial, pues tal vez habría tenido algún inconveniente con las maletas en la aduana. Pero él no  llegó en ese vuelo. En vista de lo ocurrido fuimos a  la oficina de Información de Alitalia, donde  nos dijeron  lo que ya sabíamos: que  ése había sido el último vuelo de la noche. Al día siguiente, cuando reporté lo ocurrido al Departamento de  Relaciones Públicas, se me informó que el Dr. Rossi había hecho trasbordo  y  tomado el vuelo de Austrian Air Lines,  llegando antes de lo previsto.  ¡Justo el vuelo anterior al de Alitalia que habíamos visto aterrizar! 
Pero la noche anterior, Policarpo y yo, bastante desconcertados por lo ocurrido,  decidimos regresar a Viena esta vez en taxi.  Y cuando nos dirigíamos a la estación  para tomarlo, nos encontramos con el  señor Husseini,  el Jefe del Departamento Económico de la OPEP, quien estaba acompañado de dos sauditas que yo no había visto antes. En cuanto él  me vio  me preguntó qué hacía en el aeropuerto y le conté lo que había pasado. Ya él conocía a Policarpo Rodríguez de la Reunión de la Comisión Económica que acababa de finalizar, por lo que no hubo necesidad de presentarlos. Nos preguntó entonces si teníamos vehículo para volver a Viena. Le respondimos que lo haríamos en taxi. En vista de nuestra respuesta, el señor Husseini dijo que eso no era necesario, pues podríamos regresar juntos a Viena  con él  en su carro,  pero que esperásemos un momento, pues él había ido a recibir al Príncipe Saud El Feisal de Arabia Saudita,   y  el avión en el que venía aterrizaría en pocos minutos. Bastante sorprendidos aceptamos el gentil ofrecimiento.
Como viajar con un príncipe suponía una especie de aventura, aunque sólo fueran 45 minutos los que demorara el trayecto del Aeropuerto de Schwechat a Viena, me sentí un poco tensa. No sabía cómo comportarme, ni mucho menos saludarlo, pues no conocía el protocolo. Por esta razón,  decidí actuar como siempre lo había  hecho con el resto de los delegados.
   Aproximadamente a     los diez minutos, tal como había dicho nuestro amable anfitrión vial,  llegó el Príncipe Feisal: era  alto, bien parecido y muy elegante. Tenía el pelo y los bigotes  muy negros y la tez bronceada. Entonces, cuando el señor Husseini hizo las presentaciones, me limité a extenderle la mano al príncipe,  saludándole en inglés. Finalmente, abordamos el  automóvil del señor Husseini - un Mercedes Benz gris- para regresar a  Viena.

La distribución nuestra dentro del auto la hicimos de la siguiente manera: El Sr. Husseini ocupaba el asiento frente al volante, en el centro delantero iba un saudita de protección y a su derecha, el Príncipe Feisal. Atrás, el segundo saudita de protección iba a la izquierda, al centro yo, y a mi derecha, Policarpo Rodríguez. Cuando el automóvil se puso en marcha aumentó mi tensión, pues además de lo singular del viaje, yo era la única pasajera, y en el mundo árabe, según había leído, la mujer no gozaba precisamente de privilegios. En ese momento me preguntaba si también eso rezaba conmigo, por lo que me limité a hacer el viaje en silencio.
En el trayecto el Príncipe Feisal observó que no le gustaba la entrada de Viena.  Pensé que menos mal no había visto la entrada de Caracas llena de ranchitos; de día no muy agraciados, pero de noche luminosos como un nacimiento. Ya llevábamos un trecho recorrido, cuando de pronto, el carro que iba detrás de nosotros,  tocó repetidamente la bocina e hizo señas de que nos detuviéramos. El señor Husseini, algo nervioso, detuvo el auto mientras el  otro conductor se bajaba del carro y se acercaba al suyo diciéndole algo en alemán. El señor Husseini  me pidió entonces que le preguntara qué ocurría. Cuando lo hice en mi incipiente alemán, el chofer contestó que la puerta delantera del lado derecho de nuestro automóvil  estaba abierta: justo la que quedaba al lado del príncipe. Así que,  sin conocer las normas del protocolo para dirigirme al príncipe, pues no sabía si  debía llamarle  “Your Royal Highness”, “Your Majesty”, o “Your Highness”, le dije al fin, con la rapidez que me permitió mi lógica timidez,  simplemente  "Sir" y le transmití  el mensaje de alerta del  amable chofer. 
Si me había comunicado apropiadamente o no en ese momento no tuvo importancia,  lo que sí la tuvo fue el mensaje, pues el príncipe, rápidamente ayudado por los dos sauditas de seguridad y del  propio señor Husseini, procedió a cerrar y a asegurar la  puerta delantera y  agradecer   el alerta al austríaco y también a mí. Luego,  cada uno de los conductores siguió  su camino con  normalidad. Y tanta, que me llamó la atención que  después del incidente, la ubicación dentro del auto permaneciera igual. No se intercambiaron los puestos  ni el príncipe  ni el saudita de protección que iba a su lado. Así que, en medio de un relativa calma, llegamos a Viena directamente al Hotel Vienna Intercontinental, donde se hospedaría el Príncipe Feisal. Allí nos quedamos todos. Y como el protocolo tiene sus reglas, el hecho de ser  él un príncipe y yo una mujer no modificó  en absoluto el protocolo saudita.  El trayecto de regreso  desde el hotel   hasta mi casa en Walfischgasse, lo hice a pie,  ya bastante tarde, acompañada solamente por Policarpo Rodríguez. 
 ¿Sería por aquello de que Nobleza obliga?


 La foto en la Biblioteca de la OPEP tomada en 1968 pertenece a la época de la crónica narrada. La Biblioteca quedaba al lado -sólo separada de una cortina gruesa de pana azul,  del Salón de Conferencias, donde en 1972 tuvo lugar la agresión de Carlos Ilich Ramírez Sánchez (alias Carlos, El Chacal), a la OPEP en Dr. Karl Lueger Ring, Wien I. 

Caracas, 25 de septiembre de 2011

martes, 13 de septiembre de 2011

NOCTAMBULA



Me gustaba observar el cielo desde mi ventana, y también las luces de los edificios que circundaban el mío. Imaginaba  las historias que mantenían aún despiertos a sus habitantes, mientras yo recordaba, observando el firmamento,  la repentina partida de mi querido Alex. A veces me sonreía una luna maravillosa junto a las estrellas, otras, solamente me mostraba su perfil. Alguna que otra nube transparente, que se había atrevido a salir de noche, también me animaba. Celosamente, a  veces, la lluvia o el aguacero velaban mi espectáculo nocturno, queriendo ser ellos también  mis amigos.
Una de esas noches, después de haberme acompañado un fuerte aguacero tropical, decidí asomarme a la ventana. El firmamento aparecía limpio y negro como un azabache. No había luna. Solo una estrella brillaba en la lejanía. De pronto se apoderaron de mí el miedo y el asombro, cuando observé cómo esa estrella se acercaba, convirtiéndose en un brillante aparato vertical y cilíndrico que jugueteaba en el aire. Luego, se deslizó entre los edificios vecinos, angostándose -para pasar entre ellos- cuando el espacio no se lo permitía. Para mi perplejidad el cilindro, silenciosamente, realizó varias piruetas  sobre el jardín antes de pararse, por fin, estático, frente a mi ventana.
Fascinada,  observé la luz fosforescente que irradiaba y el vapor que emanaba de las ranuras del artefacto. Parecía el brillante de un Rajá. Pensé entonces que estaba soñando, pues en ese momento veía televisión, y muchas veces, cuando el cansancio me rendía, me unía al elenco de la  pantalla durante una película de ficción. Pero esta vez el televisor estaba a mis espaldas y sólo oía la voz de un chef que hacía gala de sus habilidades.
Mientras observaba el fantástico espectáculo, sentí que una fuerza poderosa me halaba hacia el cilindro luminoso. La atracción ejercida era tan fuerte que, aunque asustada  quise evitarlo, una excitación nunca sentida por mí me empujaba hacia el artilugio volador, mientras se abría una gran compuerta  tras la que unos seres simpáticos y sonrientes me daban la bienvenida obsequiándome con toda clase de comodidades y manjares. De pronto, una atmósfera radiante nos envolvió a todos  y la nave partió hacia la estratosfera. Atravesamos estrellas y rozamos la luna. Pernoctamos en Marte y descendimos finalmente  en un valle verdiazul y  mágico, donde vivo desde hace cientos de años  siderales.



Caracas, junio de 2005

Gráfica tomada de la Web