sábado, 23 de diciembre de 2023

UN MISTERIOSO AGUJERO





Una tarde Martina jugaba junto a sus hermanos y primos en el patio trasero de la casa.Disfrutaban de la vacaciones navideñas. Luego, cansados  y sudorosos se sentaron a descansar   un rato. Como ya se acercaba la Navidad, la conversación giró en torno a lo que le habían solicitado al Niño Jesús o a Santa para Nochebuena.

         -Yo pedí una patineta –dijo Nicolás.

         - Y yo una caja de pinturas al óleo - expresó Emiliana, mientras se tomaba un refresco.

         -Yo un muñeco orinón- terció Mariela.

         - Pues yo les pedí al que pudiera, el Niño o Santa, una bicicleta –  agregó Eugenia.

 Como Martina permaneciera callada escuchándolos, Mariela le preguntó extrañada:

- ¿Y tú todavía no le has escrito a Santa, prima?

- Claro que sí. Hace unos días mi papá se llevó nuestras cartas para enviarlas desde su oficina.

-¿Y qué te van a traer, se puede saber?

- Pues además de algunos cuentos y una muñeca, les dije que me trajeran unos patines rueda libre de acero. Tú sabes,  los Winchester  de primera. con municiones, pues ya los míos están muy viejos y no son tan rápidos. Les dije que no importaba si no me podían traer todo, pero que, por favor,  no se olvidaran de mis patines con municiones- expresó esperanzada.

La chica soñaba con ellos, pues sólo tenía unos  winchester de segunda clase que  reducían la velocidad de sus carreras, durante las patinatas navideñas.

Ese día de la tertulia se hacían las hallacas en  la casa y el olor del guiso se esparcía por todas partes.  Y sucedió que, en uno de los  constantes viajes de la patinadora a la cocina para cogerse las pasitas, su madre tomándola por un brazo le dijo:

- Martina, muchacha, deja ya de comerte las pasitas que después van a hacer falta. Hazme  más bien un favor, en lugar de estar curucuteando en la cocina. Ve a mi cuarto, y en  la última gaveta del  armario busca un rollo de pabilo y me lo traes rápido, que ya se me está acabando y me falta todavía envolver los bollos.

Cuando la niña buscaba el pabilo en la gaveta, su mano tropezó con un paquete  envuelto en papel navideño. “Posiblemente sea uno de los aguinaldos que mami tiene que dar en sus fiestas benéficas”, pensó. Y ya se iba con el encargo, cuando su curiosidad la detuvo. Sacó el pesado paquete, lo palpó, tratando de adivinar su contenido y como no lo consiguió, le abrió con mucho cuidado un huequito al papel. Sus ojos se agrandaron al ver que por él salía una rueda de patín ¡con municiones! Feliz con el hallazgo, comenzó a girar la rueda una y otra vez, hasta que la voz de su madre la sobresaltó:

- Martina, apúrate y tráeme el pabilo que lo necesito ahora, no mañana.

- Sí, mami, ya voy, ya voy- contestó azorada , pues conocía el tono de voz materno, cuando ella desobedecía,  así que, apresurada,  volvió a guardar el atractivo envoltorio en el mismo lugar en el que lo había encontrado. Pero sucedió que cada vez que se presentaba la oportunidad, la chica cuidaba que nadie la viera, e iba al armario de su madre, sacaba  el maravilloso paquete  para admirarlo y darle vueltas a la ruedita. Mientras ésta giraba y giraba, ella sentía una profunda envidia del destinatario. “Quizás se trate del regalo a un hijo de una amiga de mi mamá o uno de sus tantos ahijados”.

Pasaron los días y llegó la tan ansiada Nochebuena, y con ella, la cena navideña.  Los niños, engalanados para la feliz ocasión recibieron junto a sus padres, a los familiares y amigos. Los parientes llegaron cargados de regalos que colocaron al pie del árbol de Navidad o junto al pesebre. Luego, se sirvió la cena en la que las hallacas, el pernil, la ensalada de gallina y el  dulce de lechosa hicieron las delicias de todos.

 Más tarde vino la parte más emocionante de la noche: se cantaron villancicos al Niño Jesús, para celebrar su nacimiento, y se intercambiaron  los presentes. Los niños  corrían y jugaban, cuando de pronto escucharon emocionados que sus padres los  llamaban  para anunciar la próxima visita celestial, mientras tintineaban las copas con los cubiertos. 

- Hijos míos, se acerca la llegada de Santa, así que a la cama. Si él ve alguno de ustedes despierto, pasa de largo sin dejar sus regalos. Como ya saben él acompaña al Niño Jesús y lo ayuda en el reparto navideño, pues hay muchos niños en el mundo, así que como tienen más trabajo, también tienen prisa en su recorrido- ¡Así que a  dormir, pues, que ya se acercan!

¿Por dónde van  ellos ahora, mami? – preguntó ansiosa Emiliana.

-  Si salieron esta mañana de Europa, según mis cálculos, esta tarde llegaron a Venezuela. Así que ya deben estar en Caracas-  dijo la madre al mirar  su reloj pulsera. Recuerden que los trineos son muy veloces. Última llamada! ¡A la cama todos, niños!

      Esta vez la prole obedeció de inmediato la orden materna para evitar que los tan esperados visitantes los encontraran despiertos.A la mañana siguiente, la algarabía infantil, despertó  a los padres.

- ¡Vino el Niño!

- ¡Vino Santa!

Los más pequeños observaron emocionados los regalos al pie de la cama. Luego los tocaron para comprobar que todavía conservaban el frío de las nubes, además del aroma celestial. Por último se abalanzaron sobre ellos para romper las envolturas.

Martina no podía creer que le hubieran traído tantos obsequios. “Gracias, Santa. Gracias, Niño Jesús. Les prometo que el próximo año me portaré mejor”, pensaba mientras  abría los paquetes y organizaba frente a ella los cuentos, la muñeca y el juego de damas chinas. Entonces, muy entusiasmada, procedió a abrir el siguiente paquete. Esperaba ansiosa que el Niño Jesús no se hubiera olvidado de sus patines.

 Y sucedió que al hurgar entre el montón de regalos, extrajo uno pesado,  envuelto en un papel navideño algo sucio, -producto quizás del largo viaje estelar-, arrugado y, para su sorpresa, con un misterioso agujero.

 

 


Imágenes: WEB.

Myriam Paúl Galindo © Caracas, 1992, 2009, 2023.