Camino y camino y sólo veo el horizonte
llanero. Me rodean gamelotes, pero ningún manantial. Mi cantimplora está seca y
el sol reverbera. Hace poco me encontré una poza, pero estaba llena de babas,
así que sólo me refresqué. ¡Ay, Dios, llevo andando cerca de tres horas y no me
he encontrado a nadie! Sólo animalitos entre la maleza. ¡Pero, a lo lejos veo
una casa! Acelero el paso, siento mucha sed. Toco la puerta y la abre una
muchacha morena.
-Buenos días - digo quitándome el
sombrero.
-Vengo desde muy lejos y quisiera que, por
favor, me regalara un vasito de agua.
-¡Sí, como no! Pase y siéntese, joven.
- ¿Sería mucho pedirle que me de un poco de
comida? Yo se la pago. Es que me queda mucho camino por delante, y quisiera
llevar una reserva.
- Justamente ahora preparo el almuerzo.
Hago un hervidito que puedo compartir con usted.
Observo a la muchacha que no debe de tener
más de veinte años. Lleva un pañuelo marrón atado a la cabeza y unas argollas plateadas la adornan,
escondiéndose a ratos entre en el pelo negro azabache que le cae sobre los
hombros.
-¿Vive sola?
-No, con mis hermanos que están en la
faena.
Se mueve con gracia, mientras me observa
de soslayo. Sopla el fogón, y me trae una pimpina de agua y un vaso de barro.
-Sírvase la que guste, además debe tener
hambre.
-Muchas gracias, la verdad, es que no
quiero molestarla.
-No es ninguna molestia, señor. ¿Cómo se
llama?
-Juan Luis Zerpa, para servirla. ¿Y usted?
-Micaela Fuentes- dice sonriendo. Y
agrega: falta poco para que esté lista la sopa. Ya le sirvo.
Mientras espero, el olor que sale del
fogón, me abre el apetito. Observo la
humilde vivienda. Una mesa de tabla con cuatro sillas, algunas imágenes de
santos en las paredes de bahareque, y al fondo dos habitaciones. Las gallinas y
los pollos se oyen en el corral y una se escapa y entra para picotear debajo de
la mesa. Ella la espanta y el animalito aletea en medio de una gran algarabía.
Me sirve un plato de hervido casi
rebosante y lo acompaña con casabe. Le pregunto si no almuerza conmigo y me
responde que lo hará más tarde, cuando lleguen sus hermanos. Me observa comer y
me pregunta si me gusta, si le quedó bueno el hervido. Mi apetito acompaña mi
respuesta. No dejo nada en el plato. Me ofrece más, pero no acepto. Un poco de
pan o casabe será suficiente para el camino. Luego, me ofrece dulce de higos, y
por último una gran taza de café como nunca más he probado otra. Un poco claro,
aguarapado y con sabor a papelón. Me cuenta que el próximo año se va a
estudiar, porque quisiera llegar a ser alguien importante. Yo le comento que
también yo, pues no quiero seguir siendo peón de hacienda, que quiero surgir.
Llega la hora de la partida y le voy a
pagar, pero ella no acepta; me dice que más bien cuando regrese le traiga un
pañuelo azul. Se lo prometo, contento de poder verla otra vez. Me pregunta que
cuándo regreso. Le contesto que en un mes. Me mira a los ojos y yo me hundo en
la negrura de los suyos. Ambos sonreímos. Me llena la cantimplora y el thermo;
también me da un poco de casabe. Beso su mejilla de terciopelo, como despedida.
Ella la retira muy azorada. Me acompaña hasta la puerta del jardín.
Salgo
al camino. No puedo quitarme la imagen de Micaela de mi mente y a los pocos
pasos me vuelvo para mirarla. Levanto la mano para saludarla antes de partir,
pero al hacerlo, ante mí sólo se extiende la inmensa llanura iluminada por
el sol quemante de la tarde.
Caracas,15 de
noviembre de 2012
IMAGENES: WEB
Cuento publicado en http://www.uncuentoentreamigos.blogspot.com
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