jueves, 11 de julio de 2013

EL PAÑUELO AZUL


     Camino y camino y sólo veo el horizonte llanero. Me rodean gamelotes, pero ningún manantial. Mi cantimplora está seca y el sol reverbera. Hace poco me encontré una poza, pero estaba llena de babas, así que sólo me refresqué. ¡Ay, Dios, llevo andando cerca de tres horas y no me he encontrado a nadie! Sólo animalitos entre la maleza. ¡Pero, a lo lejos veo una casa! Acelero el paso, siento mucha sed. Toco la puerta y la abre una muchacha morena.
     -Buenos días - digo quitándome el sombrero.
     -Buen día – responde ella con la puerta a medio abrir.
     -Vengo desde muy lejos y quisiera que, por favor, me regalara un vasito de agua.
     -¡Sí, como no! Pase y siéntese, joven.
     - ¿Sería mucho pedirle que me de un poco de comida? Yo se la pago. Es que me queda mucho camino por delante, y quisiera llevar una reserva.
     - Justamente ahora preparo el almuerzo. Hago un hervidito que puedo compartir con usted.
     Observo a la muchacha que no debe de tener más de veinte años. Lleva un pañuelo marrón atado a la cabeza y  unas argollas plateadas la adornan, escondiéndose a ratos entre en el pelo negro azabache que le cae sobre los hombros.
     -¿Vive sola?
     -No, con mis hermanos que están en la faena.
     Se mueve con gracia, mientras me observa de soslayo. Sopla el fogón, y me trae una pimpina de agua y un vaso de barro.
     -Sírvase la que guste, además debe tener hambre.
     -Muchas gracias, la verdad, es que no quiero molestarla.
     -No es ninguna molestia, señor. ¿Cómo se llama?
     -Juan Luis Zerpa, para servirla. ¿Y usted?
   -Micaela Fuentes- dice sonriendo. Y agrega: falta poco para que esté lista la sopa. Ya le sirvo.
     Mientras espero, el olor que sale del fogón, me abre el  apetito. Observo la humilde vivienda. Una mesa de tabla con cuatro sillas, algunas imágenes de santos en las paredes de bahareque, y al fondo dos habitaciones. Las gallinas y los pollos se oyen en el corral y una se escapa y entra para picotear debajo de la mesa. Ella la espanta y el animalito aletea en medio de una gran algarabía.
     Me sirve un plato de hervido casi rebosante y lo acompaña con casabe. Le pregunto si no almuerza conmigo y me responde que lo hará más tarde, cuando lleguen sus hermanos. Me observa comer y me pregunta si me gusta, si le quedó bueno el hervido. Mi apetito acompaña mi respuesta. No dejo nada en el plato. Me ofrece más, pero no acepto. Un poco de pan o casabe será suficiente para el camino. Luego, me ofrece dulce de higos, y por último una gran taza de café como nunca más he probado otra. Un poco claro, aguarapado y con sabor a papelón. Me cuenta que el próximo año se va a estudiar, porque quisiera llegar a ser alguien importante. Yo le comento que también yo, pues no quiero seguir siendo peón de hacienda, que quiero surgir. 

      Llega la hora de la partida y le voy a pagar, pero ella no acepta; me dice que más bien cuando regrese le traiga un pañuelo azul. Se lo prometo, contento de poder verla otra vez. Me pregunta que cuándo regreso. Le contesto que en un mes. Me mira a los ojos y yo me hundo en la negrura de los suyos. Ambos sonreímos. Me llena la cantimplora y el thermo; también me da un poco de casabe. Beso su mejilla de terciopelo, como despedida. Ella la retira muy azorada. Me acompaña hasta la puerta del jardín.
      Salgo al camino. No puedo quitarme la imagen de Micaela de mi mente y a los pocos pasos me vuelvo para mirarla. Levanto la mano para saludarla antes de partir, pero  al hacerlo, ante mí sólo  se extiende la inmensa llanura iluminada por el sol quemante de la tarde.








Caracas,15 de noviembre de 2012

IMAGENES: WEB

Cuento publicado en http://www.uncuentoentreamigos.blogspot.com


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