-Yo
pedí una patineta –dijo Nicolás.
-
Y yo una caja de pinturas al óleo - expresó Emiliana, mientras se tomaba un
refresco.
-Yo
un muñeco orinón- terció Mariela.
-
Pues yo les pedí al que pudiera, el Niño o Santa, una bicicleta – agregó Eugenia.
Como Martina permaneciera callada escuchándolos, Mariela le
preguntó extrañada:
- ¿Y tú todavía no le has escrito a Santa, prima?
- Claro que sí. Hace unos días mi papá se llevó nuestras cartas para
enviarlas desde su oficina.
-¿Y qué te van a traer, se puede saber?
- Pues además de algunos cuentos y una muñeca, les dije que me
trajeran unos patines rueda libre de acero. Tú sabes, los Winchester de primera. con municiones, pues ya los míos están muy viejos y no son tan rápidos. Les dije que no importaba si no me
podían traer todo, pero que, por favor, no se olvidaran de mis patines con municiones-
expresó esperanzada.
La chica
soñaba con ellos, pues sólo tenía unos winchester
de segunda clase que reducían la velocidad
de sus carreras, durante las patinatas navideñas.
Ese día de la tertulia se hacían las hallacas en la casa y el olor del guiso se esparcía por
todas partes. Y sucedió que, en uno de los
constantes viajes de la patinadora a la cocina
para cogerse las pasitas, su madre tomándola por un brazo le dijo:
- Martina, muchacha, deja ya de comerte las pasitas que después
van a hacer falta. Hazme más bien un
favor, en lugar de estar curucuteando en la cocina. Ve a mi cuarto, y en la última gaveta del armario busca un rollo de pabilo y me lo
traes rápido, que ya se me está acabando y me falta todavía envolver los
bollos.
Cuando la niña buscaba el pabilo en la gaveta, su mano tropezó
con un paquete envuelto en papel
navideño. “Posiblemente sea uno de los aguinaldos que mami tiene que dar en sus
fiestas benéficas”, pensó. Y ya se iba con el encargo, cuando su curiosidad la
detuvo. Sacó el pesado paquete, lo palpó, tratando de adivinar su contenido y
como no lo consiguió, le abrió con mucho cuidado un huequito al papel. Sus ojos
se agrandaron al ver que por él salía una rueda de patín ¡con municiones! Feliz
con el hallazgo, comenzó a girar la rueda una y otra vez, hasta que la voz de
su madre la sobresaltó:
- Martina, apúrate y tráeme el pabilo que lo necesito ahora, no
mañana.
- Sí, mami, ya voy, ya voy- contestó azorada , pues conocía el tono de voz materno, cuando ella desobedecía, así que, apresurada, volvió
a guardar el atractivo envoltorio en el mismo lugar en el que lo había
encontrado. Pero sucedió que cada vez que se presentaba la oportunidad, la chica cuidaba que nadie la viera, e iba al armario de su madre, sacaba el maravilloso paquete para admirarlo y darle vueltas a la ruedita. Mientras
ésta giraba y giraba, ella sentía una profunda envidia del destinatario. “Quizás
se trate del regalo a un hijo de una amiga de mi mamá o uno de sus tantos ahijados”.
Pasaron los días y llegó la tan ansiada Nochebuena, y con ella, la cena navideña. Los niños, engalanados para la feliz ocasión recibieron junto a sus padres, a los familiares y amigos. Los parientes llegaron cargados de regalos que colocaron al pie del árbol de Navidad o junto al pesebre. Luego, se sirvió la cena en la que las hallacas, el pernil, la ensalada de gallina y el dulce de lechosa hicieron las delicias de todos.
Más tarde vino la parte más emocionante de la noche: se cantaron villancicos al Niño Jesús, para celebrar su nacimiento, y se intercambiaron los presentes. Los niños corrían y jugaban, cuando de pronto escucharon emocionados que sus padres los llamaban para anunciar la próxima visita celestial, mientras tintineaban las copas con los cubiertos.
- Hijos míos, se acerca la llegada de Santa, así que a la cama. Si
él ve alguno de ustedes despierto, pasa de largo sin dejar sus regalos. Como ya saben él acompaña al Niño Jesús y lo ayuda en el reparto navideño, pues hay muchos niños en el mundo, así que como tienen más trabajo, también tienen prisa en su recorrido- ¡Así que a dormir, pues, que ya se
acercan!
¿Por dónde van
ellos ahora, mami? – preguntó ansiosa Emiliana.
- Si salieron esta mañana
de Europa, según mis cálculos, esta tarde llegaron a Venezuela. Así que ya
deben estar en Caracas- dijo la madre al mirar su reloj pulsera. Recuerden que los trineos son muy veloces. Última llamada! ¡A la cama todos, niños!
Esta vez la prole obedeció de inmediato la orden materna para evitar que los tan esperados visitantes los encontraran despiertos.A la mañana siguiente, la algarabía infantil, despertó a los padres.
- ¡Vino el Niño!
- ¡Vino Santa!
Los más pequeños observaron emocionados los regalos al pie de la
cama. Luego los tocaron para comprobar que todavía conservaban el frío de las
nubes, además del aroma celestial. Por último se abalanzaron sobre ellos para romper
las envolturas.
Martina no podía creer que le hubieran traído tantos obsequios.
“Gracias, Santa. Gracias, Niño Jesús. Les prometo que el próximo año me portaré
mejor”, pensaba mientras abría los
paquetes y organizaba frente a ella los cuentos, la muñeca y el juego de damas
chinas. Entonces, muy entusiasmada, procedió a abrir el siguiente paquete. Esperaba ansiosa que el Niño Jesús no se hubiera olvidado de sus patines.
Y sucedió que al hurgar
entre el montón de regalos, extrajo uno pesado, envuelto en un papel navideño algo
sucio, -producto quizás del largo viaje estelar-, arrugado y, para su sorpresa, con un misterioso agujero.
Imágenes: WEB.
Myriam Paúl Galindo © Caracas, 1992, 2009, 2023.
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