jueves, 23 de mayo de 2024

ALLI HAY UN MENSAJE

 


     Cuando María del Valle vino al mundo en  Porlamar, la noche del 24 de mayo de 1528, ayudada por su abuela materna, doña Encarnación, la comadrona,  lo hizo entre grandes manifestaciones de júbilo:

-  Qué color tan lindo tiene esta criatura, Dios mío!- dijo la tía Juana.

- Tiene la nariz perfiladita como mi padre – comentó la comadrona.

-  Y el pelo liso de mi madre – logró balbucear la adolorida parturienta.

-¿Y dónde me van a dejar a mí?- agregó Diego Rodríguez, el padre, mientras se acercaba a la recién nacida- ¡Tiene mis pulmones!

    - Ahora veremos cómo será ella realmente cuando crezca y se haga una mujer- suspiró  su progenitora, mientras la cubría de besos al acurrucarla contra su pecho. El calostro parecía atraer, con su mágica fórmula a la criaturita, pues abría la boca con insistencia, al buscar el pezón entre la sudada camisa de la madre.   

        -   Bueno, ahora demos gracias a Dios y a la Virgen del Valle por habernos traído con bien a María del Valle. -dijo el padre, cuando abrió la botella de ponsigué, que ofreció a los presentes. - Brindemos por ella y por Jacinta, mi mujer, quien junto conmigo, preparó su viaje a la Isla de Margarita. - Y, al decir estas palabras, el padre  levantó la copa.

      Los antepasados de la recién nacida, según manifestaban sus familiares, eran pescadores de perlas que habían llegado a Margarita, guiados por la propia Virgen del Valle, cuando el maremoto asoló la isla de Cubagua. Y por supuesto que la chiquilla había heredado de ellos muchos de sus genes,  como Dios manda, pero quizás en su deseo de tener algo propio, la chica desarrolló una personalidad muy peculiar. Quería ser única en todo lo que se proponía. De pequeña corría por las playas de Porlamar en busca de caracoles y conchas marinas. Se zambullía de cabeza en las  aguas profundas y azules de la bahía.  Era muy curiosa, le gustaba aprender, preguntar, y tanto, que ella misma se dirigió al  Convento de las Monjas del Señor para solicitarles la aceptaran, como alumna, pues quería conocer, según ella misma les manifestó, de religión y de letras. Gustaba también de cantar en la iglesia y fuera de ella,  frente al mar con los pescadores. Con el correr del tiempo y en  más de una ocasión, las monjas le encontraron entre las faldas libros prohibidos, vedados a una mujer de bien, y más aún, a una señorita decente.

 


     -¡Qué muchacha tan traviesa es  María del Valle, doña Jacinta, no sabemos de dónde saca esta niña esos sucios libros prohibidos, por Dios. Si ella no se comporta como corresponde a una joven de su edad, vamos a tener que  rogarles que no la envíen más al convento – se quejó la Madre Superiora con tono severo.

      Lo que nadie se imaginaba, era que la chica engatusaba a las criadas de otras casas, para que le prestasen los libros  de las bibliotecas de sus señores. La de su padre contenía sólo textos de comercio y de religión. Y las pocas novelas que había, ya hacía tiempo,  se las había leído. Fue entonces cuando, luego de la amenaza de a monja, los padres le ordenaron a su hija  colaborar con  el trabajo de las perlas. Creían ellos que la ocupación mantendría alejada a María del Valle de lecturas pecaminosas.

     La tarea  consistía en separar las cuentas por su tamaño, forma y oriente, labor que hasta ese momento sólo  realizaban la madre, la abuela, y dos criadas, en un anexo del bohío que habitaban  frente al mar.  Pero la jovencita, mientras hacía oficio, daba rienda suelta sus sueños, y en sus horas de descanso, leía a escondidas. Pensaba en un nuevo mundo distinto al que ella conocía. Había aprendido en los libros, que más allá del horizonte azul, existían tierras y culturas diferentes. Además, lo sabía  por el negocio de las perlas. Por ellas venían bergantines franceses, ingleses y holandeses. Su tripulación la conformaba gente distinta a la suya. Entonces, de nuevo, se despertaba en ella una gran curiosidad. ¿Cómo sería ese mundo desconocido? ¿Alguna vez lograría ella conocerlo?

      Pasó el tiempo y cumplió quince años. Aceptaba los piropos de los jóvenes pescadores con un placer hasta ahora desconocido, cuando iba a llevarles a su padre y a su hermano las viandas del almuerzo. De vez en cuando descubría en la mirada de los marinos de los bergantines un ardor parecido al que ella veía en los ojos de los pescadores.  Entonces ella misma sentía que la sangre le corría más rápido por la venas. “¡Jesús! ¿Qué será esto que siento y me alegra tanto?” se preguntaba cada vez que coqueteaba con ellos. “¿Qué será? -Se preguntaba, mientras estrenaba sensaciones nunca antes experimentadas. pero que le gustaban mucho. Y volvía siempre a preguntarse: "¿Qué será?", cuando pensaba, por ejemplo,  en Chúo García, el pescador moreno, que le silbaba al pasar ella por la playa.

    Una noche soñó que venía de llevarles al padre y al hermano el almuerzo, cuando se desató una tormenta. Trató en vano de cobijarse bajo una casa abandonada, pero por el techo se colaban la lluvia, y el viento soplaba , al arrancar las viejas ventanas. Cruzaban por el cielo rayos y centellas y las olas llegaban hasta las puertas del bohío, hasta aflojar las bisagras. Entonces ella se acurrucó bajo un alero, a la espera de que escampara. Una vez que amainó la lluvia, regresó a casa por la playa. A lo lejos, divisó un bulto. Tenía miedo,  pues no sabía de qué se trataba, pero aún así,  se acercó con mucho sigilo, y el terror la invadió cuando descubrió que era un hombre tendido en la arena. Parecía dormido. Lo extraño era que vestía un uniforme rasgado, que parecía haber sido azul, ahora rasgado y bañado por las olas.  Con gran cuidado se acercó y vio que su rostro, cubierto por una  espesa barba, tenía una profunda herida en la frente. Era joven, rubio y respiraba con dificultad. De su agitado pecho pendía una cruz plateada. La chica intentó ayudarlo, y le acercó la pimpina de agua a la boca, entonces  el joven, agradecido, le sonrió. Ella quiso limpiarle la herida con la manta, pero cuando iba a hacerlo, despertó en medio de la noche, asustada y sudorosa. 

     Consternada por el sueño de la noche anterior, la chica se lo contó a la madre al día siguiente, cuando la ayudaba a preparar el desayuno a los hombres de la casa, que se alistaban para el trabajo. En ese momento entraron el padre y Diego, el hermano mayor, quienes se enteraron sin querer del sueño de  la chica.

      -  Rezaste tus oraciones antes de dormir?– Preguntó la  madre al servir el pan.

     -  Creo que quizás te excediste con algún dulce antes de irte a la cama – comentó el padre, mientras tomaba el café - las pesadillas muchas veces son por esta causa. Por otra parte no es época de tormentas. Tranquilízate, hija mía, tranquilízate.

     - Pues yo pienso que como siempre peleas mucho conmigo  – comentó Diego - has tenido un castigo bien merecido.

     - No molestes a tu hermana, hijo. Aliméntate bien. Nos espera mucho trabajo. Mira que zambullirse y bucear en el Mar Caribe para extraer perlas, requiere de muy buenos pulmones. Pronto llegarán los bergantines holandeses, franceses y creo que  antes de finales de año,  también los ingleses.

        -  ¿Y quién le ha contado estas novedades, padre? – preguntó su hijo sorprendido ante tal  perspectiva.

         -    Don Jaime, el nuevo español de la empresa, quien, como ya sabes, me nombró Capitán. También lo comentó Gonzalo, el piloto de la canoa. Debemos tener lista la extracción de perlas para venderlas a los extranjeros a fin de año.

      En vista de que la conversación tomaba otro giro, por las preocupaciones de trabajo del padre, María del Valle no hizo más preguntas. Decidió, en cambio, satisfacer su curiosidad,  sobre el sueño, con el párroco. Así que se tomó su mantilla,  el devocionario y se dirigió a la casa parroquial a confesarse con el Padre Ángel. En esa casa funcionaba ahora la Iglesia, luego de que los piratas destruyeran y saquearan la Iglesia de San Nicolás de Bari, que en esos momentos se hallaba en plena reconstrucción.

      Ya en el confesionario la joven le contó al director espiritual su experiencia onírica, y él la escuchó con mucha atención. Luego de hacerle varias preguntas parecidas a las que le hicieran sus padres, optó por decirle , esta vez con gran seriedad:

      -   Hija mía, allí hay un mensaje, no cabe duda de que lo hay, pero no soy yo quien pueda interpretarlo. Le toca a usted misma descubrirlo. Quizás le tome un tiempo encontrarlo, pero lo hallará, hija mía, seguro que lo hallará. Y, al decir esto, le dijo la penitencia a cumplir y la bendijo.

      Consternada con la novedad, la muchacha regresó a casa pero en el camino se encontró con su prima Antonia, quien le pidió la acompañara hasta el mercado. Como la notara tan silenciosa, contrario a la naturaleza alegre de la prima, le preguntó:

      -  ¿Qué te ocurre,  María del Valle? Pareces preocupada ¿Tienes algún problema?

     -   No, Antonia, gracias a Dios, no pasa nada -contestó todavía cabizbaja.

     -  ¿Entonces por qué esa cara de “a mí me pasa algo”?

    -  Bueno, es que el Padre Angel me dijo que, en un sueño que tuve anoche, tengo un mensaje, y, por más que pienso, no sé cuál podrá ser.

     -    Si me lo cuentas, quizás pueda ayudarte, prima.

     Y fue así  como, de nuevo, el sueño fue develado por tercera vez.

      Ambas chicas realizaron varias hipótesis, pero ninguna parecía del todo razonable. Entonces Antonia, mientras revisaba algunas  verduras para un sancocho,  llegó a la siguiente conclusión:

    -  Lo que yo creo, prima, es que, es posible que recibas una sorpresa, porque en el sueño ya la tuviste. ¿No lo crees?- 

    -  Sí, es posible que sea eso, Antonia. Pero no nos preocupemos más. Dios dirá.- Concluyó María del Valle, ya un poco cansada de pensar en el sueño.- Dejemos las cosas en manos de  Él y la Virgencita del Valle, pues ellos conocen nuestro Destino. Ya sabrán que es lo que nos conviene.-  Y así, en medio de risas y bromas se despidieron.

  A finales de año, el trabajo aumentó. Se aproximaban las navidades y la venta de las perlas  incrementaría, por lo que era necesario dedicarse sólo a la tarea de clasificar las  perlas. Por eso la joven trabajaba hasta altas horas de la noche, y  para que su madre se retirara temprano a descansar.

      Una noche que María del Valle trabajaba en el bohío, ya muy cansada, decidió volver a casa. Amenazaba lluvia, cerró la puerta trasera, que daba a la playa para facilitarle a los clientes la venta de las perlas. En el camino se desató la lluvia. No se veía ninguna estrella y los truenos no cesaban de sonar;  los relámpagos le abrían camino a los truenos en los cielos caribeños. El viento le levantó las enaguas y jugó con sus largos cabellos negros.  Entonces, apresuró el paso envuelta en la manta que llevaba, pero arreció tanto que tuvo que esperar a que escampara en la cabaña donde guardaban las redes, pero por el techo de palma se colaba el agua. En una escampada la muchacha corrió hacia la casa. Todos dormían hacía rato. Ya en el cuarto cerró la ventana con fuerza para que no entrara el agua, y se metió en la cama, muy cansada y se sumergió en un profundo sueño. 

     A la media noche, un ruido en la ventana la despertó, luego recordó que  había cerrado muy bien los postigos, y volvió a quedarse dormida. No había pasado mucho rato, cuando esta vez sintió de nuevo ruidos en la ventana. Entonces encendió una vela  y la acercó para ver qué pasaba. Se hizo un silencio de pronto, y volvieron los toques, regulares, esta vez, y se asustó. Alguien estaba al otro lado, pensó temerosa, y aguardó. Como los toques continuaran, se subio al poyo de la ventana, y con mucho sigilo abrió el postigo. Se sintió estremecer. Afuera estaba un joven, empapado y tiritando. Tenía la cara muy pálida cubierta por una espesa barba, y en la frente, una profunda herida sangrante. Sus ojos, al igual que una cruz que le pendía del pecho, brillaban a la luz de la vela, mientras se asía con fuerza a los barrotes, pues desfallecía. A pesar del temor que le producía la extraña situación María del Valle salió en busca de sus padres para ayudarlo y lo hicieron pasar a la casa. Mientras su padre lo curaba, el joven explicaba en francés, cómo el bergantín en el que venía,  había zozobrado en las playas de Porlamar.

     A la muchacha le cautivaron los gestos, y  expresiones de gratitud de Jean Pierre Cusot, como dijo llamarse el joven marino, a la familia, cuando le curaron la herida y le ayudaron a recuperar la salud. Gracias a su deseo de aprender, María del Valle pudo traducir a sus padres lo que expresaba el joven, pues Sor Francine, una monja francesa del convento, le había enseñado su propio idioma a la inquieta jovencita. 

   Pasaron los meses, y  María del Valle y Jean Pierre se entendieron tan bien, no sólo en francés y en español, sino en el arte del amor; por tal razón,  decidieron unir sus destinos, la víspera de Navidad, de 1545, en la Iglesia de Nicolás de Bari, de Porlamar, ya restaurada, Gracias al Señor, en aquella hermosa boda. 


 

        " Margarita, la Perla del Caribe - Steemit".

 IMÁGENES: WEB

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1 comentario:

  1. Qué lindo hermanilla! Por mi parte, no encuentro nada que tengas que corregir. Bravo !

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