jueves, 8 de diciembre de 2011

LOS CONTRATOS DE CONSTANZA SMITH

       La chica todavía no comprendía el motivo de la abrupta decisión de los directivos de la empresa al rescindir su contrato de trabajo, si justamente el día anterior uno de los gerentes la había felicitado por su gestión con un amable “good job”.  Todavía le  faltaban varios meses para terminar su convenio de trabajo por un año ¿Por qué razón entonces las inesperadas órdenes recibidas desde Noruega esa mañana de cambiar  el perfil del cargo que  ella ocupaba, por el de un ingeniero de sistemas? Como resultado de esa decisión ella ahora bajaba por última vez las escaleras de la empresa europea. No podía creer que eso le estuviera pasando a ella, a Constanza Smith, si había hecho bien su trabajo, como  se lo confirmaron. 

Luego de la desagradable noticia, consideró que esa había sido una experiencia valiosa en su vida laboral y se dedicó a buscar  en Internet una nueva oportunidad en el área de información. Estaba segura que pronto la conseguiría, pero pasaron las semanas y la posibilidad de hallar trabajo se volvió cada vez más remota. Ya había acudido a varias entrevistas sin éxito alguno. Pero un día, su amiga Pachi le envió un mensaje por el celular, informándola de una nueva posibilidad de trabajo. Una empresa requería alguien con su perfil.  Entusiasmada  con la nueva posibilidad,  Constanza envió el Curriculum  a la dirección indicada y muy pronto la llamaron para una entrevista.
El día  de la ansiada reunión la joven se esmeró en su arreglo personal. Como era alta y delgada, lucía elegante con su traje azul y su pelo recogido. Los colores armonizaban con su piel  morena, dorada por el sol caribeño.  Siempre la acompañaba un discreto aroma floral que se esparcía a su paso.
La chica se presentó puntualmente a la hora acordada, realizó las pruebas a las que la sometieron y  salió airosa de ellas. Su felicidad fue total cuando le ofrecieron un contrato  por un año en la empresa textil González y Asociados. Sus oraciones habían sido escuchadas y la perspectiva de ascender  en el trabajo y en la vida la motivaban enormemente. Estaba dispuesta a vencer los obstáculos que surgieran en el camino.
Una mañana que se hallaba en su oficina vio llegar a un hombre de edad mediana alto y de muy buen ver. Caminaba de un lado a otro, asomándose por las puertas. Buscaba al Gerente de Tecnología. Al darse cuenta de la situación, ella saludó al visitante:
- Buenos días, señor. El ingeniero García no se encuentra en este momento, pero por favor, pase adelante y tome asiento que ya está por regresar.
En cuanto el recién llegado se acercó, la muchacha se percató que su carnet de identificación era dorado ámbar, código de color sólo destinado a los altos ejecutivos. Entonces el profesional amablemente  le extendió la mano mientras le decía:
- Mucho gusto, señorita, soy Renato González.
Al escuchar el nombre le contestó  en el mismo tono amable con el que lo recibió:
- ¡Ah, usted es el presidente de la empresa! Encantada, doctor González, mi nombre es Constanza Smith. Tengo poco tiempo en la compañía, y no recuerdo bien las fotografías de la directiva, sino sólo sus nombres.
            - Eso no tiene importancia, señorita Smith, lo importante es que ya nos conocemos. - Y continuó conversando con la nueva empleada hasta que regresó el gerente.

Cierto sábado por la tarde en el que Constanza paseaba por un centro comercial capitalino, se encontró nuevamente con el doctor González  y se saludaron animadamente.

- ¿Me acepta un café?- preguntó solícito el ejecutivo-  Allá hay una mesa vacía- dijo al señalar un rincón del local.- Y añadió - Espero que no tenga ningún inconveniente en aceptar.
- Por supuesto que no, doctor, sólo que no quiero interrumpir sus actividades.
- No se preocupe, Constanza, últimamente dispongo de suficiente tiempo los fines de semana.  ¿Y usted? Tampoco quisiera yo interrumpir las suyas.
-  No tenga cuidado, doctor González,  que también dispongo de tiempo. Gracias a Dios, ya terminé con mis diligencias.
Entonces se sentaron a  la mesa señalada  para acompañar el café con pasteles.  Y sucedió que a esta invitación siguieron otras.  Un almuerzo en algún restaurante cercano a la empresa,  uno que otro café al terminar la jornada laboral, y así se hicieron buenos amigos.
En una ocasión se encontró en el ascensor de la empresa nuevamente con él y se saludaron  como siempre. "¡Qué atractivo es, Dios mío", pensó ella. "Qué bonita voz tiene". De pronto el ascensor se detuvo y reinó la más absoluta oscuridad, producto de una falla eléctrica. Ella se asustó mucho y él trató de calmarla, mientras buscaba a tientas la alarma. Ella también hizo lo mismo, pero tropezó con él, tocándolo, en lugar del tablero. El cortocircuito corporal los sacudió esta vez a ellos. La cercanía en plena oscuridad les iluminó el alma. Sus bocas se buscaron para encenderse en un maravilloso intercambio de pasión. Entonces se hizo la luz, y ella se soltó del abrazo maculino para marcar el piso próximo y escapar por la puerta. Constanza se debatía entre la emoción del beso y de quién se lo había dado. ¡No tenía que haber sucedido, fue un error!- se dijo. – Mejor no lo vuelvo a ver. "¿Qué voy a ganar yo con eso? "¿Ilusionarme para luego sufrir un desengaño?" "No, eso no va a ocurrir". Y, decidida, evitó todo tipo de contacto  con Renato González. Incluso, utilizaba las escaleras cada vez que podía, pensando que de esta manera disminunía el riesgo de encontrárselo.
Pasó el tiempo, y aunque  trató de esconder sus sentimientos hacia Renato en los recovecos de su alma, éstos a menudo se escapaban para atormentarla. Y así pasó el tiempo.
Cierto día, el gerente le informó que debía presentarse en el Departamento de Recursos Humanos, pues la requerían  para algo relacionado con su contrato, le informó. Constanza  se extrañó, pues el contrato había sido firmado por un año, y apenas habían pasado seis meses. Recordó entonces el episodio del ascensor. "¿Sería algo relacionado con eso?"  "¿Qué habrá pasado? Con estos pensamientos, entró a la Gerencia de Recursos Humanos, donde la remitieron a Presidencia. Ella no comprendía. ¿Por qué ir a tan alto nivel para decidir su futuro en la empresa, si es que de eso se trataba?" Con estas interrogantes se anunció en la oficina del alto ejecutivo. Cuando, éntró a la oficina del señor González, éste le dijo:
- Buenos días señorita Smith, me alegra verla. ¿Cómo se encuentra? Tome asiento, por favor.
- Buenos días, señor. Yo estoy bien, gracias ¿Y usted? – saludó tímidamente, mientras se sentaba frente a él. Trató de mirarlo, pero bajó los ojos  para fijarlos en una estatuilla sobre el escritorio. El, atendió una llamada por el celular y cuando terminó de hablar, ella armándose de valor, levantó la vista y le preguntó:
- Dígame, por favor, doctor González ¿Qué estuvo errado en mi actuación en la empresa para prescindir de mis servicios?
Sorprendido, el directivo le respondió:
-No se preocupe, Constanza, que  no se trata precisamente de abandonar nuestra compañía el motivo de nuestra conversación. ¡No faltaba más! Todos aquí estamos muy satisfechos con su trabajo. Su actuación no deja nada que desear, al contrario. Lo que sucede es que quisiera proponerle un nuevo contrato. Pero, naturalmente, es usted  quien tiene la última palabra y decide si irse o quedarse.

 Y sucedió que, ambos, de mutuo acuerdo, lo firmaron seis meses más tarde en Caracas,  a los 24 días del mes de diciembre de un año estupendo, en vísperas de una maravillosa Navidad y un Año Nuevo promisorio de hermosos proyectos, brindando por ellos  en  la feliz compañía de parientes, amigos y de mucha, muchísima alegría.



©Caracas, 11 de diciembre de 2009, 2011.

Dibujo y foto: Web. 








No hay comentarios:

Publicar un comentario