Cuando con inmensa tristeza veo desaparecer el turismo en mi querida Venezuela debido a los miles de problemas que afrontamos actualmente, sobre todo en relación a la inseguridad - al punto de de tener porcentajes inferiores a cero del total de turistas que visitan América Latina-, no de dejo de asombrarme de la visita que hice en 1991 a Cuba. En ese entonces aún los dirigentes cubanos no recibían la ayuda económica que desde hace catorce años les envía el gobierno venezolano. Pero aún así, hace más de veinte años, el turismo en Cuba era mucho mejor que el que desarrolla en casi década y media el Régimen Socialista del Siglo XXI en Venezuela.
En aquel entonces había leído acerca de la vida oprimida de los cubanos bajo el régimen de Fidel Castro y quise constatarlo por mí misma, aunque mi condición de turista me lo limitara y allá me fui de vacaciones. Lejos estaba de imaginarme que algunos años más tarde también nosotros recibíríamos la misma influencia negativa que su nefasta dictadura comunista tendría sobre Venezuela por medio de un gobernante ególatra. Sólo recuerdo que en esa época estaba convencida que mi país era un mundo seguro, inmune a un régimen dictatorial. ¡Qué ignorancia la mía!
Pero volvamos a mi historia. La agencia de viajes me hizo todos los arreglos: pasaje aéreo, hotel y estadía en La Habana durante una semana. Ya en el avión experimentaba una sensación extraña, pues a pesar de que yo también era caribeña, el sólo hecho de cobijarme bajo la sombra soviética que todavía cubría la isla, por la estrecha relación de Moscú con la capital cubana, hasta 1990, me producía escalofríos. En cuanto aterrizamos en el Aeropuerto José Martí deLa Habana , me impresionó el acentuado tono militar de sus instalaciones. El aire austero del aeropuerto me desconcertó mucho, además de la conducta hosca tanto de los militares como de los civiles. Imaginé que, sin duda, todo obedecía todavía a las reglas soviéticas imperantes en la isla hasta el año anterior.
MARINA DE HEMINGWAY, LA HABANA. CON UNA COMPAÑERA DEL TOUR BRASILERO |
En aquel entonces había leído acerca de la vida oprimida de los cubanos bajo el régimen de Fidel Castro y quise constatarlo por mí misma, aunque mi condición de turista me lo limitara y allá me fui de vacaciones. Lejos estaba de imaginarme que algunos años más tarde también nosotros recibíríamos la misma influencia negativa que su nefasta dictadura comunista tendría sobre Venezuela por medio de un gobernante ególatra. Sólo recuerdo que en esa época estaba convencida que mi país era un mundo seguro, inmune a un régimen dictatorial. ¡Qué ignorancia la mía!
Pero volvamos a mi historia. La agencia de viajes me hizo todos los arreglos: pasaje aéreo, hotel y estadía en La Habana durante una semana. Ya en el avión experimentaba una sensación extraña, pues a pesar de que yo también era caribeña, el sólo hecho de cobijarme bajo la sombra soviética que todavía cubría la isla, por la estrecha relación de Moscú con la capital cubana, hasta 1990, me producía escalofríos. En cuanto aterrizamos en el Aeropuerto José Martí de
Como yo era la única turista venezolana del tour, en la agencia de viajes de La Habana me unieron a un grupo de brasileros, tan curiosos como yo por conocer la isla. Con ellos me hospedé en el Hotel Habana Riviera, un céntrico y lindo alojamiento. La ciudad me pareció hermosísima, pero sin mantenimiento alguno. Alguna vez leí que un periodista norteamericano la describía como una bella mujer muy descuidada y sin maquillaje. Y es verdad: el casco de La Habana es precioso, pero la falta de mantenimiento la desluce. Este hecho me sacudió. Recuerdo que al pasar por la Universidad de La Habana, observé que una de las casas que hacía esquina frente a sus escalinatas, tenía la ventana abierta, y desde la acera pude observar cómo la sala estaba apuntalada para que no se derrumbara. Y, de igual forma, las otras casas coloniales de la cuadra mostraban su inmenso deterioro.
Como yo era la única turista venezolana del tour, en la agencia de viajes de La Habana me unieron a un grupo de brasileros, tan curiosos como yo por conocer la isla. Con ellos me hospedé en el Hotel Habana Riviera, un céntrico y lindo alojamiento. La ciudad me pareció hermosísima, pero sin mantenimiento alguno. Alguna vez leí que un periodista norteamericano la describía como una bella mujer muy descuidada y sin maquillaje. Y es verdad: el casco de La Habana es precioso, pero la falta de mantenimiento la desluce. Este hecho me sacudió. Recuerdo que al pasar por la Universidad de La Habana, observé que una de las casas que hacía esquina frente a sus escalinatas, tenía la ventana abierta, y desde la acera pude observar cómo la sala estaba apuntalada para que no se derrumbara. Y, de igual forma, las otras casas coloniales de la cuadra mostraban su inmenso deterioro.
Una noche salí a pasear y de pronto alguien gritó en la calle que habían robado a una señora arrancándole el bolso. Aseguraban en ese entonces que eso nunca ocurría en La Habana , pues era una ciudad muy segura. Si eso era cierto o si se trataba de una falsa alarma para impresionar al turista, nunca me enteré. La Policía de Turismo ofrecía protección al visitante, según pregonaban los catálogos turísticos de la época que se obsequiaba en los hoteles. Paradójicamente, estas medidas de seguridad, no son las que precisamente la Revolución Cubana ha exportado a Venezuela.
El Malecón, hermoso con sus edificios señoriales al fondo, constantemente recibía el baño cariñoso de las olas. Admiré el casco de la ciudad, a pesar de su lamentable falta de mantenimiento. Cuando fui a La Habana Vieja ésta me mostró su arquitectura antigua y en muchos casos deteriorada, con edificaciones que databan del mismo siglo XVI. Encerraba siglos de historia en sus mansiones españolas. Allí convivían con el ciudadano, el Museo de Arte Colonial, la Casa Natal de José Martí y la Casa Simón Bolívar, entre muchísimas más. En uno de los museos se exhibían las estatuas caídas y rotas del “Imperialismo” y de la dictadura de Batista. Me sobrecogió tanto odio. Observé cómo en una vieja mansión colonial de La Habana Vieja unos padres orgullosos le tomaban fotos a su hija quinceañera mientras descendía por las escaleras. Luego, en el centro habanero, al pasar junto a una cuadrilla de trabajadores que tapaban unas alcantarillas, uno de ellos me dijo alegremente:"¡Adiós, compañera!", mientras yo les sonreía al pensar cuán lejos estaban en sus apreciaciones políticas, por supuesto. Luego estuve en la inolvidable "Bodeguita del Medio", que dio y da cabida a celebridades del mundo cultural, y a mí en el mío propio tan lleno de fantasías y deseos de progresar, al menos.
LA HABANA VIEJA (WEB) |
HELADERIA COPPELIA (WEB) |
PACIENTES COLAS EN LA HELADERIA (WEB) |
La conocida Heladería Coppelia, ubicada en medio de un parque del Vedado es visitada a diario por cientos de personas. Hice mi cola como cualquiera, esperando el turno para ser atendida. Servían los helados sobre un larguísimo mesón tras el que se encontraban colocadas las sillas con sus respectivas colas humanas. En cuanto me tocó mi turno, la señora que me atendía me preguntó con su cadencioso acento:
-Con cuántas gracias lo quiere?
Al notar mi confusión ella me explicó amablemente que se trataba de las capas de helado. Cuando tomé asiento mi estrés aumentó al ver la cola a mi espalda; éste contrastaba con la calma y la parsimonia de la dependiente, y de quienes esperaban su turno con una paciencia jobina. Mi prisa era caraqueña, y lo sabía, por lo que, siguiendo el dicho popular de "adonde fueres, haz lo que vieres, me di a la tarea de saborear tranquilamente mi deliciosas tres gracias.
DESIGUALDADES DEL SISTEMA SOCIALISTA CUBANO
En otra oportunidad, me dirigí a una bodega cubana a comprar unos dulces con el fin de saber cómo eran estas bodegas, y naturalmente, me tocó también hacer otra cola para comprarlos. Observé cómo se alineaban pequeñas bolsas de papel de estraza marrón en los anaqueles sin ninguna marca que las distinguiera entre ellas. Pregunté al bodeguero y me dio razón de su contenido: azúcar, arroz, café, etc. Recordé mi visita a Budapest antes de la caída del muro, donde se mostraban hileras de brassiers de satén color salmón, todos iguales. Brillaba la falta de marcas. Ellos sólo se hacía la competencia en sus números de copas.
La bodega era muy pobre y casi no había artículos en ella. La escasez de estos tugurios contrastaba con la abundancia de las Diplotiendas y las Tecnotiendas, que ofrecían un sin número de artículos a los diplomáticos, técnicos extranjeros y a los turistas, es decir, todo aquel que pudiese dejar en ellas sus divisas, pero sin olvidar que allí también tenían acceso los de la cúpula del poder cubano, jamás el individuo de a pie. A ellos les estaba y aún les está, prohibida su entrada a estos locales comerciales. ¡Paradojas del Socialismo Cubano!
Estas tiendas fueron y son hoy en día semejantes a nuestros automercados antes de que este régimen intentara seguir el modelo cubano. Había cientos de productos importados. Allí sólo se expendían exquisiteses, productos de superlujo. En sus estantes proliferaban, abundaban todos los artículos que faltan en los modestos abastos cubanos: enlatados, champú, cremas, dulces, etc. Estos son los contrastes de la isla caribeña que me chocaron. No entendía y aún no comprendo -porque esta regla aún sigue vigente- por qué los lugareños no pueden entrar a los hoteles, restaurantes ni a estos locales. Decididamente el Socialismo, donde quiera que eche raíces, es desigualdad de condiciones.
BODEGA EN LA HABANA (WEB) |
TIENDAS PARA EL TURISTA EN LA HABANA (WEB) |
TURISMO
En Cuba el turismo estaba muy bien organizado. Existían giras para todas partes de la isla; abundaban los folletos turísticos en los hoteles, en los que las agencias de viajes ofrecían excursiones diurnas y nocturnas, tanto en La Habana como en el interior del país. Imagino cómo lo habrán desarrollado hoy en día, cuando los hermanos Castro cuentan con la incondicional ayuda venezolana.
El espectáculo brindado por los bailarines del Cabaret Tropicana al turista en La Habana, por ejemplo, era de primera, nunca vi algo más lujoso. Parecía estar a la par de los shows parisinos. En medio de una especie de jungla y palmeras se encontraban colocadas las mesas. Con la compra de la entrada se tenía derecho a la cena acompañada de una bebida. El tour nocturno incluía además el transporte al lugar y el regreso al hotel. Grandes avisos luminosos daban cuenta de la historia de ese lugar nocturno nacido en 1939. Desde escenarios aéreos colocados en los árboles bajaban las bailarinas con hermosos atuendos para pasar luego en medio de las mesas. En honor a la verdad, no vi en ninguna de ellas ni el más mínimo agujero en las medias al pasar por mi mesa. Todo lucía impecable. La música cubana escuchada en suelo vernáculo alcanzaba dimensiones fantásticas en su belleza y ritmo, al igual que los bailes. Pero, lamentablemente, este es un mundo ficticio fabricado para que el turista principalmente, deje sus dólares allí. Quisiera imaginar si ese lujo artificial se repite en casa de los pobres bailarines cubanos: ellos son admitidos porque son los protagonistas, los que hacen posible el ingreso de divisas al local, si no fuera así, a estos cubanos también les estaría vedada la entrada al mismoTropicana.
La Maison Contex; Casa de Moda Cubana, antigua morada de Fulgencio Batista, era un sitio hermoso destinado sólo a las visitas de los turistas y a la élite privilegiada cubana. El visitante era trasladado desde su hotel en una limousina para cenar allá, incluyendo luego, su regreso al hotel en el mismo automóvil. Esta lujosa mansión, rodeada de jardines muy bien cuidados disponía de numerosas mesas alrededor de la piscina, donde se servía a los comensales. En los pasillos internos, en las vitrinas, se exhibía los trajes y perfumes elaborados en la isla. Recuerdo que me compré un frasco de perfume "Alicia Alonso", fabricado en honor a la famosa bailarina. La casa ofrece desfiles de la moda cubana, su orfebrería y perfumería. Tiene solario, gimnasio, piscina, peluquería, Galería de Arte, Bar y Restaurante Exclusivo. En fin todo lo que el mundo capitalista cubano puede ofrecerle a cualquier persona del mundo, menos a sus propios nacionales.
MUSEO HEMINGWAY
Después de hora y media de viaje, desde La Habana llegamos al lindo pueblecito de San Francisco de Paula; allí, en la finca denominada El Vigía, justo en una elevación, está construida la casa donde vivió el escritor norteamericano Ernest Hemingway. Se la puede visitar, pero sólo por fuera, por lo que todas las ventanas de la vivienda están abiertas a los ojos del turista, sin que su paso deteriore el
interior. Desde allí se ven las habitaciones, el estar del escritor y su silla favorita para leer que todavía tiene la huella de su cuerpo. Me llamó la atención el baño, en el que inclusive el famoso autor tenía también una biblioteca. Numerosas cabezas de animales, trofeos de sus cacerías en Africa se exhiben en las paredes de su estudio e incluso de su propia habitación. Lo más extraño es que fuera existe una edificación para los visitantes, sus hijos y ¡para los gatos en el tercer piso! Este hecho llamó la atención de una de las turistas brasileras, que al conocer este capricho del escritor exclamó:
interior. Desde allí se ven las habitaciones, el estar del escritor y su silla favorita para leer que todavía tiene la huella de su cuerpo. Me llamó la atención el baño, en el que inclusive el famoso autor tenía también una biblioteca. Numerosas cabezas de animales, trofeos de sus cacerías en Africa se exhiben en las paredes de su estudio e incluso de su propia habitación. Lo más extraño es que fuera existe una edificación para los visitantes, sus hijos y ¡para los gatos en el tercer piso! Este hecho llamó la atención de una de las turistas brasileras, que al conocer este capricho del escritor exclamó:
-¡Meu Deus, tanto que Hemingway amava os animais e os matava!
Algo incomprensible para nosotros, que no entendemos cómo se puede querer a los animales y matarlos por deporte.
CAMINO A VARADERO
Nuestro grupo salió muy temprano en la mañana rumbo a Varadero. El viaje lo hicimos en bus desde La Habana en hora y media. El guía iba describiendo las ciudades que atravesábamos durante el viaje. Hacia las afueras de La Habana nos mostraba las casas que los lugareños construían con ayuda del gobierno. Se las asignaban, pero no eran los dueños. El Estado era el propietario, explicaba. Nos dijo que el gobierno gestionaba un acuerdo con España para pintar todas las casas de blanco.
-¿Con cao? preguntó uno de los brasileros del grupo.
Recuerdo que pasamos Matanzas, donde algunas cabrias abandonadas demostraban la presencia de petróleo, que antes ayudaba a explotar Rusia y que ahora, yacían cual Bella Durmientes esperando otro protector a raíz de la salida de los rusos de Cuba. Lejos estaba yo de suponer que sería Venezuela. Me llamó la atención la producción petrolera de la isla, pues no recuerdo que ésta tuviera relevancia en la producción petrolera mundial.
Y aquí, en Varadero, me sucedió algo curioso. Me encontraba con mis compañeros tomando un baño en la playa, cuando sentí hambre y me dirigí a un restaurante ubicado a escasos metros del mar. Al entrar el mesonero me detuvo preguntándome si era cubana.
Extrañada le contesté que no, que era venezolana, pero me repitió desconfiado la pregunta. Entonces pensé que quizás se me había pegado el acento cubano, o él creyó que mi tipo le parecía muy isleño, porque me espetó:
-Mire, señora, yo no quiero problemas con la policía.- Entonces le enseñé mi pasaporte, y aún así me volvió a decir, mientras me sentaba.
-No, está bien, puede tomar asiento, no faltaba más; pero ¡NO QUIERO PROBLEMAS CON LA POLICIA ! Y lo repitió como un estribillo, mientras se perdía por la puerta de la cocina. Creo que éste fue el almuerzo más policíaco de mi vida.
Cuando unos vecinos de Santa Mónica se enteraron de mi viaje, me pidieron el favor de llevarles una carta a
En aquel entonces conversé con mucha gente en los taxis y en la calle. Todos ensalzaban como loros asustados las maravillas de la revolución cubana. Un taxista me recordó emocionado una de las numerosas visitas de Oscar De León a la isla y su extrañeza de que no hubiera regresado nunca. La chica del hotel me pidió que cuando me fuera le dejara los jeans que llevaba. Le regalé muchas otras cosas que llevaba en la maleta, llevándome solamente lo poco que adquirí en la isla: algunos libros en francés y en español, casettes y discos. Uno de ellos escrito por un ruso sobre Simón Bolívar que le llevé a mi padre, cuyo autor nunca había estado en Venezuela. Admira este hecho pues en ese entonces Internet no estaba desarrollado como hoy en día. Conservo como un tesoro la música cubana que escucho siempre, pues aún tengo un equipo con tocadiscos que me transporta al pasado al escuchar música hermosa de todas partes del mundo; música que me cante sus alegrías y sus penas para así recordar y también olvidar un poco las mías.
Que buena sembanza de lo que fue..! Yo estuve por allá en el el antes y el después. En el interior de la isla, todavía quedaba algo en pié: la diferencia del cielo al infierno..!
ResponderEliminarUna crónica con sabor,. Gracias
Gracias a tí por tu comentario, América, que eres una experta en crónicas periodísticas. Valdría la pena leer tus remembranzas de tus visitas a la perla del Caribe, pues tienes una manera muy particular e interesante de narrarlas: tu propia voz.
EliminarAbrazos,
Myriam
Qué interesante tu visita a Cuba querida Myriam y que hermosa y detallada descripción de tus vivencias, siento como si hubiese caminado a tu lado. Eres una gran escritora...
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