Cuando vivíamos en Viena, nuestro grupo de amigos parecía una mini representación de las Naciones Unidas. Además de los austríacos que nos acompañaban siempre, había colombianos, griegos, españoles, peruanos, guatemaltecos y ecuatorianos. Luego, se sumaron algunas nacionalidades y se restaron otras, por eso de que cada uno volvía a casa de vacaciones o definitivamente.
Recuerdo entre nuestras reuniones en la pastelería Aída o en casa, a una chica ecuatoriana, Valeria, de madre austríaca y padre ecuatoriano. Ambas vivían en Viena, luego del fallecimiento del papá de la chica en Quito.
Siempre admiré la facilidad con la que Valeria manejaba la silla de ruedas de su progenitora, a quien nunca había visto caminar, pues cuando niña la señora Vallejo había sufrido la terrible parálisis infantil. La chica conducía a su madre por las calles con la seguridad y experticia que le habían brindado tanto el amor como la práctica. Este hecho resaltaba, sobre todo, cuando abordaban algún automóvil. En un santiamén Valeria colocaba a su mamá en el asiento trasero o delantero y luego doblaba con rapidez la silla de ruedas para meterla en la maleta. Así que pronto todo el grupo se familiarizó con la agradable presencia de la simpática señora, quien se integró sin ninguna clase de problemas a nuestras disparatadas reuniones.
Una tarde se presentó en el Hotel Vienna Intercontinental un desfile de modas de una casa alemana que exhibía los modelos para las estaciones de otoño e invierno. ¡Y la señora Vallejo nos invitó a todos a verlo! Muy entusiasmados nos dimos cita ese sábado a las cuatro de la tarde en el lobby del hotel. Luego, pasamos al salón que ya comenzaba a llenarse con los asistentes, periodistas y fotógrafos. Nos sentamos todos en primera fila; la mamá de Valeria, en su silla de ruedas se colocó a mi lado, justo al final de la pasarela. Y a las cinco en punto se inició el desfile de los modelos, porque, además de las muchachas, también desfilaban chicos. Esto lo hacía divertido, porque actuaban en la pasarela con sus respectivas parejas. Al tiempo que desfilaban, se encontraban, se miraban y... se enamoraban. Ante nuestros ojos deslumbrados desfilaban las modelos en sus trajes impecables, de colores increíbles y todos, de acuerdo a la ocasión para la que fueron diseñados. Los había formales, deportivos y de gala.
Nosotras, tomábamos nota de los que más nos gustaban, haciendo caso omiso de nuestro escaso presupuesto, porque lo más importantes era hacernos la ilusión de que algún día podríamos adquirir alguno semejante. Nuestros amigos tomaban nota, en cambio de las chicas que más les gustaban o prometían que si nos casábamos con ellos, nos comprarían el traje que más nos gustase.
En el intermedio se sirvió el te acompañado de torta Sacher ¡Delicia vienesa de chocolate! La señora Vallejo reía y bromeaba con nosotras, mientras merendábamos. Luego, se inició la segunda parte del desfile con nuevos modelos y situaciones, hasta que, al final llegó la boda de una de las chicas y su novio. Ella lucía un precioso traje de seda natural color perla bordado en el talle y una inmensa cascada le caía a la espalda. En las manos llevaba un ramillete de rosas te. Pero el suspiro femenino fue colectivo, cuando vimos al novio de frac, llevando a su novia del brazo. Creo que cada una de nosotras se vio acompañándolo. Atrás, seguía el cortejo de las damas de honor, vestidas en tonos pastel, con sus respectivos caballeros. Todos aplaudimos la imponente entrada nupcial mientras los protagonistas recorrían el salón, en medio de aplausos junto al cortejo y llegaron al final de la pasarela. Allí nos encontrábamos nosotras, junto a la madre de Valeria en su silla de ruedas, cerrando la fila.
De pronto sucedió algo inesperado: el novio arrancó el ramillete de las manos de la desposada y lo lanzó a la señora Vallejo, quien sorprendida lo agarró en el aire. Todas reímos divertidas por la ocurrencia del chico, pero ella, a su vez, nos lo lanzó a nosotras, pensando que él nos lo había regalado a alguna de las muchachas del grupo, pero nuestra duda se disipó cuando el recién casado se inclinó ante ella, desde la pasarela y le dijo sonriendo:
-No, mi señora, el ramo de flores no es para las chicas sino para usted, solamente para usted.
¡Entonces los aplausos del público se multiplicaron, y pasados tantos años, aún resuenan en mis oídos!
Nosotras, tomábamos nota de los que más nos gustaban, haciendo caso omiso de nuestro escaso presupuesto, porque lo más importantes era hacernos la ilusión de que algún día podríamos adquirir alguno semejante. Nuestros amigos tomaban nota, en cambio de las chicas que más les gustaban o prometían que si nos casábamos con ellos, nos comprarían el traje que más nos gustase.
En el intermedio se sirvió el te acompañado de torta Sacher ¡Delicia vienesa de chocolate! La señora Vallejo reía y bromeaba con nosotras, mientras merendábamos. Luego, se inició la segunda parte del desfile con nuevos modelos y situaciones, hasta que, al final llegó la boda de una de las chicas y su novio. Ella lucía un precioso traje de seda natural color perla bordado en el talle y una inmensa cascada le caía a la espalda. En las manos llevaba un ramillete de rosas te. Pero el suspiro femenino fue colectivo, cuando vimos al novio de frac, llevando a su novia del brazo. Creo que cada una de nosotras se vio acompañándolo. Atrás, seguía el cortejo de las damas de honor, vestidas en tonos pastel, con sus respectivos caballeros. Todos aplaudimos la imponente entrada nupcial mientras los protagonistas recorrían el salón, en medio de aplausos junto al cortejo y llegaron al final de la pasarela. Allí nos encontrábamos nosotras, junto a la madre de Valeria en su silla de ruedas, cerrando la fila.
De pronto sucedió algo inesperado: el novio arrancó el ramillete de las manos de la desposada y lo lanzó a la señora Vallejo, quien sorprendida lo agarró en el aire. Todas reímos divertidas por la ocurrencia del chico, pero ella, a su vez, nos lo lanzó a nosotras, pensando que él nos lo había regalado a alguna de las muchachas del grupo, pero nuestra duda se disipó cuando el recién casado se inclinó ante ella, desde la pasarela y le dijo sonriendo:
-No, mi señora, el ramo de flores no es para las chicas sino para usted, solamente para usted.
¡Entonces los aplausos del público se multiplicaron, y pasados tantos años, aún resuenan en mis oídos!
Caracas, 1992. Revisado, setiembre de 2013.
IMAGENES: WEB.
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