sábado, 19 de octubre de 2013

DEDALOS



     Hasta ese momento María había sido muy feliz. Todo se vislumbraba hermoso, promisorio. Ella y Juan habían preparado  todo para su boda que se había celebrado el mes pasado. Todavía recordaba las palabras que le dijo una amiga, cuando le dijo que se había casado hacía poco: "Estarás en las nubes, María" . Y ella sabía que era así, sin embargo, mientras flotaba en ellas, vino a su mente una frase de John Lennon, que más o menos decía así: "Vida es lo que le pasa a uno, mientras se hacen planes". Y de pronto una nube oscura se unió a las demás.

        Una tarde la María se encontraba en el Centro de Estudios de Tai Chi, donde desde hacía algunos años practicaba esta defensa personal. Quería calmar un desasosiego que la acompañaba desde el día anterior. Esa noche trató de distraerse con la lectura, pero volvió a colocar el libro sobre la mesa de noche; buscó una película en los canales de televisión y no la satisfizo ninguna. Decidió, por fin, tratar de dormir y le costó mucho conciliar el sueño. Cuando despertó, al día siguiente, era tal su tristeza que, por un momento creyó que se encontraba a la misma altura de una chiripa. Fue entonces, cuando tomó la decisión de irse al Tai chi.  Y ahora estaba allí sin poder concentrarse en los esquemas habituales de la defensa personal. Entonces  los interrumpió, sacó una botella de agua del maletín y salió al jardín a respirar un poco de aire fresco. Luego, volvió a la terraza, donde sus compañeros continuaban marcando los pasos lentos, pero seguros de la disciplina oriental y se sumó a ellos. Esta vez sin dificultad, pues de pronto, sin conocer la causa,  experimentó una sensación única de paz, mientras los ejecutaba. Era como si levitara y se perdiera, etérea, en la estratosfera, hacia el Más Allá. Y así, todavía temprano, en la mañana, ya tranquila, volvió a casa, luego de pasar por el supermercado.

     Era sábado, Juan había salido de viaje de negocios a comienzos de la semana,  y como la ciudad del interior a la que iba quedaba muy cerca del pueblo donde vivían sus padres, decidió pasar a verlos ese fin de semana. 

    María llamó a Juan a su celular, pero no respondió. El mensaje fue enviado al buzón; volvió a llamar y sucedió lo mismo. Esperó un rato e intentó comunicarse de nuevo, pero con igual resultado. Entonces  marcó el número de  la casa de los padres de Juan, segura de que ya, a esa hora de la tarde se encontraría almorzando con ellos. Pero la línea estaba ocupada. Intentó de comunicarse muchas veces, hasta que al fin lo logró, casi al anochecer.  Caminaba de un lado al otro del estar con el téléfono en la mano. Lo que escuchó  al otro lado de la línea  era, más que una voz, un murmullo entrecortado. María aclaró la suya antes de preguntar por Juan, y cuando al fin lo hizo, escuchó la de doña Adelaida, muy débil, por lo que se alarmó, y angustiada, preguntó qué le pasaba, y por fin, le pidió hablar con Juan. Entonces, la señora prorrumpió en un llanto incontenible, para  decirle, luego de muchas interrupciones:

     - Juan falleció esta mañana, querida... tuvo un infarto masivo. Intentamos llamarte, pero no te encontramos; se nos fue Juan. Lo encontramos en el salón con el celular entre las manos. Lo llamé varias veces y no me contestó... Ahora viene el médico forense. Vente ya, eres la esposa y hay que tomar decisiones que sólo a tí te competen. No puedo hablar más. ¡Dios mío, mi Juan, mi niño... ¡Vente ya!.

     Clics aterradores, repetidos, infinitos, retumbaron en el oído de la joven. El cuerpo era un témpano, mientras, el alma, erraba, vagaba sin rumbo, por dédalos oscuros y aterradores. 

     Velos negros cubrieron los días que siguieron. El duelo se apoderó de su alma durante meses, años. Y, todavía, María viste de negro.

      ¿Volverán a cubrirla, algún día, los  suaves tules de la ilusión?






Caracas, noviembre de 2005, octubre de 2013.
IMAGENES: WEB





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