viernes, 22 de enero de 2016

LA METAMORFOSIS



      Lo que a continuación voy a narrar no tiene nada que ver con el libro "La Metaformosis" de Frank Kafka, en el que su personaje, Gregorio, se convirtió de un día para  el otro en un monstruoso insecto. Esa fue una mutación escalofriante. El cambio, la transformación a la que me refiero, mucho más agradable, la experimenté hace un mes, el 6D por la noche, cuando luego de trabajar todo el día como testigo en una de las mesas de las Elecciones Parlamentarias en el Colegio Médico, me dispuse a descansar en mi casa.   Yo estaba casi estaba convencida de que al regresar, cuando prendiera el televisor, vería y escucharía a Tibisay Lucena, por enésima vez, cantando la victoria oficialista en las elecciones, desde el odioso balcón del Consejo Supremo Electoral (CNE).                                                                                                                 
      Como no quise escuchar malas noticias, a pesar de tener la casi certeza del triunfo de la Oposición, luego de enterarme de los primeros cómputos, apagué el televisor y me fui a la cama muy cansada del trabajo de la jornada. Los cohetes y los gritos de mis vecinos de Las Trinitarias y La Alameda me despertaron y convencieron  de que las palabras que decía Tibisay Lucena esta vez, eran otras: el triunfo era nuestro, de la Oposición. No podía creerlo: nuestra pesadilla de diecisiete años, había llegado a su fin al lograr mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. 

    Todo el año 2015 viví, como todos los venezolanos, momentos difíciles producto del modelo económico fallido aplicado por el desgobierno de Nicolás Maduro al pueblo de Venezuela. La cúpula chavista -intocable- jamás conoció las amarguras de la escasez, de la casi hiperinflación, de las colas siniestras a las que por no hacerlas ni sufrirlas, Jacqueline Farías tuvo el tupé de llamarlas "sabrosas". Y así se los dijo a las pobres personas que se achicharraban, formándolas, bajo el sol inclemente. No se si llamar a esta representante del régimen, hipócrita o cínica. Creo que los dos adjetivos le quedan cortos a este ser que bajo el chavismo, se graduó de servil Rodilla en Tierra del régimen.




   Confieso también que el año pasado, desde el mismo momento en el que el oficialismo decidió  instalar las captahuellas para controlar las compras en los automercados con el fin de  combatir la "guerra económica", sentí mucha angustia y frustración. Por medio de estos aparatos pretendían controlar algo  que el propio desgobierno había creado con el nefasto y fallido modelo económico cubano. Yo no soportaba la humillación y la falta de respeto que representaba estampar los dedos -a veces todos- sobre estos artilugios como una vulgar delincuente, o lo que es peor: una peligrosa criminal. No podía aceptar que al comprar mis alimentos básicos, incluso un simple café en la sección "Gourmet" del Excelsior Gama o una caja de chicles en una farmacia,  me tildaran de "bachaquero", como llama el oficialismo a quienes se lucran vendiendo -a precios elevadísimos- los rubros que a todos nos hacen falta: papel tualé, leche, harina pan, etc. Para escapar a esta humillación, evité comprar en los automercados que hubieran instalado este odioso sistema biométrico. Sólo cuando una medicina me lo aconsejaba, acudía a una farmacia, aunque sabía de antemano que la respuesta era "No hay".

   Sin embargo, después del maravilloso día de nuestra victoria electoral en las Elecciones Parlamentarias del 6D, ocurrió un hecho que me sorprendió bastante. Experimenté una transformación en mi forma de pensar y de sentir respecto a esta situación que  nunca imaginé. Esa noche me fui a la cama feliz, me dormí como dijo alguien del desgobierno: "como un bebé" y noté que al día siguiente me levanté distinta. Había sufrido una metamorfosis. Pero a diferencia del personaje de Kafka que amaneció convertido en insecto, mi cuerpo  - gracias a Dios, humano - saltó de la cama ligero y sin preocupaciones. Como otro insecto si, pero una mariposa.
     
     Entonces, temprano en la mañana, me decidí a entrar al supermercado, adonde hacía meses no iba, para no utilizar las captahuellas. No se si me impulsó mi ánimo, que todavía saboreando  las mieles de la victoria, me hacía ver todo diferente. Recorrí feliz los estantes y compré lo  poco que encontré. Entonces, cuando fui a pagar los productos en la caja, y cuando la chica me pidió que pusiera los pulgares en la captahuellas,  me sorprendí a mí misma. Esta vez no tuve inconvenientes y los puse encantada, diríase que hasta divertida. Para mi total asombro,  ya no veía los odiados aparatos como terribles tanques de guerra en miniatura. ¿Qué me pasaba? Ahora  ellos se me antojaban ridículos artefactos que ahora me causaban gracia, me hacían reír. Y descubrí algo que no había visto antes: las captahuellas  en aquel momento, se habían convertido a mis ojos  en insectos: sólo  moscas impertinentes, molestas, rojas rojitas e inofensivas, que al tocarlas, se espantaban, alzaban el vuelo acobardadas, atemorizadas.  Nada más.



















Caracas, 5 de enero de 2016 IMAGENES: WEB




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