Hoy, 26 de octubre, el Beato Dr. José Gregorio Hernández, , el Santo Médico de los Pobres, cumple 160 años de vida terrenal y celestial, por lo que su Cumpleños se celebra por todo lo Alto en los Cielos y en la Tierra. Como todos los años las Iglesias de Venezuela y el Mundo, celebran misas en su honor.
Nunca olvidaré la vez que visité la Isla de Madeira, en 1981 e hice un tour por los alrededores. Cuando paramos en Campanário, después de almorzar en un agradable restaurante típico, el guía turístico me pidió que lo acompañara, pues si era venezolana, como él ya sabía, no podía dejar de visitar una casa que me sorprendería. El misterio me intrigó y le pregunté por qué ,y no me contestó. Sonrió y me pidió que lo siguiera. Entusiasmada, fui tras él, a pie, por una avenida con unas quintas de lindos jardines. Tocó el timbre en una de ellas, y los dueños nos hicieron pasar, muy sonrientes y nos solicitaron que los acompañarámos al jardín. A los pocos pasos nos detuvimos ante una estatua tamaño natural del entonces Siervo de Dios, Dr. José Gregorio Hernández. Mi emoción fue inmensa al verlo parado con su traje negro y su bombín, entre el follaje, y escuchar de los propios dueños de casa, unos portugueses, quienes, después de vivir varios años en Venezuela, y volver al terruño lusitano, quisieron demostrarle al Médico de Isnotú, Estado Trujillo, Venezuela, su inmenso agradecimiento por los muchos favores de salud recibidos , Y cómo serían los cuidados del Santo galeno venezolano a esa familia lusitana, que ameritara una estatua del tamaño de un Milagro.
La imagen que está ahora en la Iglesia de Nuestra Señora del Pilar, en Santa Fe Norte, me recuerda aquella del Siervo de Dios, Dr. José Gregorio Hernández, quien nos recibió, junto a los agradecidos portugueses, en el jardín de su casa, en el hermoso pueblo de Campanário, (Ribeira Brava), Madeira, en Portugal.
Es casi seguro que todavía, también hoy allá, José Gregorio celebre su Cumpleaños con sus fieles y agradecidos amigos lusitanos y su descendencia.
IMÁGENES: WEB.
Qué historia tan increíble querida Myriam y que privilegio haberla vivido y ahora compartirla; una manifestación más de que el agradecimiento no tiene fronteras, ni el terrenal, ni el celestial.
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