sábado, 16 de julio de 2011

LOS PRIMOS



Hato La Fe, Guarico venezuelaturisticaestadoguarico.blogspot.com

     Sólo se escuchaba el silencio salpicado por el canto de los grillos y el croar de las ranas. María Antonia, desde la ventana de su cuarto, observaba la calle desierta, iluminada apenas por un solitario farol urgido de compañía. La tía dormía sola en el cuarto contiguo al de ella. El tío Juan había ido a San Fernando a entregar los productos agrícolas cosechados, que este año habían superado los del año anterior. Vendría mañana. Eso dijo él.
     Ella, María Antonia, esperaba al primo, a Vicente, que visitaba a unos amigos. El recuerdo le nubló los ojos. Ella lo quería de siempre. El la quiso un poco por Carnaval, cuando se disfrazó de rumbera, y el vestido que le hizo la tía le acentuó la cintura. Todos los hombres del barrio la vieron entonces por primera vez como a una mujer, admirados de lo “buenamoza” y “simpática” que estaba. Las otras mujeres disimulaban su recelo, sobre todo, si el piropo salía de la boca del novio o del marido.
Ahora Vicente sólo pensaba en Matilde, su nuevo amor y también su desilusión, porque ya lo había dejado por otro. Mientras esperaba, recordaba. Fue en la fiesta del Negro Zamora, cuando  María Antonia, entre un baile y otro, atrajo la mirada del primo. Como los otros, él nunca antes se había fijado en su cintura, sino aquella noche. Le molestó la insistencia de Giuseppe que la volvía a sacar a bailar luego de haberlo hecho ya dos veces.
     -Estoy cansada, italiano, de verdad. Me molestan los tacones. Como continuara insistiendo, Vicente lo encaró y le dijo:

     -Mire, Giuseppe, hay más muchachas en la fiesta. Ya le dijo María Antonia,  que estaba cansada. Además, yo vine con la prima, no se me le acerque mucho.
El italiano se alejó gesticulando mientras se preguntaba qué había hecho mal  para que el chico lo tratara así: debía estar loco.
     -Stai matto, Vincenzo, stai matto. Cosa ho fatto io?
El primo, se acercó a la muchacha, la atrajo con suavidad hacia sí y le dijo:
   - Ahora, mi negra, usted baila sólo conmigo, que fue quien la trajo al baile. ¿Entendido? Digo, si no le molestan los zapatos, o no le molesto yo. ¡Usted decide! - Y al decir esto soltó una carcajada tan clara como la cascada que se oía al otro lado del patio.
     Y así, contagiada por la risa del primo ella asintió temerosa y feliz. Conocía a Vicente. Era violento como el río cuando se desbordaba, y al mismo tiempo suave como la brisa. Le gustaba el muchacho curtido y fuerte. Le gustaba mucho. ¡Qué le importaban los tacones! Entonces el conjunto comenzó a tocar un bolero. Y Vicente la atrajo hacia sí, muy, muy pegadita a su cuerpo. Nunca había estado tan cerca del primo ¡Ay, Dios! ¿Qué le pasaba? Sus brazos le recorrían el talle haciéndole sentir una especie de mareo. ¡Y ella no había tomado nada fuerte, sino tizana! El corazón se le había vuelto loco. Oía la respiración fuerte del primo y con un gran esfuerzo ella contenía la suya.
     - ¡Vámonos! – dijo de pronto el primo, tomando a María Antonia por el brazo.
     - Pero, es temprano, Vicente.
     He dicho vamos y es andando- recalcó el muchacho mientras la conducía con rapidez hacia la puerta. Ya en la calle, disminuyó la presión de la mano sobre el brazo de la prima, y también el paso. Entonces, le acarició la mejilla y le dijo al oído:
     - Estás linda esta noche, prima.
     - Es el vestido, Vicente- comentó azorada, la muchacha, ante la repentina actitud del primo.
   - ¡Qué vestido ni ocho cuartos! Eres tú, María Antonia- dijo atrayéndola hacia sí con fuerza.- Eres tú quien cada día te pones más bonita y me vuelves loco, muchachita.- Y diciendo esto la enlazó por la cintura y así, llegaron a la casa. Ya en el portón, ella sintió la brasa quemante de sus labios. Una oleada de fuego se agitó en su interior…
   - ¿Cuántos besos fueron? ¿Cinco, diez? ¿Acaso uno muy largo? No lo recordaba. El tiempo se detuvo en un maravilloso intercambio de labios y lenguas. Intercambio que, de pronto, interrumpió Vicente.
    -¡Vamos, vamos!- dijo apremiente el primo.
    -¿Adónde, Vicente?
    -A tu cuarto, muchacha.
    -No, no Vicente, estás loco. La tía se despierta…
   Camino de la habitación la vuelve a besar. Esta vez el hombre, como loco, busca entre el escote los senos prietos de María Antonia.
    Casi sin fuerzas, siente la caricia tibia del primo en su pecho. Un placer desconocido la envuelve y la asusta…
     - Si tú quisieras conocerías el cielo esta misma noche…
     - No, no , Vicente, la tía…
    Poco a poco se abandona en los brazos del primo en una mezcla de pánico y placer.
De pronto, se enciende la luz y hacia ellos se encamina una figura envuelta en una manta azul.

  - ¿Ya llegaron, muchachos? Gracias a Dios, porque estaba preocupada. Váyanse a dormir, que voy a cerrar el portón. ¡Que Dios los bendiga!

    Luego, pasaron los día acompañados de lluvias, de sol y rutina. Vicente no se acordó más de los besos de María Antonia y ella los saboreaba todavía en el silencio de la noche. Atesoraba las sensaciones descubiertas ante la proximidad del hombre. Lloraba el recuerdo. Lloraba el olvido.

   Esa noche, presa de una rabia sorda, recordó que fue en el joropo de los Mantilla donde Vicente conoció a Matilde. “Debe haberle echado brujería”, pensaba la chica con furia. Ella sabía que Matilde jugaba con él. Lo engañaba como había engañado a muchos en el pueblo. Decían que estaba loca. Juanita, su amiga le dijo una noche:
   -A Matilde le da por buscar hombres. Hay veces, que como loquita los persigue y a veces, hasta se pierde con ellos por días. Ella estuvo en Caracas trabajando y como que vino peor. Le dejó a Ña Barbarita la bodega sola y se le metieron los ladrones. Ahora y que se fue con un camionero.
Y Vicente suspiraba por ella. Estaba triste. Languidecía en el chinchorro con el cuatro silencioso a un lado. Todo había huido de él: su contagiosa alegría y hasta sus arrecheras. De pronto, los pasos del primo que se acerca y el rechinar de la puerta sedienta de grasa, la sobresaltan.
    - ¿Todavía despierta, María?
   -Todavía.
   - Ve a descansar, que es tarde.
   - Sí, ya voy. Más tarde.
Ella lo observa. Está más flaco. Tiene una barba descuidada de dos semanas. Sí son tontos los hombres Ponerse así por una mujer que no les para, que no les hace caso. La verdad es que parecen pendejos. Pero, de pronto, un sentimiento de tristeza le cruzó el alma, sintió pena por el primo.
- ¿Ya comiste, Vicente?
- No, no tengo hambre. Vete a dormir y déjame solo.
¡No, señor! Hice un guiso que me quedó muy bueno y tienes que probarlo. Está riquísimo. Además hay arroz blanco, plátano y bienmesabe. Algo tendrás que comer, no puedes dejarte morir. Se lo que tienes, te comprendo y no te lo puedo reprochar. Pero, tienes que salir de ese rollo, vale. ¡Ven, chico, que la comida está calientica…!
Se acerca al primo, y le acaricia el pelo revuelto y la barba.
-¡Ay! ¡Cómo pincha! ¿Te la vas a dejar crecer? No te queda mal, pero arréglatela… O te dejas bigotes… También son lindos…
Entonces, coqueta, con un ligero tongoneo, se aleja del primo para ponerle la mesa.
Vicente la mira sonriente. Observa sus inquietos movimientos. “Tiene belleza, la prima. Es hermosa la mujer –piensa- ¡Cómo habla, la condenada! Ha crecido la muchacha. Ya hace días se había dado cuenta, antes de aparecer Matilde- recordó de pronto- Sí, la noche del joropo del Negro Zamora, claro. ¡No, no, pero ahora está más mujer, tiene algo que no se qué es y que no había visto antes!…
Se le acercó con lentitud por la espalda y ya, junto a la mesa, la tomó por la cintura. Ella, sorprendida, interrumpió el quehacer y le miró a los ojos. Captó entonces el maravilloso brillo de los ojos de Vicente y jugueteo de sus pupilas. La inundó una oleada de felicidad desconocida, nueva. Sintió casi estallar el corazón cuando los labios del primo permanecieron como prisioneros voluntarios entre los suyos. Este beso, tanto tiempo esperado, tenía un sabor dulce, ligeramente salado.
Luego, sin hablar, en un silencio que gritaba a voces el sentimiento, se dirigieron hacia la habitación en penumbras de María Antonia, sin importarle apenas los ronquidos de la tía que dormía en el cuarto de al lado.

Caracas, noviembre, de 1992.






















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