sábado, 9 de julio de 2011

PROFUNDIDADES


Playa El Agua, Isla de Margarita
Venezuela. playas.venezuela.net.ve







La vi pasar ondeando su cuerpo como una sirena. Buceaba alrededor del barco hundido, entre los peces, las algas y los corales. La chica observaba curiosa el casco de la nave; examinaba su interior. Parecía sobrecogida ante la visión espectral del barco enterrado en el fondo del mar, ahora convertido en un arrecife artificial de corales.
Me subyugó la belleza tropical de la muchacha; su cabello largo y negro, también ondulante, cuerpo entallado por un traje azul oscuro y acariciado por nubes de burbujas. Yo la observaba embelesado, y cuando ella dio la vuelta al barco, de babor a estribor, la seguí discretamente, manteniendo cierta distancia. De pronto advertí cómo se le enredaba una de las chapaletas en un coral, descalzándola, y cómo ella siguió nadando sin importarle apenas el incidente. Pero, sucedió que cuando se disponía a salir a la superficie, el pie descalzo tropezó con un erizo, y esta vez la muchacha dio una violenta pirueta al sentir el dolor, y aceleró el ascenso. Una vez en la playa se echó sobre la arena. Parecía muy adolorida, pues se tomaba el pie derecho con ambas manos; por último, cojeando, se dirigió hacia un uvero. Allí, bajo su sombra, permaneció acurrucada sollozando.
Entonces, decidí acercarme para ayudarla. Me presenté. Le dije que me llamaba Diego, y que era un pescador de la zona. Le comenté que había visto el accidente con el erizo y, que si ella me permitía, podía curarla. Me dijo que se llamaba Camila, y agradeciéndome la ayuda, me pidió que me sentara junto a ella. Le pregunté que por qué había ido a nadar sola, y me contestó que siempre lo hacía. La alerté del peligro que significaba acercarse al barco, incluso en compañía; había muchos tiburones rodeándolo en busca de alimento. La chica se aterró, cuando escuchó lo que le dije:
-Tuviste suerte, muchacha, tuviste muchísima suerte de encontrarte solamente con un erizo, y no con un tiburón. Más de uno, aún tomando todas las precauciones, ha ido a parar a las fauces devoradoras de esas fieras marinas. No debes repetir tal imprudencia.
Camila, muy asustada, me dijo que se había acercado al barco atraída por su misterio, pero aceptó su error y agradeció mi consejo. Observé el pie herido; afortunadamente no tenía muchas espinas, pero era necesario sacárselas, por lo que le pedí que me acompañara hasta mi cabaña.
-Apóyate en mi hombro, por favor –y diciendo esto la tomé del brazo, pero ella se quejó. Al ver que tenía la extremidad muy hinchada, tomé a la chica en mis brazos. Era diminuta, liviana. El contacto de su cuerpo me puso tenso, nervioso. Ya en la cabaña, la senté en una hamaca y busqué un poco de alcohol y una vela.
-Te va a molestar un poco, -le advertí-, pues dejaré correr la esperma caliente sobre la piel para que salgan las espinas. Afortunadamente son pocas –agregué tratando de tranquilizarla-. Si no las extraemos, se te pueden infectar las heridas. Luego te sentirás mejor -concluí sonriendo. Ella me devolvió el gesto, aprobando lo que le decía. Entonces procedí a sacarle las espinas, en medio de algunas protestas iniciales. Al terminar de curarla la dejé reposar.
La chica se durmió un buen rato, y al despertar, ya más calmada, me contó que había venido a pasar el día con un grupo de amigos en Playa Bonita, pero que había preferido hacer snorkle sola. Por la tarde, todos se reunirían en el muelle para esperar que el yate turístico viniera a recogerlos. Camila, además de bonita era muy simpática. Su conversación también era agradable, y su sonrisa, aún más. Le propuse almorzar, y preparé algo liviano.
-¡Mmm...! ¡Esto está delicioso, Diego! ¡Que bien cocinas! –dijo mientras saboreaba el platillo que le ofrecí.
-Gajes del oficio. Tienes que hacerlo cuando navegas – expliqué, mientras preparaba el café.
-¿Viajas mucho? – preguntó, recostándose sobre unos cojines en el suelo.
-Antes lo hacía con frecuencia a puertos lejanos, pero ahora sólo me desplazo por esta zona. Le contesté, mientras la observaba fascinado.
-Entonces, si vives aquí, debes saber la historia del barco hundido. –Preguntó curiosa.
Asentí, y le narré el episodio que conocía tan bien. Le dije que se trataba de un pesquero que había sucumbido una noche en medio de una tormenta, hacía ya más de cincuenta años. Lamentablemente ninguno de los pescadores de la tripulación sobrevivió: fueron devorados por los tiburones. De allí mi alerta. –Observé- Y lo terrible de la historia fue –concluí con un dejo de profunda tristeza- que ninguno de los diez tripulantes, sobrepasaba los veinticinco años.
Camila entonces, en un intento de romper el embarazoso silencio que siguió a la narración, interrogó, señalando la pared:
-¿Esa guitarra es tuya?
Por toda respuesta la descolgué, y afinándola, comencé a cantar unas baladas. Camila me escuchaba complacida. Al terminar mi interpretación ella insistió en escuchar otra. Sentí que no le era indiferente. Le gustaba mucho mi voz, me dijo sonriendo. La complací y entoné otras melodías. Luego, brindamos por nuestra amistad. Continuamos charlando, riendo y cantando. Y llegó el momento en el que dejé la guitarra a un lado, y acercándome a Camila, le tomé la mano y le dije:
-Ahora ya basta de canciones, muchachita. Prefiero estar contigo.
La atraje suavemente hacia mí, la abracé y percibí su perfume sensual. Besé sus labios, y hurgué dentro de su boca. Ella, me devolvió las caricias, hasta que dejó prisioneros mis labios entre los suyos. Continuamos besándonos mientras recorríamos, siempre a un mismo ritmo, lentamente al principio, y rápidamente luego, las montañas, abismos y mares que más tarde fueron testigos de la batalla que sostuvimos hasta caer exhaustos uno sobre el otro. Al finalizar la lucha, en medio de expresiones victoriosas, recuerdo que no hubo ni vencedor ni vencido. Camila abrazó mi pecho, y me acarició con suavidad la barba, mientras yo lo hacía con su espalda. Sentí su respiración, agitada al principio, y tranquila después. Observé la maravillosa quietud de su cuerpo y enlacé su cintura. Me dormí, también, abrazado a ella. No se cuánto tiempo duró el maravilloso placer de sentirla mía. Cuando desperté, ella aún dormía profunda y placenteramente. Entonces, con gran cuidado, separé mi desnudez de la suya y la miré con inmensa nostalgia. ¡Era tan hermosa! Había sido una verdadera felicidad conocer a Camila, estar con ella y, sobre todo, haberla amado como ya no creía poder hacerlo nunca más en mi vida. ¡Cuánto no hubiese dado yo por permanecer siempre junto a esta maravillosa mujer y perderme  dentro de ella mil veces como esta tarde, hasta llegar a su alma!
La besé suavemente para no despertarla, y  levantándome rápidamente me  dirigí a la playa. Una vez allí sentí un deseo irresistible de volver sobre mis pasos; quise regresar a la choza junto a Camila, pero una fuerza  superior  me empujó hacia las frías aguas para volver a las escalofriantes profundidades de donde nunca debí haber emergido.

Caracas, 2007

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