viernes, 19 de octubre de 2012

REMEMBRANZAS

En el diario "La Esfera"
                  
            Mi padre, Luis Alberto Paúl, como escritor y periodista siempre utilizó las máquinas de escribir mecánicas, prefiriéndolas a las eléctricas que luego introdujo la  tecnología. Por esta razón me acostumbré a escuchar desde niña,  su rápido  y decidido teclear, interrumpido sólo por los momentos de meditación necesarios para la escritura.  A veces ese sonido tan familiar, me despertaba en la madrugada, pero rápidamente volvía a conciliar el sueño, pues me brindaba una cálida  sensación de seguridad.  En ese tiempo mi papá redactaba las crónicas y los reportajes para el diario "La Esfera, en el que fue Jefe de Redacción. Otras veces  las cuartillas del libro que escribía en el momento. De manera, pues, que yo crecí junto a estos útiles artilugios, las cuartillas y los libros de la biblioteca de mi papá. 

          Recuerdo que en la sala, al lado de la ventana y junto a la biblioteca se encontraba  su escritorio y sobre él, una estupenda máquina de escribir "Royal".  Yo me sentaba ante  ella, fascinada, al igual que hoy en día hacen los niños con las computadoras de sus mayores. Mucho más tarde allí mismo comencé a pasar en limpio mis primeras historias. 
Máquina de escribir ROYAL, una verdadera realeza 
que perteneció a mi progenitor 

          La comunicación con mis padres fue siempre muy buena,  acompañada, en los primeros años,  de los naturales altibajos  de una crianza sana. Del lado paterno heredé el amor por la escritura y de ambos la inclinación hacia la buena lectura. Además, mi madre, Dora Galindo de Paúl,  me enseñó algunos secretos del arte culinario, la técnica de la repostería y las manualidades, actividades en las que ella era una verdadera experta. 

          Una vez escribí en las páginas de un cuaderno de una raya, en tinta - borrador que todavía conservo- una novela que titulé “VACACIONES”. Esta resultó ser una mezcolanza de estilos, producto de mis lecturas de los libros de Rafael Pérez y Pérez, Corín Tellado y otros autores  que me facilitaban mis tías y mis amigas. No dudo que también estuviera influenciada por las historias románticas de la revista “Cuéntame” que, con frecuencia leía.

          Mi papá,  quien ya había leído el manuscrito de mi primer intento literario, bautizó a  la señora Baumgartner, uno de los personajes, como  “la señora Romaguera”. A él le gustaba inventar situaciones en las que  ella actuaba, narrándolas durante las sobremesas de los  sabrosos almuerzos dominicales que  mi mamá  preparaba tanto para la familia como para algunos amigos. En ese entonces vivíamos en Los Teques, ciudad a la que fuimos a pasar una temporada y nos quedamos a vivir diez años. 

  Con frecuencia, los hijos y los primos nos reuníamos alrededor de mi familia  y  escuchábamos interesantes relatos históricos, literarios o sobre acontecimientos de la vida periodística de mi papá, cuando él  trabajaba en la sección de sucesos de "La Esfera".  En otras ocasiones él mismo nos daba clases de gramática, y levantaba un billetico de a diez bolívares ofreciéndolo como premio al ganador de los cuestionarios o los dictados. Las tertulias continuaron siempre, Comentábamos libros, estilos y, como sabía que me gustaba escribir, me aconsejaba que cuidara la prosa, si era posible, desde el mismo momento de empezar a redactar. 

En mi computadora, y a un lado,  copia impresa
 del libro de mi padre
     Cuando salieron al mercado las computadoras, mi papá siguió con interés la evolución de la nueva tecnología. Con frecuencia me preguntaba acerca de mis adelantos en su manejo y, cuando ocurría algún percance con la máquina, siempre estaba atento a su solución. 

         En una de las muchas veces que mi Papá me visitó, le pedí  que probara escribir algo en ella, explicándole antes  que su manejo era igual al del teclado de las  máquinas de escribir mecánicas en las que él era veterano. Entonces, para complacerme, tomó asiento ante la computadora y escribió lo siguiente: 

        “Myriam está convertida en una tecnóloga de primera. Ojalá que un día de éstos invente la piedra filosofal verdadera para convertir nuestros devaluados billetes en oro cochano puro.
        A través de la persiana de la cocina, filtrábase un rayo de luz, y yo quise atraerlo un poco hacia mí para preguntarle si venía de la segunda galaxia, después de la constelación del Toro. Negó el rayo que viniese de allí – al parecer era un explorador andariego, deseoso de comprobar si los terrícolas están hechos de basura cósmica. Quise ofrecerle café al luminoso visitante, y a poco desapareció para mezclarse con la claridad solar común. Noté luego que por la huella del rayo se había formado una especie de mínimo tútelo más bien una suerte de círculo. Caray, pensé esto es la invitación a observar … extrañas cosas. De pronto, vi como se delineaba un rostro de payaso, y una sonrisa desdentada. Bueno: aquello era Morocho el de Los Teques. Se esfuma la visión del campanero, y distingo entonces la cara juvenil de una princesa asiria. Venía en una carroza custodiada por dos leones –made in Teresita Arleo- los leones eran idénticos a los del palacio de Nemrod en Babilona.  Gira vertiginosamente el círculo. Ahora la princesa es árabe. Identifico a Sherezada, frente a un príncipe petrolero del siglo veinte. Por Dios, soy yo misma, vale. Ya se. El Aleph”.
(Caracas, 2007 o 2008).
              En este  escrito, mi padre hace mención a los lejanos días de mi adolescencia  en los que fui Reina de Carnaval de Los Teques.  Teresita Arleo, nuestra vecina, fue la artífice de la  carroza real en la que paseé entre mis súbditos de el Llano y el  Pueblo tequeños,  una y otra vez hasta la puesta del sol, durante los cuatro días que duró mi efímero reinado. 

             Luego, con la maravillosa lucidez de sus 92 años,  llegamos a trabajar juntos en un libro suyo sobre folklore venezolano, que yo le transcribí a Word. Mi padre, a veces me visitaba  y seguía con gran interés el avance de la transcripción de su libro en la  pantalla de mi computadora. Yo  siempre le imprimía los capítulos transcritos y   se los entregaba para corregirlos en la quietud de su biblioteca. Más tarde, si era el caso,  me los devolvía con sus observaciones. Una vez terminado todo el trabajo revisión y la corrección del libro, como todavía faltaba el prólogo  le pregunté varias veces quién   lo escribiría. El  siempre  me contestaba  que me lo diría luego.  Intuyo que lo hacía obedeciendo a su gran modestia. Pero quizás lo sugirió sin proponérselo, cuando  me pidió  que le enviara por Internet una nota a Oscar Yánes, felicitándolo por sus "primeros ochenta años". Y menciono esto, porque tiempo después, cuando ya mi padre había fallecido, encontré en mi estudio la nota  escrita de puño y  letra  de mi papá para el  cumpleaños del colega.  Entonces se la mostré a mis hermanos y todos de común acuerdo  decidimos que sería Oscar Yánes el prologuista de libro de nuestro padre. El, además, había sido  su compañero de redacción en La Esfera y,  en más de una ocasión lo mencionó en sus libros y en sus artículos de "Así son las cosas". Recuerdo  la alegría que manifestó el famoso cronista caraqueño, cuando, entregándole una copia  impresa del libro le solicitamos que escribiera el prólogo. Poco tiempo después nos entregó unas hermosas páginas sobre su amigo y compañero en las lides periodísticas.  Ahora nos encontramos en el proceso de edición del este valioso libro de folklore venezolano escrito por nuestro padre.     
        
         Muchas fueron las máquinas de escribir que en el transcurso de su vida tuvo mi papá. Al principio, compradas por él, y luego, como obsequio de sus hijos, utilizándolas hasta el final de sus días. Justamente, pocos meses antes de fallecer,  me entregó, para que la hiciera reparar, la última  máquina de escribir que lo acompañó. 
La última máquina de escribir de mi papá.
           Me dijo que le estaba fallando al escribir sus micros para la  radio. Me costó mucho encontrar un negocio que se dedicara a ese tipo de reparaciones, pero al fin lo encontré por Internet. Era uno de los pocos locales caraqueños dedicados a componer máquinas de escribir mecánicas y eléctricas. Se llamaba "La Tecla" y estaba  ubicado en Sabana Grande, cerca de La Previsora.

           Y mientras la máquina estaba en el taller, un día que fui a hacerle compañía, le leí el capítulo de algún libro y se quedó dormido. Echó un "camaroncito", como lo llamamos en Venezuela. Luego, al despertar, me dio el siguiente consejo: "Cultiva tu ego; escribe tus intimidades. Eso forma parte inalienable de tu personalidad". Este comentario me animó a publicar mis blogs, y quizás algún día un libro de cuentos o una novela. En otra oportunidad, sentado en su silla de mimbre en la terraza techada con  vista al Avila, mi papá  me habló de su vida diciéndome:"Me siento en esta silla a recordar toda mi vida. Pasa toda, como un film", y comenzó a narrarme episodios de su infancia,  de su adolescencia y las costumbres de entonces.
      
            Dos meses antes de su partida, ocurrida el 22 de noviembre de 2008, nos encontrábamos mi papá, Dorita, mi hermana y yo  en el porche de la casa y les leí en voz alta un cuento que pensaba enviar al 5o. Certamen de Cuentos de Pepe fuera de Borda, en Buenos Aires. Al terminar la lectura, él  se quedó pensativo un momento y luego me preguntó si el protagonista de mi historia moría. Cuando asentí, diciendole que se trataba de una elipsis, me aconsejó que describiera mejor la muerte, pues era un "acontecimiento demasiado importante"  en la vida del hombre que merecía ser resaltado.  Al llegar a casa seguí su consejo, y pensando en cosas tristes y buscando en Internet las causas que llevaron a mi personaje al fin de sus días, reescribí el capítulo final y lo envié al concurso. 

         Pero fue sólo dos meses después del fallecimiento de mi padre y justamente el día de su cumpleaños número 98, el 26 de diciembre de ese año 2008, al regresar de la misa que sus hijos mandamos a decir,  cuando me enteré del resultado. Me conecté a Internet, deseosa de saber qué había pasado con el Concurso de Pepe Fuera de Borda, que había anunciado la decisión final del jurado para ese mes. Cuando abrí la página de Pepe Fuera de Borda, vi que  ¡Mi cuento "Ordenes son órdenes...", figuraba entre los finalistas! La emoción que  me embargó en ese momento fue inmensa. El recuerdo del consejo de  mi padre me vino a la mente y sentí que me había ayudado, como siempre. Desde ese momento,  cada vez que me siento a escribir se que él está a mi lado, siento que me observa  y le agradezco su guía y su presencia.
                  
      Bueno, hasta aquí esta crónica sobre mi padre, Luis Alberto Paúl, mi guía, profesor y también mi compañero de trabajo ayer, hoy y siempre. En otra oportunidad les hablaré de mi querida Mamá,  Dora Galindo de Paúl, quien, como él, también llenó mi vida de alegría y se convirtió en una estupenda lectora y crítica de mis intentos literarios.


Caracas,  enero de 2013






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