domingo, 21 de octubre de 2012

EL MISTERIOSO DESCENSO DE LA MONTAÑA CELESTIAL







     El  almuerzo para festejar el cumpleaños de la abuela Angélica se había  pautado  para ese sábado 10 de mayo de hace diez años en un restaurante cerca de la Montaña Celestial, en el valle del mismo nombre. Las invitaciones  habían sido enviadas a  las tres generaciones que  sucedían a Mamá Angélica,  y que eran muchísimas personas, puesto que  su marido y ella se habían encargado de contribuir con la Patria, regalándole catorce hijos.

     Muy entusiasmada, pues,  con la invitación, tomé mi carrito en dirección al restaurante, y al llegar me acerqué a la abuela Angélica  para felicitarla y hacerle entrega de una blusa rosada de lana que hacía juego con su tez.
        Saludé a los demás presentes y me uní al grupo. Hubo brindis, risas y alegría en medio del delicioso almuerzo acompañado de vino de la temporada. Luego no faltó, por supuesto, la inmensa torta con la velita alegórica al número noventa del cumpleaños de la abuela. Más tarde ella y muchos  de los asistentes se retiraron y se quedó, conversando, un grupo entre el que me encontraba yo. Entonces, uno de los presentes en la sobremesa propuso un paseo por el bosque y  por la montaña. Entusiasmada aprobé la idea y todos decidimos pernoctar a la vuelta en el Hotel Aledaño para regresar a la ciudad al día siguiente.
     A medida que subíamos el paisaje se volvía casi mágico, y todos disfrutábamos del ascenso, pero de pronto comencé a sentirme mal. No le presté mayor atención y seguí caminando hasta que las piernas comenzaron a flaquearme y la cabeza a darme vueltas. Cada vez más me iba quedando detrás del grupo a pesar de que hacía todo lo posible por seguirlo. Quise gritar, pero mi voz se burló de mí. Entonces  me fui quedando sola y observé con inmensa tristeza cómo la gente se perdía en el zigzag de la montaña sin darse cuenta de mi ausencia. Ahora casi no podía moverme. Quise lanzarle algunas piedras para que ellos se percataran de mi presencia, pero fue en vano. La soledad y el viento eran mis únicos compañeros.  Quise seguir ascendiendo, buscando un altiplano donde descansar. Avancé un poco con mucha dificultad. Entonces alcancé a ver un largo camino que conducía a  una casa blanca entre la niebla, luego no supe más de mí.
          Me despertó la voz de una joven muy blanca que al mirarme  palpaba mi frente y  llamaba a alguien dentro de la casa.  De la morada salió un hombre  delgado que, acercándose me examinó y observó mis pupilas,  tomándome el pulso. Me alzó, y en brazos  me llevó al interior de la vivienda. Llamó mi atención el avión que se hallaba junto a la casa. Mi anfitrión me acostó sobre una cama y me dio una pastilla.  Luego me sumí en un profundo sueño. El y su mujer me cuidaron varios días, diciéndome que mi malestar se debía a la altura y que pronto estaría bien. Allí estuve varios días, y una mañana temprano el dueño de la casa, quien dijo llamarse Klaus y su mujer Eva, se presentaron en mi cuarto. Ella me traían un plato de sopa.
     -¿Se siente mejor, señorita...?- Me preguntó
    -Mi nombre es Adele, señor. Sí, gracias Dios y a ustedes,  estoy mucho mejor; pero debo volver al pueblo, sólo que no sé como hacerlo. Hay muchos riscos y temo perderme otra vez.
     -No se preocupe, hija, que yo la ayudaré a regresar.  Pero antes tiene que reponerse. Oportunamente sólo tiene que seguir mis instrucciones para el regreso. ¿Está dispuesta?- Una sonrisa pareció iluminarle un poco el rostro que  ahora afuera y a la luz de día  lucía más pálido.
     -Claro que sí, doctor…
     -Llámeme Klaus, por favor- dijo entregándome el alimento.- Ahora coma.- Así lo hice.  Luego bajamos unas escaleras de piedra que daban a un risco liso como yo no había visto en mi vida. Su interminable profundidad me produjo vértigo.
     -Usted va a bajar por aquí – me indicó- Justo por este lugar.
     - ¡No, Klaus, eso no lo puedo hacer, me mataría, es demasiado hondo!
     -No, querida, eso no sucederá si usted sigue al pie de la letra mis instrucciones- me dijo, tomándome por el brazo. Escuche con atención lo que voy a decirle.
     Asustada lo miré temblando, pero él continuó.
- Usted se va a lanzar desde aquí...
- ¿Al vacío? – pregunté angustiada.
-  Por favor, escúcheme bien y no me interrumpa, pues la información que le voy a dar es crucial. Usted se va a lanzar desde aquí – repitió mirándome fijamente a los ojos- pero antes de hacerlo va a respirar profundamente con el abdomen, como se hace en el Tai Chi o en el Yoga, es decir, almacenando el aire en los pulmones para luego expulsarlo lentamente por la boca.  Inmediatamente batirá los brazos como si fueran alas. Experimentará una inmensa ligereza pues obtendrá un total equilibrio. Cada vez que expulse el aire de los pulmones, repetirá lo operación una y otra vez hasta que llegue abajo, sin dejar de volar, porque eso es lo que usted hará, volar. Pero es indispensable que no interrumpa el proceso. ¿Entendido? Hágame ahora, por favor, las preguntas que desee, porque después no habrá tiempo, querida.
     -¿Seguro que me sentiré como un pájaro?
     -¡Por supuesto, no lo dude usted ni un momento, es muy importantes que se sienta así, de otra manera, caerá al vacío! Ahora, ensayará la respiración, tomándose el tiempo que sea necesario hasta dominar la técnica. Entonces me avisa, por favor.
     Encomendándome a Dios, ensayé  durante dos horas el proceso de vuelo hasta que pensé que estaba lista para dar el gran salto de mi vida y llamé  a Klaus para comunicárselo. Me examinó nuevamente como lo hizo cuando llegué y me dijo que lo haría dos días más tarde, cuando estuviera totalmente repuesta del mal de altura. Cuando le pregunté si ésta no me afectaría de nuevo, me respondió que eso no me volvería a suceder, pues él ya había tomado las precauciones del caso.
    
      Al terminar el lapso estipulado mis anfitriones me pidieron que los siguiera. Me colocaron en el saliente de un risco, y luego de abrazarme, me ordenaron respirar profundamente en la forma que se me había indicado, y que al contar él tres, cerrara los ojos y me lanzara. Apreté un segundo las manos de la pareja que me sostenían al borde del precipicio e hice lo que  ellos me solicitaron. En cuanto escuché el ¡TRES! me lancé pidiéndole a Dios Su ayuda infinita. Inmediatamente comencé a respirar batiendo los brazos, según lo indicado y  sentí un vacío en el estómago . Mi descenso de pronto se ralentizó y al hacerlo experimenté una deliciosa sensación de ligereza. A esto siguió una  fuerte emoción seguida por un gran alivio en la medida en que descendía de la montaña. El viento de la mañana refrescaba mi frente y se metía por mi nariz provocándome cosquillas. Mientras, yo continuaba batiendo las alas de mis brazos, una y otra vez  y zigzagueé a voluntad, hasta que aterricé a la orilla de un río. Allí permanecí no recuerdo cuánto tiempo, reponiéndome del increíble vuelo. De pronto, empezó a llegar mucha gente, entre ellos, mis familiares, los bomberos y la policía. Todos me miraban asombrados. Uno de los habitantes que me había visto “volar” desde la mitad misma de la montaña hasta mi aterrizaje junto al río, comentó que le pareció estar viendo visiones, pues yo no tenía parapente. No podía creer que yo hubiera bajado con tanta suavidad, como si lo hiciese un pájaro.
    
     Entre la multitud estaban la policía, los bomberos y miembros de mi familia, quienes se acercaron abrazándome y hablando sin cesar. Luego me llevaron al Hotel Aledaño para que me  repusiera del singular descenso. Al llegar, todos comentaban mi increíble proeza  de volar como un pájaro. El dueño del hotel, quien con el alboroto, salió de su oficina, me  pidió le contara lo que ya le había contado a todos, y  al escuchar mi narración exclamó incrédulo:
     -¡Eso es imposible, señorita,  eso es imposible! Tienen que haber sido otros los que la ayudaron, porque el doctor Klaus Hauser, el famoso espeleólogo y su mujer, Eva, fallecieron hace cincuenta años al estrellarse su pequeño avión  contra la Montaña Celestial, y ni de ellos ni del aparato que él mismo piloteaba, quedó el más mínimo rastro!

IMAGENES TOMADAS DE LA WEB.


Caracas, 20 de octubre de 2012


2 comentarios:

  1. Hola Myriam
    Por acá estoy visitándote. El relato que acabo de leer es delicioso. desde la primera palabra hasta la última, lo envuelve a uno, en una aventura maravillosa. felicitaciones amiga. tienes una narrativa perfecta.
    Un gran abrazo y espero saber de ti. Eva

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  2. Hola, Eva Margarita:
    Bienvenida a tu casa. A también me gusta mucho visitar los tuyos, pues me encanta la forma como escribes y la sensibilidad que tienes en los poemas. Transmites muchísimo. Para mí también es una placer leer tus escritos, pues además los amenizas con música.

    Mil gracias por tus palabras y muchos abrazos caraqueños,

    Myriam

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