De izquierda a derecha: un subalterno, el Capitán Antonio Romero, Myriam Paúl y a su lado otro de los amables subalternos. |
Esa mañana de enero de 1974, muy temprano, en cuanto entré a mi oficina de la Biblioteca Metropolitana de la Corporación Venezolana del Petróleo, que dirigía en aquel entonces, sonó el teléfono. Era mi jefe, quien me solicitaba pasar por su oficina para darme instrucciones sobre una encuesta que yo debía realizar a bordo del tanquero Independencia I. Cuando estuve allí me explicó que la empresa requería conocer las necesidades de información de sus tripulantes con el fin de satisfacerlas lo más pronto posible. Para ello se me asignaba la tarea de entrevistar a bordo tanto a Oficiales como a Subalternos durante la travesía del buque desde el Terminal Marino de Guaraguao (Edo. Anzoátegui) hasta Puerto Punta Cardón (Edo. Falcón). Este trabajo se realizaría de esta forma y no en el puerto, porque anclado el buque, la mayoría de la tripulación estaría ausente. Al regreso debía presentar un informe detallado de mis actividades ante mi gerencia para la toma de decisiones respectiva por parte de la empresa. Por esto, el Lic. Salazar Mata me autorizó a pasar por el Departamento de Marina con el fin de obtener el permiso de navegación respectivo. El viaje, finalizó diciendo, tenía que realizarse a la mayor brevedad, así que tenía que actuar de inmediato. La noticia de este viaje de trabajo se me presentaba como un reto, por lo que, bastante nerviosa, cumplí con sus instrucciones.
Cuando más tarde, en el Departamento de Marina, informé al Capitán Piccardi sobre el propósito de mi visita, él se mostró algo extrañado por mi viaje en el tanquero, procedió inmediatamente a extenderme el permiso de navegación por quince días. En el momento de entregármelo sin embargo, me preguntó sonriendo si no sentía temor de viajar sola en una embarcación en compañía de treinta y dos hombres. No menos sorprendida que él le respondí en la misma tónica bromista, que no creía que tal batallón pudiese conmigo; que quizás - y eso habría que verse- pudiera temerle a un solo contrincante. Y al despedirme le agradecí el permiso concedido que me permitía otear nuevos horizontes laborales y marinos; y esto, pensé, no obstante los peligros imaginarios sugeridos en broma por el pícaro gerente.
En relación a esta nueva experiencia de trabajo, una vez que en la Gerencia de Personal se enteraron de la novedad del viaje, solicitaron a la mía colaborar con ellos al incluir en las encuestas también las necesidades de adiestramiento requeridos tanto por los Oficiales como por los Subalterno, y así lo hicimos.
El domingo siguiente, a las 5:00p.m, por instrucciones del Capitán Antonio Romero, abordé el B/T Independencia I en el Terminal de Guaraguao. Una vez allí mis cuatro puntos cardinales lo constituyeron: proa, popa, babor y estribor. Realicé algunos dibujos del interior del buque para orientarme, pues por medidas de seguridad, no se permitía tomar fotos en la cubierta sin permiso del Capitán.
A las 5:00 a.m. de la mañana del lunes zarpó el tanquero de Guaraguao rumbo a Punta Cardón, concretamente, del oriente al occidente de la costa venezolana. Dos embarcaciones remolcaron la salida del pesado tanquero hasta alta mar, para dejarlo continuar el viaje en compañía solamente de la tripulación, el viento y el oleaje.
Inicié mis actividades esa misma mañana a primera hora con una serie de entrevistas en agenda. Primero realizaría la de los Oficiales y luego la de los Subalternos. Otro de nuestros objetivos era diagnosticar si había bibliotecas a bordo, su ubicación, espacio, etc.; en caso contrario, si se disponía en el buque de algún espacio para su instalación. La creación de estas bibliotecas en los tanqueros, que a futuro facilitaría la información a los tripulantes con personal del barco encargado de esta tarea, se haría bajo la supervisión del personal de las Bibliotecas de la CVP en Maracaibo, Metropolitana en Caracas y una tercera que se establecería en tierra firme : Puerto La Cruz. Contemplaba la incorporación de material bibliográfico técnico y recreativo.
Cuando me encontraba entrevistando al Capitán Romero, se abrió repentinamente la puerta de su oficina para dar paso a un airado personaje que gritaba muy sofocado, dando pasos nerviosos por la estancia. Su Comandante trataba de calmarlo inutilmente, pues el oficial, sin escucharlo continuaba echando chispas, hasta que, finalmente, puso sobre el escritorio del Capitán su renuncia irrevocable al cargo. Presumo que su furia le impidió notar mi presencia, por lo que decidí dejarlos solos en una discusión en la que yo estaba demás. Mas tarde me enteré que se trataba del Jefe de Máquinas, segundo en el mando de la nave. En mi afán de no perder tiempo me dirigí a la Sala de Calderas para entrevistar al Oficial encargado. Cuando ya daba por finalizada mi labor con el personal del departamento, tropecé con una tubería quemándome el pie izquierdo. Gracias a Dios, que el accidente no tuvo consecuencias graves, sólo una pequeña molestia de la que yo misma era culpable. Simplemente no me atuve al horario pautado en la agenda. Cuando esa misma mañana procedí a entrevistar al Jefe de Máquinas, éste me recibió sonriendo en su oficina, como si el incidente mañanero entre él y el Capitán jamás hubiese ocurrido. Por su amable actitud creo que no se percató de mi presencia ni de mi desaparición en el momento de su airada visita al Capitán Romero.
Al otro día, cuando terminé de reunirme con los Oficiales, continué con los Subalternos. Estos encuentros no me resultaron fáciles, pues al aprovechar la hora del almuerzo para realizar mis entrevistas, debido a que muchos de ellos estaban presente en el comedor, ellos al verme entrar en compañía del Capitán se cohibían dejando a un lado los cubiertos, en cuanto nos acercábamos a sus mesas. Presumo que les causaba extrañeza verme junto a la primera autoridad de la nave, en un mundo totalmente masculino. Por esta razón, de manera de romper el hielo tuve que valerme de mucha maña para entrar en confianza con ellos. Les preguntaba sobre sus lugares de origen, sus familias y, finalmente, sobre sus respectivos trabajos. Entonces, poco a poco, retomaban los cubiertos y tímidamente respondían a mis preguntas.
Durante la travesía tuve que ajustarme al horario establecido a bordo, tanto de trabajo como de comidas. A las 5:30 a.m. se servía el desayuno, a las 11:30 a.m. el almuerzo, y la cena a las 5:30 p.m. Las colaciones eran sabrosas, pero demasiado abundantes para mí que no tenía el mismo apetito que el resto de la tripulación.
Una noche me encontraba descansando en el camarote cuando me llamaron desde la cabina de mando para que viera el hermoso paisaje que ofrecían las costas de Curaçao, Aruba y Bonaire. El espectáculo era único. Las luces de los puertos titilaban compitiendo con las estrellas, mientras nos arrullaban las olas y nos acariciaba la brisa.
El penúltimo día de mi viaje atendí la invitación a cenar con el Capitán Romero y dos Oficiales. Y sucedió que mientras disfrutábamos , conversando animadamente, los ricos platos, súbitamente sentí que la comida tenía un extraño sabor a petróleo. Algo semejante me había pasado, pero cuando tomaba el baño en el camarote. Me había puesto una crema con olor a “Rosas”, que lejos de exhalar un aroma floral, ella dejaba escapar un extraño olor a materia orgánica... ¡Parecido al petróleo! Mi cara descompuesta debió alarmar a mis compañeros de mesa, pues uno de ellos me sugirió salir a la cubierta para respirar un poco de aire fresco. Recuerdo que seguí su consejo, pero el resultado fue desastroso: la brisa marina que llegaba hasta mí estaba contaminada con los gases del combustible almacenado en las grandes cisternas, lo que quizás contribuyó a intoxicarme aún más.
Pasé una noche terrible, pensé en llamar al médico, pero mientras me decidía a hacerlo me quedé dormida. Al día siguiente me sentí mejor a pesar de mi debilidad y del calor ocasionado por la falta de aire acondicionado. Una falla en el sistema había hecho que los técnicos redirigieran la energía a otras áreas prioritarias del buque y no a las oficinas, por lo que el calor era insorportable. A pesar del sofoco que sentía traté de acelerar el trabajo con la colaboración del personal de Telecomunicaciones. Luego, como el permiso de navegación que se me había extendido era por quince días exactos, el Capitán Romero me preguntó si iba a continuar el viaje con ellos por ese lapso y le contesté que no, que ya el trabajo había sido realizado casi en su totalidad. Sólo faltaban pocas encuestas. Estas se habían enviado por escrito a los tripulantes para luego ser remitidas a Caracas, por un técnico del Departamento de Telecomunicaciones, que amablemente había colaborado conmigo.
Al tercer día arribamos a Punta Cardón y los antiguos compañeros del Capitán Romero, quien ya no pertenecía a la Shell sino a la Corporación Venezolana del Petróleo (CVP), lo invitaron a celebrar esa noche su llegada bajo una nueva bandera a un restaurante. El Capitán me invitó a unirme al grupo. En el local el Capitán Romero se mostraba alerta en todo momento, observando la actitud de sus compañeros para conmigo.De pronto uno de ellos me tomó muy entusiasmado por el brazo felicitándome por el hecho de ser yo la única mujer que viajaba a bordo del buque; me dijo que yo merecía un premio por haberme atrevido a viajar en el tanquero. Por esta razón él proponía que fuéramos al Club a buscar un perfume, como premio, para entregármelo. El Capitán Romero, al darse cuenta de la situación se acercó rápidamente hasta nosotros, avisándonos que ya era muy tarde y que teníamos que volver al barco, pues yo debía regresar al día siguiente muy temprano a Caracas. Entonces, justo en el momento antes de abordar, el Capitán excusó a su amigo por la conducta un poco inapropiada para conmigo, y me confesó que daba gracias a Dios de que el incidente hubiese ocurrido en tierra firma y no a bordo. Alegó que mucha gente pensaba que los marinos tenían fama de ser “lobos de mar”. Le agradecí su gesto, y le comenté que que no tenía por qué preocuparse, porque su compañero de trabajo al tomarme por el brazo, estaba segura de que sólo habia querido ser amable. Un poco más conforme con mi respuesta, el Capitán Romero me acompañó hasta la puerta del camarote del Capitán en Entrenamiento que se me había sido asignado durante la travesía. Al entrar,muy cansada por los acontecimientos, la cama, adosada al piso, al igual que todos los demás muebles, me llamaba a gritos, recordándome que tenía que descansar, pues mi vuelo era el primero que salía del aeropuerto de Las Piedras hacia Maiquetía al día siguiente.
Durante la travesía tuve que ajustarme al horario establecido a bordo, tanto de trabajo como de comidas. A las 5:30 a.m. se servía el desayuno, a las 11:30 a.m. el almuerzo, y la cena a las 5:30 p.m. Las colaciones eran sabrosas, pero demasiado abundantes para mí que no tenía el mismo apetito que el resto de la tripulación.
Una noche me encontraba descansando en el camarote cuando me llamaron desde la cabina de mando para que viera el hermoso paisaje que ofrecían las costas de Curaçao, Aruba y Bonaire. El espectáculo era único. Las luces de los puertos titilaban compitiendo con las estrellas, mientras nos arrullaban las olas y nos acariciaba la brisa.
El penúltimo día de mi viaje atendí la invitación a cenar con el Capitán Romero y dos Oficiales. Y sucedió que mientras disfrutábamos , conversando animadamente, los ricos platos, súbitamente sentí que la comida tenía un extraño sabor a petróleo. Algo semejante me había pasado, pero cuando tomaba el baño en el camarote. Me había puesto una crema con olor a “Rosas”, que lejos de exhalar un aroma floral, ella dejaba escapar un extraño olor a materia orgánica... ¡Parecido al petróleo! Mi cara descompuesta debió alarmar a mis compañeros de mesa, pues uno de ellos me sugirió salir a la cubierta para respirar un poco de aire fresco. Recuerdo que seguí su consejo, pero el resultado fue desastroso: la brisa marina que llegaba hasta mí estaba contaminada con los gases del combustible almacenado en las grandes cisternas, lo que quizás contribuyó a intoxicarme aún más.
Pasé una noche terrible, pensé en llamar al médico, pero mientras me decidía a hacerlo me quedé dormida. Al día siguiente me sentí mejor a pesar de mi debilidad y del calor ocasionado por la falta de aire acondicionado. Una falla en el sistema había hecho que los técnicos redirigieran la energía a otras áreas prioritarias del buque y no a las oficinas, por lo que el calor era insorportable. A pesar del sofoco que sentía traté de acelerar el trabajo con la colaboración del personal de Telecomunicaciones. Luego, como el permiso de navegación que se me había extendido era por quince días exactos, el Capitán Romero me preguntó si iba a continuar el viaje con ellos por ese lapso y le contesté que no, que ya el trabajo había sido realizado casi en su totalidad. Sólo faltaban pocas encuestas. Estas se habían enviado por escrito a los tripulantes para luego ser remitidas a Caracas, por un técnico del Departamento de Telecomunicaciones, que amablemente había colaborado conmigo.
Al tercer día arribamos a Punta Cardón y los antiguos compañeros del Capitán Romero, quien ya no pertenecía a la Shell sino a la Corporación Venezolana del Petróleo (CVP), lo invitaron a celebrar esa noche su llegada bajo una nueva bandera a un restaurante. El Capitán me invitó a unirme al grupo. En el local el Capitán Romero se mostraba alerta en todo momento, observando la actitud de sus compañeros para conmigo.De pronto uno de ellos me tomó muy entusiasmado por el brazo felicitándome por el hecho de ser yo la única mujer que viajaba a bordo del buque; me dijo que yo merecía un premio por haberme atrevido a viajar en el tanquero. Por esta razón él proponía que fuéramos al Club a buscar un perfume, como premio, para entregármelo. El Capitán Romero, al darse cuenta de la situación se acercó rápidamente hasta nosotros, avisándonos que ya era muy tarde y que teníamos que volver al barco, pues yo debía regresar al día siguiente muy temprano a Caracas. Entonces, justo en el momento antes de abordar, el Capitán excusó a su amigo por la conducta un poco inapropiada para conmigo, y me confesó que daba gracias a Dios de que el incidente hubiese ocurrido en tierra firma y no a bordo. Alegó que mucha gente pensaba que los marinos tenían fama de ser “lobos de mar”. Le agradecí su gesto, y le comenté que que no tenía por qué preocuparse, porque su compañero de trabajo al tomarme por el brazo, estaba segura de que sólo habia querido ser amable. Un poco más conforme con mi respuesta, el Capitán Romero me acompañó hasta la puerta del camarote del Capitán en Entrenamiento que se me había sido asignado durante la travesía. Al entrar,muy cansada por los acontecimientos, la cama, adosada al piso, al igual que todos los demás muebles, me llamaba a gritos, recordándome que tenía que descansar, pues mi vuelo era el primero que salía del aeropuerto de Las Piedras hacia Maiquetía al día siguiente.
Luego que muy temprano, el Capitán Romero y yo hubimos tomado el desayuno, salimos hacia el aeropuerto. Cuando el chofer se detuvo ante la alcabala del muelle de embarque y el Guardia Nacional nos preguntó hacia dónde nos dirigíamos, el alto oficial le informó nuestro destino. Como el Guardia me observara detenidamente, el Capitán le mostró mi permiso de navegación, explicándole que mi presencia a bordo obedecía a un trabajo que la CVP me había ordenado realizar a bordo del tanquero. Los ojos del Guardia recorrían mi cuerpo sin decir una sola palabra. En vista de la perplejidad del subalterno el Capitán repitió con calma: “Sargento, la señora vino a realizar un trabajo a bordo. Aquí tiene su permiso de navegación. Déjenos pasar que tenemos prisa". “¿Un trabajo a bordo?- dijo al fin, reaccionando, mientras reía nerviosamente- ¡Ah, disculpe usted mi Capitán, por favor, pasen, pasen, por favor". Luego, con la misma actitud incrédula procedió a levantar la palanca para permitirnos salir finalmente hacia el aeropuerto de Las Piedras. Por curiosidad, decidí mirarlo esta vez yo, y al hacerlo creí ver en su rostro una sonrisa juguetona, sin decidirse todavía, a bajar nuevamente la palanca.
Poco tiempo después, se envió a los tripulantes del B/T Independencia I un gran lote de libros destinados a cubrir sus necesidades de información y recreación. Por su parte, la Gerencia de Recursos Humanos cumplió con los cursos solicitados por sus tripulantes. Luego, en 1975, vino la Nacionalización del Petróleo y con ella la estructura de la nueva empresa Petróleos de Venezuela (PDVSA), en la que se produjeron cambios positivos para todos. Y la historia petrolera continuó su curso exitosamente... en aquel entonces.
Poco tiempo después, se envió a los tripulantes del B/T Independencia I un gran lote de libros destinados a cubrir sus necesidades de información y recreación. Por su parte, la Gerencia de Recursos Humanos cumplió con los cursos solicitados por sus tripulantes. Luego, en 1975, vino la Nacionalización del Petróleo y con ella la estructura de la nueva empresa Petróleos de Venezuela (PDVSA), en la que se produjeron cambios positivos para todos. Y la historia petrolera continuó su curso exitosamente... en aquel entonces.
Caracas, noviembre, de 2011
Dibujo de la popa realizado por mí desde el puente del B/T Independencia I |
Que de experiencias interesantes, como para publicar tus memorias..! y el dibujo genial..!
ResponderEliminarSaludos de miss América
Amiga, que experiencia tan única y especial! Creo que han sido vivencias verdaderamente interesantes para ti y que forman parte de tu vida misma.
ResponderEliminarUn beso,
Antonio Valentiner
Myriam, me parece q tuviste una experiencia satisfactoria en ese trabajo. A pesar de haberte sentido mal y q pudiste recuperarte pronto, te quedo el recuerdo del deber cumplido.
ResponderEliminarExcelente relato de grandes experiencias
ResponderEliminarUn episodio muy interesante en tu vida y una excelente narración.
ResponderEliminar