En la playa, junto a un grupo de palmeras que regalaban sombra y alimento, una muchacha atesoraba ilusiones. A intervalos, miraba el reloj pulsera. David le había dicho que estaría allí bien temprano. El era puntual, así que esperaría tranquila. Ese domingo no tenía guardia en el hospital, pero en caso de alguna emergencia, estaba segura que él se lo comunicaría por el celular.
Mientras lo esperaba, la chica dejó vagar los ojos por la playa y se fijó en una casa de bahareque, abandonada y casi cubierta por la maleza. Las matas de malanga cubrían la vivienda, la playa, y casi se adentraban en el mar. El verde salvaje confería un aire íntimo y misterioso a la morada, que, a juzgar por su aspecto en ruinas, hacía ya mucho tiempo no albergaba a ningún ser humano.
- ¿Sola tan temprano, Matilde...o esperas al "Dr. House"?
La chica, aunque se encontraba de espaldas, reconoció la voz fuerte e impostada del antiguo novio. A pesar de que hacía más de un año que habían terminado la relación, no dejaba pasar la oportunidad de molestarla cuando se la encontraba.
-Eso no te interesa, Chúo. Por favor, te lo ruego una vez más. Déjame en paz, por favor.
-Sí, lo haré ahora, pero sólo porque la patrulla pasará a recogerme dentro de unos minutos – dijo el policía, al dar unas ligeras palmadas al arma de reglamento -. Ahora, eso no quiere decir que te me vas a escapar. No permitiré que ningún mediquito de hospital con barba y aires de científico, venga a apartarte de mi lado. ¿Está claro... Mi Amor?- recalcó, mientras se ajustaba los pantalones, al alejarse.
Al verlo cruzar la calle y subir al vehículo policial, la chica respiró aliviada. Hacía cinco años ella había estado muy enamorada de Arquímedes, pero se cansó de sus infidelidades. Ahora amaba a David, alguien diferente que la valoraba y la quería de verdad. Lo había conocido en la emergencia del Hospital Central, cuando ingresó con aquel terrible dolor y le diagnosticaron una apendicitis. Luego de la intervención quirúrgica, mientras estuvo hospitalizada, el chico siempre se mostró muy atento con ella. "Claro, él es mi médico", pensaba Matilde, y no le dio importancia a las continuas visitas. Sin embargo, una vez que la dieron de alta, David fue a verla muchas más veces a su casa, según él, para hacerle seguimiento al post operatorio. Entonces Matilde comprendió que ambos estaban tan enamorados que ya nadie podía separarlos. Ahora hacían planes para la boda.
En eso pensaba cuando a lo lejos divisó a David, que venía de prisa hacia ella. Siempre que lo tenía ante sí era como una primera vez. Sus cuerpos se estrecharon felices. Luego, el mar y la arena en pícara complicidad, acariciaron sus cuerpos, y el sol abrasador contribuyó a elevarles la temperatura: Besos, abrazos, caricias. Retozaban felices en el mar, mientras redescubrían sus sinuosidades. Y fue entonces cuando la pareja encaminó pasos presurosos hacia la casita de bahareque, y le pidieron a la humilde morada, un poco de intimidad y de protección, sin importarles apenas que la caña brava luciera algunos agujeros en las paredes.
Las alimañas y una gaviota con el ala fracturada, a la que apodaban “El Náufrago”, fueron sus compañeros durante la maravillosa entrega. Los arrullaba el mar con su eterno vaivén y la brisa refrescaba a ratos los cuerpos sudorosos, hasta que, al fin, luego de un delicioso batallar, el bienestar invadió a los exhaustos jóvenes. Luego vino el descanso y el sueño reparador. El oleaje arrullaba y la brisa refrescaba su amor.
Pero, de pronto se quebró la intimidad. Fuera del cobijo se sintió el ronronear de un motor. La pareja, aún bajo el embrujo del abrazo, contuvo el aliento. Luego sintieron que alguien curioseaba por las aberturas, fisgoneaba. Entonces, inquietos, y todavía abrazados, se hicieron a un lado y escucharon el chirriar de la puerta sedienta a grasa, seguido de unos pasos lentos y pesados. Una voz atronadora relampagueó en la penumbra:
-¿Quién anda por ahí?
Entonces, por toda respuesta, desde el fondo de la vivienda se escuchó un ruido sordo. Y de pronto, "El Náufrago", sobrevoló como pudo, con el ala rota, hasta el uniformado, para dejarle caer encima la carga líquida y maloliente, con la que lo esperaba.
Playa El Agua - Margarita (Imagen Web) |
Caracas, febrero - marzo 2012
Y que paso??? Arquimide los mató, lo cual no dudo, todos los poly son iguales, ignorantes con poder.
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