Una mañana caraqueña el tráfico comenzaba a desesperar a buena parte de los afanosos conductores que se dirigían a sus respectivos lugares de trabajo. A esa hora temprana muchos negocios subían ya sus “Santamarías”; los puestos de revistas y periódicos exhibían su carga mañanera y así todo el mundo estrenaba, para bien o para mal, un nuevo lunes.
Entonces el semáforo detuvo el tráfico en una esquina de Sabana Grande. En la parte trasera de una camioneta que ostentaba a los lados de sus puertas con grandes caracteres el aviso “Mudanzas San Judas Tadeo”, iban tres jóvenes con el torso desnudo. Uno de ellos sobrepasaba en estatura a sus otros dos compañeros. Se escuchaban las risas con las que celebraban sus lances amorosos del fin de semana. De pronto el muchacho alto se fijó en una chica rubia que, justo en ese momento, abría la puerta de la farmacia de la esquina, y, movido por un impulso inexplicable le dijo:
-¡Mira muchacha, puedes decirle a tu papá, que algún día voy a pedirle tu mano en matrimonio, no lo vayas a olvidar!
La rubia, al escucharlo, le clavó, coqueta, la mirada verde esmeralda en los ojos negro carbón del chico, y por toda respuesta esbozó una linda sonrisa que parecía un anuncio de crema dental. "Qué mujer tan bella; sí, lo prometo, algún día me casaré con ella"- se dijo, mientras la veía desaparecer dentro del negocio. Y atesoró su rostro sonriente en lo más recóndito del alma.
Las burlas de sus compañeros de trabajo no se hicieron esperar, y sacaron al chico de su ensoñación:
-Ja, ja,ja, Julián, vale. ¿Con qué te vas a casar, si no tienes dónde caerte muerto, como dicen? Bueno, de ilusiones también se vive...
-Je, je, je- lo secundó el otro. Lo que pasa es que el Bachiller se va a ganar la lotería y se va a estudiar al exterior.
-No se rían, chamos, no se rían, que yo les voy a demostrar que un día yo seré alguien importante! ¡Ya van a ver, ya van a ver, y también serán testigos de que me casaré con esa muchacha, pues serán mis padrinos!- Contestó el joven, amoscado, mientras le seguía la corriente a sus compañeros de faena.
Durante todo el día, entre cargas y chanzas se prometió a sí mismo que él llegaría a ser alguien importante en la vida, pues iba a surgir. ¿Por qué no? El ya era bachiller y sabía algo de inglés. Lo había aprendido de niño en sus vacaciones, cuando visitaba Güiria con los primos y el Tío Nacho, se los llevaba para Puerto España. Era el premio que recibían todos por sus éxitos escolares. Por eso se esmeraban. En un principio le había costado mucho entender el inglés, pero que luego, con la práctica diaria en Trinidad, el empeño puesto en aprenderlo, el idioma anglosajón se le hizo más comprensible. Eso lo ayudó mucho en la escuela secundaria, donde aventajó a sus compañeros del liceo.
Y con la decisión de surgir en mientes, fue como Julián solicitó trabajo en varios clubes caraqueños: Ya lo había hecho en el Club Valle Arriba, aledaño al barrio donde vivía. Cuando terminó el contrato, probó suerte en uno de los hoteles caraqueños como barman, y así, en el lapso de dos años logró reunir cierta cantidad de dinero. Todos los meses le entregaba a su madre una parte y la otra la reservaba para el Banco con el fin de realizar su sueño.
Sucedió, pues, que un buen día decidió comprarse un pasaje y lo arriesgó todo. Vendió el carrito que, en un principio había comprado para trabajar en una línea de taxis, y contra las advertencias maternas sobre los peligros de un mundo desconocido, solicitó su visa al Consulado Británico y se marchó a Londres, como se dice en los cuentos, a correr fortuna.
Sucedió, pues, que un buen día decidió comprarse un pasaje y lo arriesgó todo. Vendió el carrito que, en un principio había comprado para trabajar en una línea de taxis, y contra las advertencias maternas sobre los peligros de un mundo desconocido, solicitó su visa al Consulado Británico y se marchó a Londres, como se dice en los cuentos, a correr fortuna.
Allá lo esperaba su amigo, José Da Silva, el hijo del dueño del abasto del barrio, quien hacía dos años vivía en la capital británica, y ahora lo apoyaba, y le ofrecía hospitalidad durante los primeros meses de su llegada a Londres.
En la capital inglesa tocó las puertas de algunos pubs y restaurantes. Como todo inicio, no fue fácil, pero poco a poco se le abrieron las puertas. Cuando decidió visitar la University of London, le informaron, al igual que hicieron otras universidades londinenses a las que visitó en persona, que el orden de prioridad de los cupos se otorgaba, primero a los británicos, luego a los estudiantes procedentes de las excolonias británicas y por último a aquellos otros estudiantes – como era su caso-, que vinieran del resto del mundo. El profesor que lo entrevistó le recomendó a Julián, eso sí, tomar cursos de inglés antes de ingresar a la universidad, “in order to brush your English”. Sí, era necesario mejorar su inglés aprendido en Trinidad y en Venezuela. Y fue así como él se propuso no sólo pulir el idioma anglosajón, sino también sus modales, a la manera inglesa, sin llegar a perder el encanto caraqueño que lo caracterizaba.
Luego de casi dos años de trabajo y estudio del Inglés, se inscribió ¡Por fin! en la University of London para estudiar Finanzas. Fue entonces cuando Foncho Mata, su padre, le ayudó, pues le había prometido al hijo, cuando le manifestó su deseo de estudiar en Inglaterra, que tenía que demostrarle que iba a estudiar en serio, pues él "no iba a mantener flojos".
Y así pasaron cuatro años más hasta que llegó el momento, en el que obtuvo la Licenciatura en Finanzas en esa universidad londinense. Una vez graduado, decidió que era tiempo de volver al terruño, y aplicar lo aprendido en Venezuela. Gracias a Dios, ya lo esperaba una entrevista de trabajo en Caracas, concertada a través de Internet. Así, que, ya cercana la hora de partida, se iniciaron las consabidas despedidas de sus compañeros y profesores.
Una noche, cuando regresaba de asistir a una de esas despedidas, Julián se dirigía a su apartamento. Un fuerte sentimiento de nostalgia lo acompañaba, pues había cultivado amistades; establecido lazos casi fraternos con ellos. Recordaba las chicas, los amores vividos. El otoño le invitaba a caminar , a deambular, y así continuó hasta que el semáforo lo detuvo en la esquina.
Estos eran los pensamientos que lo invadían, cuando de pronto, en una esquina, con la luz aún en rojo, una chica que estaba a su lado, cruzó la calle en el justo momento en el que cambió de luces el semáforo. De amarillo a rojo. Apenas sí le dio tiempo de tomarla por el brazo y luego por la cintura, al mismo tiempo que le gritaba :
-¡Deténgase! ¡Stop! ¡Stop!
Ambos se tambalearon y estuvieron a punto de caer al pavimento, mientras el chirrido de las ruedas de un automóvil frenaba a su lado. El chofer, más asustado que ellos, se quedó petrificado frente al volante de su automóvil
.
¿Está usted bien , señorita? Preguntó Julián , solícito. La chica entonces levantó rostro hacia el muchacho. Estaba blanca, como un cirio de iglesia.
El ritmo de su corazón casi se detuvo al ver la linda cara de la chica. La tomó del brazo para cruzar la calle, cuando la luz verde los autorizó a hacerlo. Entonces la invitó a tomar un café.
El le contó que había estudiado Finanzas en la University of London, y que ahora regresaba a Venezuela, pues tenía posibilidades de trabajar en una de las Filiales de Pdvsa y lo esperaban para la entrevista la próxima semana.
La chica, sorprendida le dijo, mientras lo observaba con atención :
- Qué coincidencia, Julián, yo también soy venezolana; acabo de finalizar mis estudios en Business Management en el York St. John College y pronto parto para Caracas para encargarme de los negocios de mi padre, una red de farmacias en Venezuela.
Mientras Emiliana hablaba, Julián la miraba sorprendido, desconcertado. El rostro de la chica le resultaba familiar. Seguro que se trataba de un deja vú, esa extraña sensación que a veces se apodera de uno sin saber porqué. Observaba que la chica rubia sentada frente a él era muy linda, que tenía los ojos verdes como esmeraldas y una sonrisa que dejaba ver unos dientes blancos con un increíble parecido al collar de perlas que pendía de su delgado cuello.
¿Acaso habría soñado alguna vez con ella?
Muy interesante el cuento. Me gustó.
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