Desnudos, pletóricos de felicidad, de bienestar, ellos salieron salpicando agua de la quebrada. Corrían despreocupados por la calle, importándoles poco la gente, a la que, en su euforia, arrollaban al pasar. Eran jóvenes y enfrentaban la vida con la insolencia propia de quien tiene la riqueza del tiempo en su haber. Jugar al amor en el agua, al estilo de la serie de televisión Pantanal y haber soltado las amarras de la tensión en el encuentro, les daba un brillo especial en los ojos.
Ella, de andar grácil y elegante: músculos lisos, ausente la grasa, enfrentaba las miradas: curiosas unas, indiferentes otras. El, igualmente musculoso, elástico, joven como ella y juguetón, buscaba en el caminar acelerado, la cercanía de su pareja, en tierna caricia. Se sentían dueños del mundo.
Lejanos, felizmente, a los problemas que muchos hacen del amor o encuentran en este arte amatorio: continuidad-seguridad; discontinuidad-inseguridad. La duda eterna del me querrá, no me querrá. El clásico deshojar de la margarita, que, no obstante su humildad, cobra capital importancia en el mundo de los amantes.
Pero la joven pareja carecía de esta clase de preocupaciones. No transitaba por esos complicados dédalos. Quienes la componían tenían compañero hoy y mañana también. ¿Distinta? ¿Qué importaba? ¿Y... el sentimiento? Bueno, eso concernía a los humanos...
VIVAMOS EL PRESENTE, QUERIDA, SOLO EL PRESENTE... IMAGENES: WEB |
Ellos, perros satos comunes y corrientes, vivían el presente perdiéndose, felices, entre la muchedumbre que aprisionaba la calle arbolada y sinuosa de una urbanización caraqueña...
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